domingo, 19 de julio de 2020

LA REVISTA DE ARQUITRAVE


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JULIO CÉSAR CARRIÓN CASTRO - EL ORIGEN DE LAS UTOPÍAS


ARTISTA DEL ESCRITO
JULIO CÉSAR CARRIÓN CASTRO

EL ORIGEN DE LAS UTOPÍAS

La idea de la utopía, y de lo utópico en general como construcción imaginaria de un lugar perfecto, con un gobierno ideal, con unas relaciones sociales sin contradicciones antagónicas y en donde han sido eliminadas todas las formas de explotación y de opresión, es tan antigua como la misma humanidad.
El sueño de una isla de perfección y de abundancia ha existido desde siempre en la imaginación de los poetas y habría de acompañar, como una incomprensible obstinación, a aquellos navegantes que se aventuraban hacia el ignoto mar, hacia el Mar Tenebroso de los antiguos, en la perspectiva no solo de alcanzar la última Tule o el confín del mundo conocido, sino para explorar las posibilidades de estas tierras fabulosas. En la Edad Media nadie ponía en duda el relato platónico de la Atlántida y con el descubrimiento de América se trató de encontrar el punto de fusión e identidad entre la historia real y la ficción.
Pero el rumbo de las utopías, como simples reflejos de lo subjetivo y como confrontación a una realidad inadmisible, sería modificado a partir del racionalismo y de la Ilustración, porque dejarían de ser ficticias, quiméricas e irrealizables y pasarían a ser probables, realizables, factibles, bajo la dictadura de la idea del progreso, que sustituiría la del eterno retorno o la del paraíso perdido. Ahora la meta estaría, indefectiblemente ligada a la construcción del mañana. Ya la utopía no estaría más atada a la reactualización del pasado, como lo proponían las viejas concepciones, ni sería un lugar ni un tiempo imaginado del inalcanzable, sino un proyecto, una propuesta para la realización objetiva de la esperanza en el futuro.

