lunes, 24 de enero de 2022

ALLAN KARDEC - ACERCA DE LOS ESPÍRITUS

 
MAESTRO DEL ESCRITO
ALLAN KARDEC

ACERCA DE LOS ESPÍRITUS

Los Espíritus no son, como muchas veces se imagina, seres aparte en la Creación. Son las almas de los que han vivido en la Tierra o en otros mundos, despojadas de su envoltura corporal. Aquel que admite la supervivencia del alma al cuerpo, admite por eso mismo la existencia de los Espíritus; negar a los Espíritus sería negar el alma.
En general, se tiene una idea muy errónea del estado de los Espíritus. Ellos no son, como algunos suponen, seres imprecisos e indefinidos, ni llamas semejantes a los fuegos fatuos, ni fantasmas como los que se presentan en los cuentos de aparecidos.
Son seres semejantes a nosotros, que tienen un cuerpo como el nuestro, pero fluídico e invisible en el estado normal.
Mientras el alma está unida al cuerpo durante la vida, tiene una doble envoltura: una pesada, densa y destructible, que es el cuerpo; la otra fluídica, ligera e indestructible, denominada periespíritu.
Existen, pues, tres elementos esenciales en el hombre: 1.º el alma o Espíritu, principio inteligente en el cual residen el pensamiento, la voluntad y el sentido moral; 2.º el cuerpo, envoltura material que pone al Espíritu en relación con el mundo exterior; 3.º el periespíritu, envoltura fluídica, ligera, imponderable, que sir- ve de lazo y de intermediario entre el Espíritu y el cuerpo.
Cuando la envoltura exterior está gastada y ya no puede funcionar, cae y el Espíritu se despoja de ella, así como el fruto se despoja de la cáscara, el árbol de la corteza, la serpiente de la piel; en una palabra, del mismo modo que se deja una ropa gastada; esto es lo que denominamos muerte.
La muerte es apenas la destrucción de la envoltura material. El alma abandona esa envoltura como lo hace la mariposa con la crisálida; aunque conserva su cuerpo fluídico o periespíritu.
La muerte del cuerpo libera al Espíritu de la envoltura que lo ligaba a la Tierra y lo hacía sufrir; una vez que se ha liberado de ese fardo, sólo le queda su cuerpo etéreo, que le permite recorrer el espacio y trasponer las distancias con la rapidez del pensamiento.
La unión del alma, del periespíritu y del cuerpo material constituye el hombre; el alma y el periespíritu, separados del cuerpo, constituyen el ser denominado Espíritu.
Observación. De este modo, el alma es un ser simple; el Espíritu, un ser doble, y el hombre, un ser triple. Sería, pues, más exacto reservar la palabra alma para designar el principio inteligente, y la palabra Espíritu para el ser semimaterial formado por ese principio y el cuerpo fluídico. Pero como no se puede concebir el principio inteligente totalmente aislado de la materia, ni el periespíritu sin que esté animado por el principio inteligente, las palabras alma y Espíritu son, en cuanto al uso, empleadas indistintamente una por otra. Es la figura que consiste en tomar la parte por el todo, así como se dice que una ciudad está poblada por tantas almas, o que una aldea se compone de tantas familias. Con todo, desde el punto de vista filosófico, es indispensable establecer la diferencia.
Los Espíritus, revestidos de sus cuerpos materiales, constituyen la humanidad o mundo corporal visible; despojados de esos cuerpos, constituyen el mundo espiritual o invisible, que puebla el espacio y en medio del cual vivimos sin sospecharlo, así como vivimos en medio del mundo de los infinitamente pequeños, cuya existencia tampoco sospechábamos antes de la invención del microscopio.
Los Espíritus no son, pues, seres abstractos, imprecisos e indefinidos, sino seres concretos y circunscritos, a los cuales sólo les falta ser visibles para asemejarse a los humanos. De ahí se sigue que, si en determinado momento pudiéramos levantar el velo que los oculta a nuestra vista, constituirían una población alrededor nuestro.
