sábado, 9 de enero de 2021

RUSVELT NIVIA CASTELLANOS - VIDA Y PAZ


ARTISTA DEL CUENTO
RUSVELT NIVIA CASTELLANOS

VIDA Y PAZ

Hoy estoy mal con mi vida; tengo que escribir entonces mis persistencias; donde para la acción perseguida, debo hacer la poesía. En tanto para lo eventual, me encuentro ante la fantasía del presente, hundido en una telaraña extremadamente confusa. Y estoy pedido en aromas de melancolía. Menos mal, hoy atisbo de lejos, una nueva tarde, hermosa tarde, toda saturada de misterios ancestrales. Así su magia de aurora se rehace bajo un techo de estrellas oscilantes. Y de cerca, percibo una caída de hojas negras en el bosque de mi barrio antiguo y sin sueños. Las hojas enseguida se mecen entre la brisa alternada del inacabado destiempo. Ya más luego, veo como las nubes grisáceas se develan por este cielo inventado con una creación de eternidad. Presiento eso sí varias muertes en un prostíbulo que hay a la vuelta del suburbio en donde yo resido, sin mis alegrías y otra vez con mis romances perdidos. Por allá, yace una prostituta, que fue asesinada sin ninguna misericordia de compasión, bajo el dolor. Advierto así, que los hijos de ella lloran su muerte. Ante ello me pongo algo triste, debido a su ausencia. Más a pesar de lo sabido, descubro muchos amores de despechos vivos, allá en los escaños blancos de cada plaza concurrida de esta ciudad de jardines, ella reinventada con unos días de ocobos morados y flores lindas. Así que las parejas de por ahí de momento, van aunadas a su idilio persistente. Ellos van y caminan por entre esos parajes, con sus magias inversas y extrañas. Los enamorados colmados de besos se desean bien procurados, junto a las palomas galanas del viento, voladoras sobre los árboles aromáticos. Y sé así por la pasión, sé que hay así otra vida en otros planetas. Emergen unos mundos desconocidos para el ser humano, más o menos noble, allá en el infinito. Por cierto esos lugares son más atrayentes sobre un complejo espacio de íntima nobleza. Esa gente allá, más civilizada tiene una vida de mayor evolución contra nuestra sociedad atrasada. Sucede así nomás esa armonía del arte con otra almas residentes entre los otros lugares del más allá. Los marcianos, por su parte recorren sus naves luminosas del espacio. Ellos todos lindos, van viajando por el universo de las galaxias; van cruzando, las nebulosas purpureas del inmenso cosmos. Desgraciadamente hay en mi desierto de vida, un montón de sueños perdidos. Eso lo siento en los niños desamparados de una Somalia abandonada. La hambruna en sus estómagos henchidos es execrable lamento y ello se hace indecible. Así con los hechos, hay ganas de revolución. De repente, los poetas solos de mi ciudad delirada, forjan enseguida sonetos en sus cuartos estrechos, inventan armonías de luz, tras cada tarde refulgente en desesperanza. Manifiestan ellos con poemas, las verdades sobre un solo canto acompasado, similarmente a este mismo cantar sereno del hacer, la literatura poética.
En este momento a propósito, me llevo las manos a la cabeza con angustia. Estoy en mi aposento desolado del despecho compungido. De golpe, aquí entreveo mis afectos sin vacilación. Son como una ráfaga de nociones que curiosamente se han encontrado entre las largas calles de este mundo citadino. Veo así, muchos autos que van y vienen por las vías de Bogotá. Es una capital cultural y es una Bogotá de arte, pero con indigentes y con arrogancia en los callejones violados. Ahora, un carro Sprint arrolla lastimosamente a cierto ladrón de poca monta. Hace poco el loquito, quien corría como sin rumbo por la avenida Jiménez, había acabado de coger una cadena de plata, se la jaló a su víctima de turno. Era una pobre viejecita que no tenía nada que comer. Luego quedó todo saldado en desamparo. Sobre el otro tiempo, se cae al suelo el bolso de una mujer. Ella es una oficinista coqueta y su bolso, acaba de resbalarse del brazo suyo, sin previo aviso. Su nombre de preciosura es Consuelo. La señorita lleva su vestido negro y de luto. Va ella para un entierro mientras la tarde se pinta de fuego. Sucede todo esto sin gracia en el Portal de la Ochenta. Y nadie va hasta ella y nadie la auxilia en su necesidad, mal entendida entre el desespero. 