UTOPÍAS Y ANTIUTOPÍAS

Antecedentes literarios, tratados políticos, descubrimientos y conquistas, colaborarían en la puesta en marcha de la tradición humanística y doctrinaria, de lo que hoy reconocemos como el utopismo que se multiplica en un gran número de corrientes, estilos y propuestas. En todo caso, el ambiente del humanismo y el Renacimiento fueron propicios para la profusión de este tipo de escritos. El empuje de todas estas ideas de renovación y cambio, finalmente desembocaría en los procesos de la Reforma Protestante y de la Contrarreforma Católica, que marcarían la historia de Occidente.
Tomás Moro inició esta tradición literaria, teórica y práctica, de una visión política centrada en la crítica a la propiedad privada, la exaltación de la vida sencilla, el amor fraterno, la comunidad de bienes, la ausencia del delito y, en general en la perfectibilidad humana. Después de la Utopía se escribirían muchas otras obras entre las que se destacan La ciudad del sol, del dominico italiano Tomás Campanella, escrita en 1623 y La nueva Atlántida, de Francisco Bacon, fundador del empirismo y del moderno método científico. Pero no todas las utopías habrían de asentarse en el optimismo histórico y en la fe en el hombre puro y sencillo, o en el progreso, pues muchos otros autores señalarían las posibilidades del futuro desde el escepticismo y la negatividad; es así como muchas utopías pesimistas, distopías, o más precisamente anti-utopías, han venido poblando la literatura moderna, desde distintas épocas y latitudes.
Podríamos enumerar, en primer lugar, La Tempestad, una de las últimas obras de William Shakespeare, escrita en 1611, ya en su escéptica madurez, y cuya trama se desarrolla supuestamente en una isla mágica, en donde se presenta el choque entre el mundo civilizado y colonizador que representa el europeo Próspero y el mundo salvaje que se identifica con el deforme Calibán, quien ha sido asimilado como símbolo del hombre y la cultura americana, por el escritor cubano Roberto Fernández Retamar, en su libro Apuntes Sobre la Cultura en Nuestra América, de 1971. En 1638 el inglés Francis Godwin, escribe la obra, El Hombre en la Luna, una especie de sátira con la que muy seguramente se inicia la llamada literatura de ciencia-ficción, de enorme desarrollo durante los siglos subsiguientes. Jonathan Swift, en Los Viajes de Gulliver, 1726, pintó también de manera cáustica y siniestra una utopía llena de sorprendentes contrastes en donde las ideas de progreso y civilización, quedan desacreditadas.
Esta corriente literaria de las anti-utopías que muestran un futuro desastroso para la humanidad, de continuar la línea de prosperidad impuesta por los desarrollos científicos y tecnológicos, y en general por la razón instrumental, tendría una gran expansión durante el siglo XX, en especial con autores como George Herbert Wells, 1866-1946, quien escribió novelas de gran impacto y aceptación como La Máquina del Tiempo, El Hombre Invisible, La Guerra de los Mundos, Cuando el Durmiente Despierta, La Isla del Doctor Moreau, entre muchas otras; Aldous Huxley con la obra, Un Mundo Feliz y George Orwell con la obra, La Rebelión en la Granja y la novela, 1984, obra esta de un enorme contenido crítico, tanto a la sórdida proyección de un mundo manipulado por los intereses del capitalismo tardío, como al propio colectivismo stalinista, que pesaba sobre las sociedades del denominado socialismo real.
Sólo ahora, cuando se han dado los presupuestos económicos y sociales para la concreción práctica de los viejos anhelos y sueños de la humanidad, es que se pueden proponer, desde la utopía, teorías y tendencias políticas realizables en el ámbito de la auténtica realidad. Como lo sostiene Ernst Bloch. El marxismo es la teoría que permite dicho conocimiento y hace posible, teórica y prácticamente, el diseño del futuro: La conciencia progresiva labora, por eso, en el recuerdo y en el olvido, no como en un mundo hundido y cerrado, sino en un mundo abierto, en el mundo del progreso y su frontera.
Esta función de la utopía como realización consciente de las esperanzas, dirigida a señalar las posibilidades reales para la construcción del futuro, no descansa sólo en el pormenorizado diseño de un mundo feliz, sobre la sociedad comunista del mañana, sino que se edifica también desde la anamnesis, es decir, desde el imposible olvido; esa herencia que es preciso recoger. No en la versión de los vencedores, sino en la de los vencidos, humillados y ofendidos, en la de los derrotados. Así, por ejemplo, en la práctica y en la teoría de los anarquistas que siempre han sido desconocidos, demeritados e invalidados por los vencedores de izquierda o de derecha. Sus prácticas y teorías nos suministran un amplio material de crítica no solo al desenvolvimiento del capitalismo, sino al del «socialismo autoritario», o el marxismo, con el que siempre polemizaron. Estas teorías y acciones, a pesar de su sensatez, razón y lógica, siempre han sucumbido. Debemos entender que en el estudio de los fracasos y de los vencidos, puede haber más posibilidades de futuro que en el de las empresas supuestamente exitosas.