Los Espíritus poseen todas las percepciones que tenían en la Tierra, aunque en un grado más alto, porque sus facultades no están aminoradas por la materia; tienen sensaciones que nos son desconocidas; ven y oyen cosas que nuestros limitados sentidos no nos permiten ver ni oír. Para ellos no existe la oscuridad, con excepción de aquellos cuyo castigo consiste en hallarse transitoriamente en las tinieblas. Todos nuestros pensamientos repercuten en ellos, y los leen como en un libro abierto; de modo tal que lo que podemos esconder a alguien mientras vive en la Tierra, ya no se lo podremos ocultar cuando sea Espíritu. (Véase El libro de los Espíritus, § 237.)
Los Espíritus están en todas partes: a nuestro lado, se codean con nosotros y nos observan sin cesar. Por su presencia incesante entre nosotros, los Espíritus son los agentes de diversos fenómenos; desempeñan un rol importante en el mundo moral, y hasta cierto punto en el mundo físico, de modo que constituyen una de las fuerzas de la naturaleza.
En tanto se admita la supervivencia del alma o Espíritu, es racional que también se admita la supervivencia de los afectos; de lo contrario, habríamos perdido para siempre el vínculo con las almas de nuestros parientes y amigos.
Puesto que los Espíritus pueden ir a todas partes, también es racional que se admita que aquellos que nos han amado duran- te la vida terrenal sigan amándonos después de la muerte, que se acerquen a nosotros, que deseen comunicarse con nosotros, y que para eso se sirvan de los medios que están a su disposición. Esto es lo que la experiencia confirma.
En efecto, la experiencia prueba que los Espíritus conservan los afectos sinceros que tenían en la Tierra, y que se complacen en acercarse a aquellos a los que han amado, sobre todo cuando estos los atraen con el pensamiento y los sentimientos afectuosos que les dedican, mientras que se muestran indiferentes en relación con aquellos que sólo tienen indiferencia para con ellos.
El espiritismo tiene como objetivo la demostración y el estudio de las manifestaciones de los Espíritus, de sus facultades, de su situación feliz o desdichada, así como de su porvenir; en suma, el conocimiento del mundo espiritual. Una vez que han sido comprobadas, esas manifestaciones dan como resultado la prueba irrefutable de la existencia del alma, de su supervivencia al cuerpo, de su individualidad después de la muerte, es decir, de la vida futura. Por eso mismo, el espiritismo es la negación de las doctrinas materialistas, ya no mediante razonamientos, sino por medio de hechos.
Una idea bastante generalizada entre las personas que no conocen el espiritismo es la de creer que los Espíritus, por el solo hecho de que se han desprendido de la materia, deben saberlo todo y poseer la suprema sabiduría. Este es un grave error.
Dado que los Espíritus no son más que las almas de los hombres, estos no adquieren la perfección tan pronto como abandonan la envoltura terrenal. El progreso de los Espíritus sólo se realiza con el tiempo, y no es más que paulatinamente que se despojan de sus imperfecciones y adquieren los conocimientos que les faltan. Sería tan ilógico admitir que el Espíritu de un salvaje o de un criminal puede convertirse de repente en sabio y virtuoso, como sería contrario a la justicia de Dios suponer que continuará perpetuamente en ese estado de inferioridad.
Así como existen hombres de todos los grados de saber y de ignorancia, de bondad y de maldad, lo mismo ocurre entre los Espíritus. Algunos de ellos son apenas frívolos y traviesos; otros son mentirosos, traicioneros, hipócritas, malos y vengativos; otros, por el contrario, poseen las virtudes más sublimes y un grado de saber desconocido en la Tierra. Esa diversidad en las cualidades de los Espíritus constituye uno de los puntos más importantes a considerar, porque explica la naturaleza buena o mala de las comunicaciones que se reciben. Debemos dedicarnos, sobre todo, a distinguir unas de otras. (Véase El libro de los Espíritus, § 100 - “Escala espírita”; y El libro de los médiums, cap. XXIV.)

Allan Kardec,
Maestro de Francia,
escrito del libro,
¿Qué es el espiritismo?
Capítulo II, 
Nociones elementales de Espiritismo,
Acerca de los Espíritus.
Fotografía del texto,
por Mohi Syed,
La luces del universo.

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