Ya entonces mal, resiento varias locuras en la gente de esta modernidad. Escucho nomás la paranoia en los sanatorios. Suceden en alguna otra ciudad lejana. Es para mí una ciudad, la cual casi nadie visita realmente. Sólo se llenan las calles mediante sus fiestas de San Pedro. Pasada la rumba, pues los viajeros, van y se largan por donde vinieron tristemente. Esta razón por razones de soledad, se debe gracias a nuestro exuberante desempleo. Mientras tanto yo evidencio a unas mujeres paranoicas, no tanto locas de verdad. Están en esta desciudad pequeña y en cualquier caso, sufren como opio en las nubes. Ellas lloran como la niña pálida de Amarilla. Mientras, los marihuaneros encarcelados, gritan la furia adentro de sus cuartuchos, pintados con paredes blancas y rojas. Miran ellos unos gatos rosados a través de las rejas. Lo hacen para ir en búsqueda de un provenir mejor. Quieren sus días alguna frescura natural. Vienen ahora todos ellos y van enseguida con sus batas verdes y descoloridas para ningún lugar. Recorren sus destinos perdidos, bailan un vals de muerte, piensan en esa vaina de cortarse las venas. 
Hay además otro sin número de enfermizos; son los enfermos con sida, muriéndose adentro de los hospitales públicos. Ellos están agónicos en esa Ciudad de México. Son unos ancianos y ancianas, todos tirados sobre sus camillas apartadas del mundo. Huelen a orines y sufrimientos. Ellos no querían dejar antes la vida del andar pecaminoso. Pero se ven hoy sus vergüenzas durante cada mirada pasada. Gritan ellos a la noche y sin embargo, no hay salvación, aún se masturban, luego pierden su corta existencia, entre sus desgracia, llena de epidemia viciada. Es una causa lógica; ante tanta promiscuidad descarada; ellos son sus desvaríos forjados junto a sus acciones nada íntimas, mal dadas con una sexualidad degenerada, rodeada de pringa mozas. 
Entreveo al mismo tiempo, las tristezas en las madres, que pierden a sus hijos en la guerra del mundo siniestro. Ese montón de muertes, me deja con impotencia, mientras me recuesto, junto a la mecedora en donde yo sigo reclinado serenamente. Me bebo un café bajo la tarde difuminada. Y me da mucha rabia, obviamente me pongo mal, porque hay otra vez; bombardeos y demás tiroteos en las sierras del Tolima Grande. Asimismo es el resto de Colombia un abismo infernal. Es mi país una patria de sangre por sus muertos recién tumbados en las praderas, regadas de espesura secreta. Los campesinos son fusilados, sin la menor restricción posible. Nadie dice nada o sino también lo matan. Es Colombia un paraíso de pesadillas decadentes. Hay barbarie de violaciones inhumanas. Hay brutalidades horrendas. Las lágrimas son sus habitantes del presidio. Por lo tanto, se derrama el agua del alma inagotablemente, sin mucha detención. Estas masacres así son muy desbordadas con indecencia. Eso pienso yo y eso leo yo durante cada día de espantos. Y la indiferencia por parte de los dirigentes dicharacheros, no cesa. Menos mal, hay un hombre barbado y de piel mestiza, quien piensa desde luego, el pasado y presente de su país convulsivo. Vuelve entonces el homicidio de Gaitán. El crimen aún sigue impune y en varias manos de homicidas. Regresa entonces el homicidio de Jaime Garzón. Aquí pues nuestra humanidad se quiebra en mil pedazos. Y el pueblo olvida a su historia de inmundicia. Menos mal, hay un hombre de poemas, quien susurra y quien grita: Muerte a la injusticia, muerte a la farsa política. Por poco y casi lo matan. Luego entonces, el poeta, saca así de su memoria, una larga remembranza de guerras efímeras. Ahora él espera a su novia, aparcado bajo un árbol ciprés de hojas verdes. Piensa a la vez con tranquilidad a su tiempo indistinto. Y se aparece allí esa mujer revolucionaria de rostro indio y ella hermosa. Ambos se aman bastante como una preciosidad adónica y ambos se aman tan hondamente como esa novela de José Eustasio Rivera.   