LA UTOPÍA Y LA RAZÓN DE LOS VENCIDOS

Walter Benjamin dijo que el pasado no es ciencia sino memoria y que la memoria puede abrir los expedientes que la ciencia ha archivado. Es decir que, en todo caso, no podemos cancelar el pasado, porque el pasado pagó el precio del progreso que algunos disfrutan en el presente, cuando en realidad vivimos un presente cargado de injusticias y de inequidad, presente que se edificó y organizó en el pasado. Como lo ha expresado el filósofo español Reyes Mate: «La clave del conocimiento de la historia está en el pasado y no en el futuro...». Y propone lo siguiente: «la ética política hoy tiene que hacer justicia a la injusticia de la historia». Es decir, si permanentemente se nos dice que hay que recordar para evitar que la historia se repita, es porque el proceso histórico ha estado errado, por ello es importante, entonces, recordar para hacer justicia, para que las víctimas cobren los daños, para que los opresores rindan cuentas, para que paguen las deudas contraídas, por la explotación, por el colonialismo, por la guerra.
La historia ha sido escrita por los vencedores, lo que llamamos cultura no es más que la herencia acumulada y transmitida por los vencedores, pero el pasado tiene aspectos inéditos que hay que revelar, que hay que mostrar; se trata de las voces silenciadas, de los saberes subyugados y el conocimiento de los vencidos; de las versiones no oficiales de la realidad. En pro de una clara alternativa a los ideales del progreso y en favor del Principio esperanza, hay que dar luz a esa parte oscura de la realidad, de la historia, hurgar e indagar en lo oscuro, en la marginalidad, en el arrabal, en el lumpen, en la pequeña historia. También en los hospitales, en los manicomios, en las cárceles, en los cuarteles y en las escuelas se ha hecho la historia de Occidente, como nos lo enseñó Michael Foucault. Con todas estas huellas se puede rehacer la historia, dando importancia a quienes han carecido de ella, a las anónimas víctimas que no registra la historiografía oficial.
La propuesta de liberación del hombre determinada por el Racionalismo y la Ilustración, y contenida ya en la exposición de Descartes en el Discurso del método, indicando la necesidad de hacernos dueños y poseedores de la naturaleza. Para la invención de una infinidad de artificios que nos permitan disfrutar sin ninguna pena de los frutos de la tierra y de todas las comodidades que en esta se encuentran», contenía la impronta de la dominación y la opresión. El desencantamiento del mundo fue viciado desde sus orígenes, por los intereses de lucro y de dominio; por la alienación y por el sufrimiento de las mayorías. Por ello la utopía ha de hacerse historia, para enfrentar esa dialéctica negativa basada en el progreso entendido exclusivamente como aumento de la productividad, del consumo y de la represión.
Si como creía Weber, la modernidad, la Ilustración, es un proceso progresivo irreversible de racionalización, está demostrado hasta la saciedad, que dicha racionalización ha sido un proceso continuo de instrumentalización y de pérdida de la libertad, bajo el imperio de las relaciones sociales de producción capitalistas. La razón realizada hasta el presente, ha sido parcial e incompleta y ha conducido a la cosificación del hombre. La ciencia, antaño reputada como emancipadora, hoy sabemos que es reificadora y destructora. No obstante en los conceptos de razón e ilustración, prevalece aún la utopía. La razón no puede ser únicamente la razón dominante-destructora, sino que hay en ella momentos de verdad, ocultos si se quiere, pero que afloran bajo determinadas circunstancias.
Por todo ello hay que denunciar, no la Ilustración como dominio técnico de la naturaleza, sino la perversión de la Ilustración como opresión y represión sobre los seres humanos… No podemos hacer abstracción de esa realidad, incluso se debe entender, también, que en la llamada marcha triunfal de la historia, el fascismo es aliado del progreso, no su negación. Dejando intactas las relaciones de explotación del hombre por el hombre y la alienación, se ha impuesto, de manera global, la ideología del progreso con destructividad, generando las sociedades represivas y distópicas que conocemos, bajo la etiqueta de fascistas, democráticas o socialistas, resultando irrelevante el nombre, porque finalmente son exactas; coinciden plenamente en el proyecto de proclamar la muerte del individuo, mediante la permanente reglamentación de nuestras vidas, por la nivelación gregaria de los gustos, por el triunfo de la mediocridad, el uniformismo y la masificación. En resumen, por la sistemática destrucción de la individualidad y la subjetividad; por la conversión de los humanos en simples rebaños, gracias al empleo de violentos o sutiles mecanismos policivos y pedagógicos, establecidos en estas sociedades tecnocráticas de vigilancia y de control.


Julio César Carrión,
Maestro de Colombia.
Fotografía del texto,
por Ryan Realms,
La utopía.

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