martes, 13 de abril de 2021

RUSVELT NIVIA CASTELLANOS - TU OTRA PRESENCIA

 
ARTISTA DEL CUENTO
RUSVELT NIVIA CASTELLANOS

TU OTRA PRESENCIA

Hoy abres los párpados y tus ojos vivaces; para este nuevo amanecer, que florece algo reluciente, algo sorprendente. En el seguido instante, tú optas por ubicar una mirada al ahogado ámbito de la habitación donde resides. Descubres entonces el tapizado verdoso, que recubre las paredes de tu encierro. Eso parecer ser lo cierto. Así te piensas abstractamente en esta presencia viciosa, porque aún permanece este lugar en la inconstancia de tu raro sobrevivir; que te es muy variado de razón, tras las veces alteradas. Pero a pesar del dolor; bajas aquí las vistas un poco más junto al espacio modernista. Lo haces para revisar las muchas obras literarias que tienes a un lado de la litera en donde te acabas de despertar sórdidamente. Están bien acomodos los unos libros sobre los muchos cuentos. Hay obviamente varios escritores latinoamericanos. Así que ahora te levantas con lentitud, estiras el brazo y en un movimiento lento; tomas una de las obras con tus manos. Después vuelves a recostarte. Ya lentamente comienzas la lectura de Angelitos Empantanados. El libro es de Andrés Caicedo. Fue un joven escritor de los más buenos. Se suicidó por la misma lástima de siempre. Es además uno de tus narradores favoritos. Aparte de todo en cada cuento; que hay esbozado allí en el libro, tú ya descubres esa efusión recreada sobre las muchas frases amorosas y dicientes. Así que hay un sólo rocío de cadentes versos sollozantes, cuya negrura parece ser algo gótica, para este escritor embrujado, solamente fascinado por la prosa mayor. 
Por lo tanto, ahora realizas una lectura juiciosa desde tu propia imaginación. El cuadro de los personajes que se va inscribiendo en la historia principal, te va agradando en lo artístico. Y son muy curiosos los sucesos del escritor. Te hacen reír un poco a medida que te vas dejando seducir por la literatura poética. Todo su mundo de silencios y de paseos por las calles del pasado; te van introduciendo allí con la lectura de cada palabra sutil, sin embargo, hay una sorpresiva intrusión para tu realidad difusa. Te aparta de la lectura tras un solo golpe estremecedor. Así que giras el rostro hacia un lado tuyo. Sueltas el libro en el acto del asombro. Ves que es una mujer quien acaba de llegar. Es tu novia de este rato molesto. Tu enamorada es blanca y delgada. Y es hermosa para tus ojos de color negro. Acaba de pasar desnuda por el frente tuyo. Ojeas sus senos atractivos. Se dirige hacia el baño de al lado. Anoche no se quedó en tu cuarto la muy vanidosa del nunca acabar. Ante esto, ya tomas algo de aliento para calmarte y no hacer ninguna pelea. Procuras acercártele sin más espera a su belleza. Descansas la vista por unos segundos en todo su cuerpo de ébano. Le vas a tomar el brazo con fuerza. Pero no lo decides vertiginosamente. Mejor te detienes. La dejas quieta con su baja arrogancia. No la quieres molestar otra vez. Está supuestamente algo disgustada contigo. Fue por lo de ayer. Eso lo sabes más bien que mal. Al final, pues terminaste siendo el culpable del caluroso drama. Siempre pasa lo mismo con sus pendejadas de niña coqueta. 