Así que hoy quiero ver mucho arte en las unas y otras almas cautivadas, junto a la imaginación inacabada. Excelsa, más poesía frente a los homicidios injustos. Desiguales, los sicarios son a diario unos desfiguradores tras esta propia incultura social. Maldita sea y nos quitan la sangre, nos queman las virtudes.
Menos mal, todo no es así de malo en nuestra aldea global. Todo no es tan horrible en este planeta tierra de varias bombas atómicas. Pese al dolor, veo aún a mucha gente conmovida por la música romántica. El regalo más grande del mundo es hoy lo más dedicado en las estaciones de radio. Así que los enamorados, bajo los faroles cercanos del mar se besan, escuchan las baladas y ellos ya se van con sus mujeres confiables. Y la balda del poeta, se hace mientras tanto en un sólo brillo notable. Eso deja algo de calma, para mi tarde lluvia y álgida en mi instante desolado. Y desde luego yo embelesado de la Laura lejana, mientras escucho este mismo regalo del amor vespertino. Mi vida hoy ansiosa, por sus besos cercanos a ella, otra vez apenas y cuando la quise hasta siempre, fiel cuando yo la idolatré en un tiempo pasado, igual hoy percibo cierto desprecio, por parte de las mujeres vanidosas, ellas son mujeres altivas; ellas se lo pasan felices en compañía de sus burlas infantiles; mujeres dedicadas a los hombres plásticos, para esta gran ciudad de los olvidados, más ellas se van seguidamente como la sirena de las ilusiones.
Por entre otros lados de callejones, ojeo a otros hombres de gorras rojas. Ellos son los artistas de los atardeceres. Ellos, son los pintadores del Buenos Aires, quienes dibujan en las azoteas de sus casas, las bellezas de la fantasía. Trazan con sus manos unos lindos rostros como de mujeres clasicistas. Son los acuarelistas de unas pinceladas celestiales. Hace un inmenso frío a la vez con cada viento arrasador, pero pese al clima frío, no importa nada; ellos siguen alabando al crepúsculo, que lentamente se retiñe de púrpura. Son así varios los pintores de este atardecer momentáneo. Todos estos artistas aman a sus inspiraciones artísticas. Al menos tiempo después, ellos quieren hacerse como un Pablo Picasso o algún Vincent van Goh, para la época esta de las vanguardias. Por este motivo, vuelan las palomas de la paz, son las pájaras blancas, decorando con su belleza, la gracia del cielo, entre la sutil palidez del ocaso.  
Hay sin embargo mucha gente vagabunda abajo de los puentes citadinos. Sucede esta ruindad diaria en la capital bautizada como Pereira. Ellos los vagabundos, ahora tragan saliva entre dormidos. No comen nada más que galletas viejas de media tarde. Se levantan de vez en cuando de entre sus pocilgas callejeras. Dan por ahí uno que otro paseo a las afueras de su desaliento abandonado. Piden limosna con algo de pena. Después se recuestan hasta el otro día sin mañana. No piensan más que en seguir con algo de bazuco hasta la otra esquina del propio desconcierto. Sólo aguantan hasta la caída del alma vaciada, esperan a cruzar el umbral espectral. Menos mal, que ellos se aman un poco entre ellos. Hay de asombro, unas vagas que se besan con los vagos en las alcantarillas. Un romance entre indigentes, que vaina tan linda. Eso es lo bonito entre los abandonados, ver el amor entre los pobres, quienes no tienen nada, entre sus manos, verlos a ellos desarrapados y con sus bolsillos desnudos, para mí eso es un eufórico poema.   
