viernes, 22 de septiembre de 2023

ANTONIO GUERRERO AGUILAR - LA VIDA DE MANUEL PAYNO EN LA FRONTERA


ARTISTA DEL CUENTO
ANTONIO GUERRERO AGUILAR

LA VIDA DE MANUEL PAYNO EN LA FRONTERA

En medio del sol abrazador, con un aire tan seco repleto de polvo, iba el Manuel Payno de Matamoros, rumbo al pueblo de Lampazos. Con apenas 18 años, trabajaba como empleado aduanal en el puerto marítimo de Bagdad, junto con otro coterráneo suyo de nombre Guillermo Prieto. No sólo eran compañeros de trabajo y de viaje, ambos compartían los afanes literarios y periodísticos. Recién habían ingresado a la Academia de Letrán, el primero hizo una crónica de un viaje a los volcanes y el segundo recitó una poesía épica, alabando al nacionalismo histórico. 
Cómo sobrevivir en Matamoros, población comparada con la Ciudad de México, donde Manuel Payno nació en 1820 y pasó su infancia y parte de su juventud. Extrañaba el clima, la comida, los mercados, el ambiente afuera de las iglesias y en las plazas, las tertulias y las reuniones con intelectuales. Tener a las gentes del poder a su alcance y de quienes habían logrado la independencia y echado a Iturbide al exilio. Combinaba su trabajo administrativo con desgano y a ratos se ponía a escribir. Tenía su empleo, gracias a que su papá era primo de Anastasio Bustamante y le advirtieron que no importaban las relaciones familiares. 
Siempre fijaba su vista hacia la Laguna Madre. Repasaba el contorno del Río Bravo que desembocaba en el Golfo de México. De aquel lado, en la franja del Nueces, un territorio enigmático como peligroso, sabía que los indios Lipanes y los filibusteros, merodeaban por aquellos rumbos, robando ganado y cayendo sobre los ranchos y las estancias. 
Eso no le asustaba, porque en cualquier momento, los Estados Unidos se iban a quedar con todo, tal y como lo había previsto el general Manuel Mies y Terán, cuando fue comandante militar de las Provincias Internas de Oriente, cuyo cuartel estaba precisamente en Matamoros. Le gustaban las muchachas del lugar, pero las veía inalcanzables, con carácter rebelde e indómito propio de la gente de la frontera. Por eso anhelaba las fiestas y los bailes en la Ciudad de México, más acordes a sus aspiraciones literarias como juveniles.
En su afán literario, mandó sus escritos por correo a las entidades culturales, El Siglo XIX y El Museo Mexicano, los cuales fueron llevados en un barco que cubría la ruta de Veracruz, Tampico y Matamoros. Pero en una ocasión, cometió un grave error, anotó que las muchachas y señoras de Matamoros, aunque guapas eran muy descuidadas en el vestir y que los varones eran flojos. Entonces la que se armó. Los periódicos llegaron al puerto y muchos personajes influyentes leyeron la historia, dedicándose a propagar el rumor, de que el imberbe empleado de la aduana los había ofendido, subestimando a los habitantes del pueblo que brindaba cobijo y sustento a este hombre. 
Por tal motivo, Manuel Payno, debió cambiar su parecer, donde en una crónica histórica de carácter social, se retractó y alabó las cualidades de los vecinos que se sintieron agraviados por sus escritos. 
En una ocasión, vio a unos comerciantes de pieles y ganado procedentes de San Agustín de Laredo, allá río arriba. Le contaron que en Lampazos, un pueblo de Nuevo León, habían encontrado una gran veta de plata. Así que Manuel Payno, escribió mitoteado a sus padres, habló con su jefe para seguir su aventura de llegar hasta donde se hallaba el mineral. El padre se opuso, pero sabía que Manuel Payno tenía un espíritu osado, al que no le causaba suficiente felicidad ni tranquilidad, permanecer en un puesto burocrático. Ante esta situación, el padre habló con Bustamante y Mariano Arista, quienes le dieron una licencia para que se trasladara por aquellos caminos en mal estado, repletos de peligros por los llamados indios bárbaros, ladrones, filibusteros texanos, contrabandistas; sin contar los daños que pudieran causarles los leones monteses, los osos y lobos, los jabalíes y las serpientes venenosas.
Ya en 1838, Manuel Payno emprendió un viaje hacia el Presidio de Río Grande, actual Guerrero, Coahuila; conoció Reynosa, Camargo, Revilla y Laredo, que en ese entonces aún pertenecía a México. Acompañado por un soldado de la Compañía Presidial del Río Grande, que además de guía, le dio apoyo y protección en aquellos parajes abandonados a la buena de Dios. 
A Manuel Payno, todo le causaba curiosidad como sorpresa. Sus impresiones de viaje fueron anotadas en su cartera y las enriqueció con entrevistas personales de los habitantes de la región.
Tiempo después, reconoció que llegó muy joven, montado en un caballo alazán tan flaco como brioso, una espada tan larga como desafilada, unas pistolas de media vara de largo, que habían pertenecido a su abuelo y una cabeza llena de pensamientos románticos. 
Sus impresiones de viaje, fueron publicadas en el periódico, El Siglo XIX, en una columna llamada, El Río Bravo o Grande del Norte. Pronto Manuel Payno, ganó fama como escritor y aventurero. La gente de la capital, no sabía de la situación que se vivía en la frontera, por eso a través de sus viajes y su literatura, se supo de la situación y la historia de los pueblos, de sus habitantes y sus costumbres, como de su valentía como disponibilidad para defenderse de las incursiones y albazos.
Luego con el paso del tiempo, Manuel Payno quedó enamorado de una muchacha, llamada Petrita, quien vivía en el rancho, Los Cavazos. Visitó más adelante las regiones de Sabinas, Boca de Leones y unas grutas en la Sierra del Carrizal y de ahí fue al Presidio y Misión de Nuestra Señora de los Dolores de la Punta de los Lampazos. También visitó el pueblo de San Miguel de la Nueva Tlaxcala, actual Bustamante, Nuevo León, en donde encontró a una población abatida por el ataque de los llamados indios bárbaros, que por cierto interrumpieron una boda de forma muy violenta. 
Tiempo después, llegó a Monterrey, dejando una descripción muy poética para más adelante regresar a Matamoros, donde se convirtió en secretario particular del general Mariano Arista. Todas las narraciones fueron publicadas con mucho éxito en la Ciudad de México. Ya en Matamoros, todo lo que escribió, le sirvió de base para sus novelas costumbristas que lo posicionaron como una de los mejores escritores del siglo XIX.
Por casi diez años vivió en la región de Nuevo León, tuvo su experiencia de aventuras desde el año 1838 hasta el año de 1846, donde todo comenzó por la curiosidad, el caballo flaco y la libreta de literatura. Y no se convirtió en minero allá en las tierras de Lampazos, pero sí llegó a ser un escritor costumbrista muy afamado.

Antonio Guerrero Aguilar,
Artista de México.
Fotografía del texto,
por un artista ánónimo,
Manuel Payno.

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