Por lo tanto; ideas algo más en ella, mientras decides pasar al armario que está un poco más allá de la mesa de noche, donde descansan algunas obras de Jorge Luis Borges. Una llegas vez allá, extiendes la mano, abres la compuerta principal de cedro y enseguida te tropiezas con varias camisas azules y con algunos pantalones sedosos. Esta ropa la usas para los eventos especiales; fuera de otras prendas que son de tu gusto, para salir a la calle bañada de apariencias. Un segundo después, decides colocarte la bermuda negra que tu novia te regaló cuando fueron a Santa Marta, no te pones nada más. Entre tanto, te acomodas esta prenda como puedes y enseguida pasas a tomar el pasillo de la izquierda, el de la derecha no lo escoges, porque ese te lleva a las otras habitaciones, te deja en el primer piso y en la salida de tu estancia. Así entonces, si coges por allí y abres la puerta principal que da afuera, descubres justo enfrente, un parque frondoso de araucarias y algunos niños morenos, jugando fútbol por allí a ser grandes pibes; ya por lo demás, para cada tarde angustiosa, observas de pronto a cierto viejito. Es algo pequeño. Anda con su pelo alborotado y se ubica en las bancas descoloridas del parque. Permanece así casi todo el día. Extrae un periódico sucio de su mochila, lo limpia y al rato se dispone a leer hasta cuando empieza la caída de la noche, otra vez sin la luna.
Ahora bien, aclarado este propio asunto; no tomas el pasillo de la derecha, por el momento. No lo haces por ningún motivo. Sólo tomas este destino de la izquierda. Ese que te lleva al baño privado y luego al cuarto estudio, tranquilo lugar donde haces algo de música con la guitarra. Así que por esta razón y otras cosas más; das unos y otros escasos pasos por ahí y listo. Ya está todo arreglado, te encuentras al interior del ilustre cuarto de artes. Sabes eso sí, que un segundo antes quisiste descorrer la cortina de coloraciones blanqueadas. Luego, pues abriste la ventana que mira hacia los patios de las casas contiguas de tu barrio anticuado.
Mientras tanto y ya para este otro presente, te ubicas en la silla azul, que mira hacia el computador de trabajo y juegos. Te sabes entonces cuidadosamente ubicado allí. Te acomodas lo mejor que puedes entre la frescura del viento. Estiras los brazos hacia los lados ahora y al mismo tiempo, miras de reojo los largometrajes que tienes abajo del escritorio tuyo. Piensas aquí en colocar alguna cinta colombiana, quizá dejar rodar; Las Cartas del Gordo o dejar pasar, Amores Perros. Te encanta ver muchas escenas eróticas y algo chistosas para tu propio agrado. De todos modos es mejor no hacerlo. Sólo tomas otra opinión sin mucha espera ansiada. Para ti, no es algo oportuno durante estos instantes simplones, ver algún largometraje. Sucede, porque ya no hay mucho agrado entre risas anhelantes, para disfrutar los acontecimientos de acción y terror en compañía de algún amigo cualquiera. Ahora pues sería peor; idear esta ansiedad con tu novia otra vez tardía. Más bien, contemplas las obras literarias que están perfectamente acomodadas en la pequeña biblioteca, que hay a tu alrededor circundante. Son muchos los novelistas de tus preferencias, igual para este momento decaído, sólo descubres algunas obras existenciales de Albert Camus. Además ya vas sabiendo mucho sobre el humanismo de Ernesto Sábato. Aquí entonces; tomas alguno de estos libros para apreciarlos atentamente. Luego, tras otro movimiento calmoso entre los dedos, decides encender tu computador de la progresiva abstracción. 
Para estos segundos, vas leyendo al gran escritor de Abaddón, mientras esperas a que se termine de cargar el Windows de siempre. Pues comprendes que se demora algunos cantos de pájaros en estar a tu entera disposición esta pequeña máquina. Sigues leyendo atentamente. Pasas las páginas con premura hasta cuando una de las vecinas seniles del lado, te distrae por vez primera. De hecho, acaba de asomar su cara por la ventana de atrás. Se ve algo triste. Está viendo revolar las palomas negras en el cielo purificado. Sabes que ella convive con otra mujer; quien es algo más joven que su propia decrepitud. 