Al mismo tiempo, me pongo a pensar sobre mi arrogancia. Por momentos me siento con una lástima persistente. No soy sino una suspiro leve del mundo. Aquí ya trato de calmar mis sentidos lentamente. De nuevo, concentro mi tranquilidad intuitiva. Respiro repetidas veces un aire elevado. Descubro así bajo la inspiración un esparcimiento de lluvia sutil sobre las praderas de cierta isla perdida. Veo que es recóndito ese paraje de escasa tierra. Hay muchas aves exóticas en ese rincón del paraíso. Ellas son luminosas cuando vuelan por el cielo purificado. Se posan en las palmeras y esperan la claridad del día para cantar solamente a la selva inhóspita. Así que hay un mar profundo a lado y lado en los arrecifes carmesíes. También hay unas montañas de arena blanquecina abajo de las aguas cristalinas. Y hay varios esqueletos de piratas españoles que andan regados sobre los suelos de esta isla reverberante en silbidos misteriosos. Se sospecha que hubo batallas allí con la historia del mundo. Todos ellos iban en procura de un tesoro, el cual nunca existió realmente, así entonces los piratas, se quedaron por allá solos, junto a sus restos de lo que fueron odiosamente, amarrados a espadas y navíos destrozados. 
Ya de momento aparte, yo adivino un algo de alegría. Sucede igualmente eso de la felicidad en las ciudades de hierro. Se siente mucho bullicio de niños chistosos. Se sabe por allá un ambiente con sobrada risa. Los niños juegan a ser esposos. Los adultos montando en sus atracciones voladoras, son los infantes. Y un pequeñito de por allí, se entretiene comiéndose un algodón rosado. El chico se embadurna del dulce, entre la multitud de  payasos y demás malabaristas con sus pelotas rojas. Otros pelados, se van sin mucha prisa del pulpo. Más un monito de parche, pide un pedazo de manzana a la mujercita que tanto ama miedosamente. Pero ella no dice nada. Luego entonces reflota un globo amarillo, se suelta de las manos de una niña colegiala. Este globo comienza a danzar así pues por el aire limpio de la libertad. Y todos los niños de allí quieren amar otra vez a su existencia, quieren vivir un mejor pensamiento exterior. Todas sus fantasías se ven además en sus mentes, adentro de sus caras llenas de rubores. Y algo así similar pasa en sus ojos algunos negros, los otros azules y llenos de luz. 
Ya adentro de otro laberinto de vida; miro a los borrachos del día desperdiciado. Estos paseantes de tabernas, se saben mal, luego de padecer, luego de caer, bajo un vacío de rumbas universitarias. De hecho había unos en carnavales, poblados con música salsa y había otros en los eventos, sobrecargados con música metálica. Son igual muchas cantidades de madrugadas, todas despobladas en sus corazones pesarosos. Además el olor a cerveza adentro de los moteles es ahogado. Hay dolor de cabeza en sus conciencias disipadas, lo sufren. Los indigentes del mañana, creándose desde la juventud. Y las botellas de aguardiente regadas por toda la habitación, hay por cierto mucho vicio adentro de sus cuerpos lóbregos, mucho éxtasis en sus cerebros volcados. Al cabo, algo de culpa sobre lo que se hizo ayer. De hecho, esto va pensando un atravesado culposo; no haber tomado aguardiente hubiera sido una buena solución. Y claro, resurgen los besos mal intencionados entre los amantes incautos, ellos lo recuerdan entre la resaca del día. Aparte algunos jóvenes y muchachas, reviven las caricias esquivas que se dedican con sus estilos gomelos, también las inspiran de amanecida. Y varias parejas aún se besan, afuera del bar con locura. En cuanto a lo otro inmediato, aparecen unas mujeres coquetas, ellas van sentándose en las barras de cualquier cantina. Algunas son muy lanzadas y a ellas les gusta ser descaradas. Sin sorpresa, muestran sus tangas a casi todos los hombres de estas calles peligrosas. En sucesiva ebriedad, una rubia ya se acuesta con el primer hombre que se le atraviesa a costa de unas cuantas monedas. Ese tipo de mozas, así parecen estar desnudas antes de la hora justa. De paso, los cigarrillos están a medio a acabar en las canecas del motel rosado, donde los amantes hicieron sus maromas tranquilamente. Hay asimismo, una sobrada desnudez adentro de los cuartos bochornosos, las mujeres con las vaginas abiertas, los hombres chorreados hasta el cansancio. Y no nace otro aliento, para seguir con estas drogas y este trago, nomás un ahogo que nos hunde otra vez en nuestra misma saciedad. 