Ya por lo demás; entiendes que ambas mujeres, tratan de ser reservadas con casi toda la gente de los alrededores armoniosos. Por qué será esta actitud tan terca. Es extraño este enigma. Hasta contigo son así de prevenidas. No conversan casi con nadie entre los días. Esta sospecha se te hace algo rara obviamente; igual por allí son susurrados entre los muchos vecinos; algunos chismes curiosos sobre sus intimidades contrapuestas. Quién sabe qué será de sus ayeres ocultos. Eso pues tú no lo sabes muy bien. Además no te interesa mucho lo que diga la muchedumbre del escándalo social. Y pues la verdad no hay nada especificado realmente; sobre sus vidas longevas. 
Apenas sabes que la mujer más joven y de piel blanca; sufre de la rabia fuertemente. Anda con ansiedad para cada nada tardío. Es delgada y tiene unas mejillas un poco infladas. En su nariz hay una forma de risa chata. Ya sobre la otra mujer, se entiende que es muy morena. Es algo gorda y de cabellos negros. También es algo enfermiza en su dolencia rutinaria. Padece más que nada como de la mente a la vez misma. Así se conoce este chisme de siempre. La señora Patricia pues está pensionada. Esta mujer es la anciana de piel morena, quien no para de ser mala gente. 
Entre tanto, aquí por fin termina de configurarse el computador de tu agrado. Ahora sí puedes hacer el trabajo de inglés. Afortunadamente tienes internet y así sea lenta tu máquina, no importa mucho para ti. Aquí ya te ves con el chat de tu preferencia abierto. Decides colocar entonces alguna frase filosófica en el tablero de mensajes: Amar es consagrar un sentimiento de entrega para tu alma gemela. Lista la poesía del día. Una vez terminas dicha erudición; optas por abrir el programa de música con la elegancia de tus manos. Pues por estas mañanas, tan contrariadas, sin saberse por qué ni cuándo en lo real; anhelas ya escuchar alguna canción de Nightwish. Te trama bastante esta banda extranjera, no es verdad, cierto que sí. Además este grupo musical, le gusta a tu novia y así estés compasivo por la grosería que te hizo desde ayer; quieres hacerle ver las cosas de una buena vez; ya sabrás como hacerlo resueltamente. 
Pero que pasó ahora. Maldición ciega. Sorpresa ante tus ojos distraídos. Ya se acaba de conectar la muchacha que hace algún tiempo conociste en la Universidad. Es hermosa como ninguna otra musa. Tú le dedicas pues de vez en cuando algunos versos susceptibles en perfumados olores a rosas. No hay casi dudas. Es ella en su distancia muy atractiva. Es esa preciosa de cabellos castaños, la que tanto amas. Así que le conversas un poco y con cierta cautela. La quieres como a ninguna otra en este mundo de odios. No contesta sin embargo. También está disgustada contigo entre su dolor acallado. Sospechas el por qué del silencio. Esta mujer es algo susceptible. Nada que contesta. Así que decides enviarle un zumbido mientras aprecias de cerca el encanto de su rostro en la fotografía, que ahora tiene junto a la ventana de mensajes. Está sola ella posando para la cámara del otro espacio. Lleva una blusa azul puesta y el cabello recogido. Y lo sabes muy bien. Esa mujer te gusta en demasía. Te seduce por lo precavida. Su perfección es bella a tu ser de poeta. Pero su voz nada que contesta. Te molesta su actitud de inmadurez que toma algunas veces. Se te hace exasperante cuando así se pone. Pero la amas y se lo perdonas. Entretanto el leve rumor de la regadera cesa. Frente a esto entonces apagas el computador. Lo haces de un sólo golpe y con algo de ira en tu interior. 
Ya no sabes qué hacer con tu novia. Hoy no la quieres volver ver frente a tu presente. No imaginas que decirle a su desprecio. Además tampoco no crees cómo decírselo. Por otra parte hoy es domingo. Entonces, ante esta otra molesta contrariedad, sales rápidamente del cuarto artístico. Tampoco haces el trabajo de inglés. No te quedan ganas de hacerlo a causa de todo este enredo. Por lo tanto tomas la primera camiseta que está al alcance de tu mano en el cuarto y ya con cierta sospecha razonada en tu conciencia, sales de tu casa hacia el parque de tus olvidos, porque aún necesitas pensar sobre esta relación tan contrapuesta que hay engendrada para estos días tan asombrosos de tu vida. 
Del otro lado tardío; así fue, te colocaste una camiseta blanca con la pintura de Chaplin atrás. Sabes por que te la colocaste. A ella le trae malos recuerdos. Además es claro que hoy no la quieres procurar como tampoco deseas enamorarla más. Estás harto de toda esta sucia parodia que inventa a cada nada. Quizá mañana estés más tranquilo y de pronto resuelvas hacer algo con sus reproches. No sabes bien que ingeniar por el momento. Es posible que le digas en una última rabia y sombría carta, que ya no la amas, porque sí, porque ya te cansaste de la gritería y la insolencia que hay en su ser de mujer. Eso sí, ahora no está bien, ahora sería más prudente hacer otros movimientos. Así que sales con desespero de tu encierro y te ubicas en las bancas verdes del frente de tu residencia. Luego te llevas las palmas de las manos a la cabeza. Entretanto, tu novia acaba de verte desde la ventana del cuarto de tu padre. Apenas la descubres te abrasas a ti mismo en el acto y haces la imitación como si estuvieras envuelto en tu soledad nomás. Ante esto ella empieza a llorar. Logras lo que le quieres decir. Ella se siente algo culpable. De hecho sigue sollozando. Ahora esconde su rostro lacrimoso y se vuelve hacia tu dormitorio. Por parte tuya, sólo piensas: Que pendejada de mujer, hermano, qué hacer con ella. Sí, es cierto, no hace si no joder con sus reproches, que a la vez son inútiles, bueno, pero al menos entendió lo absurdo de su bajeza, casi que no.
Ahora estás más tranquilo como si no sintieras ningún compromiso con tu dizque mimosa y querida; Claudia. Elevas desde luego un poco el rostro hacia la claridad del cielo. Está azul y con pocas nubes blancas. Luego vuelves la vista a tu izquierda, sin improvisto. Acabas de ver salir a las dos señoras de al lado. No se cogieron de la mano. Nunca lo han hecho, son disimuladas. Ya toman calle abajo. No prestas muchas atención a esta vaina. No te interesan mucho. Ellas son como taciturnas y poco afables. Y eso te molesta. Lo mejor es volver tu rostro hacia el suelo para así pensar en tu extraña ciudad musical, que se halla de algún modo aquietada con el dolor de las almas, todavía como en un atraso social, pero a la vez como entre un leve soñar de decadencia cultural y literaria. 
Así lo comprendes y así te sientes en esta ciudad, mientras tus pensamientos se van transformando con el avanzar de los segundos, porque lentamente reaparece entre tu memoria el recuerdo de tu hermosa pretendiente. Es claro que ella procura ser justa con tu amor sincero. Pero es que a la vez es pretenciosa cuando tú te descuidas. Sólo lo hace un poco por molestarte. En lo total, hay es que estar pero más pendiente de esta chica. Y dejar a la otra lo más pronto posible. Además tu querida pretendiente es intelectual y sociable. Ello es muy bueno, pero cierto, su ideal moral es algo inconstante. De este problema no hay dudas, no necesitas negarlo. Ella es algo simplista sobre sus concepciones espirituales. Hay apenas una exaltación exagerada hacia su propia unidad. No sabe que prosigue tras la otra muerte. Pero para qué, tienen inteligencia en otras cosas eruditas. Es además estudiosa en el resto de sus labores y eso te gusta. 