Ahora en lo personal, ante todo este espejo de rutina, mejor me voy a otras partes recónditas. Atisbo ya a los jefes del trabajo banal. Ellos con sus trajes negros van contando los arrumes de billetes, atrás de sus escritorios lujosos, se saben entre montañas de dólares y muchas joyas de lujo extravagante. Ya están gordos de tanto comer soledad. Ya están hastiados de beber tantas lágrimas. Pero ellos siguen ambiciosos a su dinero esclavizador. Entran en desazón por no tener otro auto frente a sus mansiones privadas. No quieren ser menos que los otros semejantes. Sólo ansían llenar sus cajeros de medio pelo, una vez más con muchos números superfluos. No hacen estos gordos sino verse con otra mujer entre las sábanas del camastro holgado. Ellos como ricos de plata, se piensan acostados con muchas mujeres, igual de lujuriosas. Y estos marranos, allá saborean las muchas orgias desbocadas. Los viejos canosos se comprenden además como los dueños de su única ilusión, pero nada de respeto al fondo de sus corazones negros, nomás escasez moral hacia los otros compañeros del mundo alocado. Al tanto, hay mucha fama inventada con mentiras siniestras. Se ve una fiesta de disfraces frente a sus amigos del club nocturno, cuando ellos juegan golf. Ellos, son una perfección con sus teatros premeditados. Pero en la verdad interna, resultan ser un desquicio. Desde sus familias agrietadas, se respira una guerra de señalamientos con hipocresías. Más detrás de todo, caen una cantidad de sollozos, se sueltan adentro de esos matrimonios fatales. Y al final del drama, se sufre una existencia del desvarío inservible. Luego, sólo da lástima verlos tan ciegos de día. En cuanto a la otra ronda, no toca sino tomar pan y pedir agua en las afueras de una catedral, porque bajo el ayer crepuscular, no se hizo ni la nada, sino todo el mal con la humanidad.    
Así y por tanta ignorancia, yo descubro a los jóvenes ricos, yendo ensimismados en sus crisis personales. Ellos, van con los pelos fosforescentes. Sobre sus adicciones, mantienen con el cuerpo intoxicado, meten demasiados químicos. Eso parecen unos gringos atómicos de esta última época. Giran sobre unas psicodelias que los embota bajo la decadencia. Para colmo, diviso a un joven con sus manos cortadas, por tanto inyectarse sus brazos con heroína. Lo hace este chutero, dizque para así mitigar, todas sus tragedias familiares, mal comprendidas tras su destiempo curiosamente repetitivo. 
Entre tanto, los otros jóvenes se quejan por sus vidas, mal llevadas hasta el delirio. Por nada, pelean contra los pacifistas, todo lo creen malo. Igual, no hacen ni una acción poética por recuperar sus destinos. Mejores, lloran de frente a sus padres, porque exigen tener una máquina de última tecnología. Y patalean, cuando les niegan el coche último modelo. Eso son unos vagos. Piden a sus madres; piden a sus padres, unos viajes únicos por latinoamérica. Pero a la hora de responder con creación, producen nada. Idénticos, siguen con sus rebeldías infantiles. Así que los monos ricos con las modelitos, no hacen sino ahogarse en sus pozos simplemente derrumbados. Ellos decaen en los parques, tras cada rato del atardecer fugaz. Tramposos, promueven peleas en los colegios privados. Eso dizque, porque hubo golpes afuera por una mujer que jugueteaba con varios enamoraditos. 
Se meten asimismo los chinos en problemas con los ancianos, por querer hacer diabluras de romper vidrios. Luego todos estos pibes del antifútbol, ahí si adoran a sus primos y sus tíos, para que les paguen la maldita fianza, que ellos se coronaron con un pelotazo, que terminó en la ventana. Y por eso mi país casi no va al mundial. Hoy sólo mi gente, gusta hacer lo que se le da la gana. Esa es la vida juvenil del jolgorio rumbero. Los morenitos, piden mucha gabela y dan poca magia creativa. Los blanquitos cogen mucho dinero y dan poca justicia a esta patria boba. Ellos, esputan los polvos blancos de sus bocas sucias, cada vez que se presenta la menor oportunidad, cuando hay fiestas a mitad de año. Entre tanto, hay humillación para los pobres sin ropa elegante, pero ellos sabios, porque hay humildad en sus corazones. 
Ya de seguido en este túnel negro, predigo unos instantes del horror poesiano. Huelo un aliento de muerte al fondo de un pantano bogotano. Sale algo de sangre humana en las mareas desencantadas. Para mí, no es rara esta novedad. Alguien murió allí bajo las aguas del pantano oscuro. Y aún nadie sabe sobre este crimen lejano al día. Entre otras cosas, sé que un sacerdote murió cerca a la calle del Bronx. 
Ya más adelante, sospecho que un criminal sin muelas, hoy entierra a su bambuquera nocturna. Acaba de lanzarla a cualquier fosa abierta de moscos hambrientos. Este malestar, sucede adentro de un cementerio nacional. El lugar, queda donde varios artistas han sido enterrados con el olvido. Ahora, ninguno de estos genios, anda de cuerpo presente. La metrópolis se destruye lentamente. Sólo crece la esquizofrenia en nuestras mentes, sin moral. Unos y otros hacen hurtos de puñal en cada esquina. Unos y otros se roban la plata del gobierno. Muchas dementes, matan con revólver en mano. Tanto, que acribillan a un anciano en una ciudad de ocobos marchitos. Y así el asesino del atardecer, culmina su homicidio diario, bajo un simple anochecer. Ya contra este caos, solamente un búho cantor fue quien vio el asesinato. Por su parte, los policías siguen durmiendo en sus carros de sirenas. 
Ahora igual sin mucho bien, las mujeres quieren ser unas mariposas rojas en los jardines del cielo. Se escucha a la vez un disparo entre los callejones alocados de Ciudad Bolívar. En lo posible, mañana sacarán al cadáver con una funda negra. Y tal vez aparezca otro muerto, flotando por la cañería de abajo del barrio, pero bueno, así es la vida desordenada y la locura mundial. 
Por última presencia, antes de que acabe la noche, yo entreveo los cantantes de poca fama real. Yo los miro de frente a sus ojos agrandados. Ellos andan todos repintados y están en los espectáculos de televisión. No quiero decir cuales canales patrocinan este juego tan humillante. Sobrará decir, quienes se burlan de la gente realmente. Entretanto algunos vocalistas, evocan sus cantos con voz sonora. Se suben ahora a las tarimas del desconcierto y de golpe ellos hacen su presentación galosa. Hay uno morenos con estilo tropical, otros rubios que tienen tendencia rockera. Esos no pasan desapercibidos ante los famosos. Y hay unos que ni para qué me sigo riendo. Los sobrantes, no saben agarrar una guitarra acústica. Están desentonados con ganas de sabotaje; sin más, son echados por los payasos. Disforme eso sí hay que decirlo, toda esta mayoría de gente, quiere ser reconocida entre la multitud de gente, nunca escuchada con amor. Apenas, hay una simple fascinación en ellos, por las cámaras con algo de acción fugaz. Por tal causa, mejor me desaparezco de ese mundo farandulero.
Y a la hora; sólo atraigo a una hermosa angelita, ella tiene los ojos verdes. Ya se posa en la balaustrada del balcón, donde yo estoy recordando sus romanzas. Clara ella, me aleja de esta soledad, hace que cierre este monólogo extendido. Así que aquí, voy acallando la boca y feliz me voy contigo, hasta el otro mundo, mi vida.

Rusvelt Nivia Castellanos;
Cuentista de Colombia.
Fotografía del cuento,
por Velt,
Claridad del cielo.

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