Entonces bien; una vez concluido este asunto sobre el que hacer con tu novia, te vas de allí, enseguida decides volver a tu acallada residencia con exagerada resolución. Te acercas con gran soberanía. Abres la puerta de metal. Ingresas a la sala central. Cruzas los muebles. Subes las escaleras en forma de espiral. Arribas al segundo piso y saludas a tu padre, quien se acaba de despertar. No conversas mucho con su voz escritural. Y no tienes muchos anhelos de estimularlos en este momento alocado. Sólo le sugieres que lea la prensa que está abajo en la sala, mientras tú vas pasando a tu habitación. De golpe pues te encuentras con tu hastiada novia. Está sentada en tu cama de tendidos blancos. Lleva puesto un vestido enterizo de color verde olivo, entretanto tú, te vas hacia su cercanía y le gritas que se vaya del lugar, lo más pronto posible, porque no toleras más su presencia; ante esto, ella procura disuadirte con extrañas excusas en compañía de algunas caricias a tus mejillas, algo pérfidas, algo descaradas. Igual tú, no le haces caso. Ya no estás para soportar todo ese poco de ridiculeces juntas en una sola ceremonia de dramas lastimeros. Sólo la apartas de tu cuerpo con violencia y luego la intentas expulsar con irrestricta decisión de tu cuarto. Ella se resiste, parece que no lo quiere entender. Entonces la tomas por el brazo con fuerza y la expulsas de tu sosegada casa con algo de furia. Lo haces entre tu alma intranquila. Antes pudiste bajar las escaleras de mármol vertiginosamente con esta mujer, tan molesta. La querías maltratar; querías lanzarle un solo puñetazo en la boca sucia, pero te resististe. Más bien, le cerraste la puerta de afuera con odio en la cara hasta otro despertar, que no es de aquí y que nunca lo fue realmente. Tu padre, por su parte, quien observa este desastre, no pronuncia ninguna palabra. Deja que la saquen sin cortesía y sin más restricción. Sabe que se lo merece; eso y mucho más, entre sus pendejadas delirantes. Y tú también entiendes que ella se ganó esa desgracia. Antes has sido comprensivo con sus bobadas, casi que no te la quitas de encima. Y eso está bien, no te lo discuto, pero para nada. 
Ahora vuelves a la sala del primer piso. Llegas algo nervioso del garaje. Rodeas además esta mesa de cristal italiana, que hay en el centro del lugar con un tablero de ajedrez. Casualmente hay una partida, todavía está sin finalizar. Al parecer las negras llevan cierta ventaja. Eso se cree a simple vista. Sin embargo, no quieres prestar suficiente atención al juego que iniciaron ayer en la noche tus primos. Ves esto mientras tanto y de una vez te da ira; porque los recuerdas, los descubres en su odiosa parodia, te agobian. Así que sólo te recuestas en el sofá color vino, que mira hacia las fichas blancas del decaimiento. Te acomodas un poco más entre los cojines. Estiras los brazos lentamente. Luego giras tu cuerpo hacia un lado y ya cierras los párpados para retornar sobre las imágenes de tus presentimientos vespertinos. 
Aquí te alejas de tu cuerpo cuidadosamente. De golpe vuelves a un profuso espacio donde entrevés a una mujer hermosa de cabellos castaños. En su silueta es delgada. Ella es de una piel algo trigueña y ella huele a rosas. Este aroma, pues se te hace más que claro entre cada lindura ajena y propiamente suya. La muchacha es la pretendiente de la Universidad, allá donde tú estudias literatura. Y puramente, no te sorprendes por su aureola mujeril tan persistente. A esta muchacha bonita; tú la conocías desde antes y claro que es verdad, tú sabías sobre su infancia, sobre su juventud, desde hace algún tiempo muy lejano, pero esta hermosa solamente tuya, no te conocía aún a ti entre la poesía; sólo te descubrió hasta hace poco tiempo; igualmente, tú la quieres demasiado en su misma nobleza. Luego, la ves con paciencia y la amas de lejos y con ansiedad, porque aún no puedes tocar su belleza de mujer. Además, tú muchacha del constante recuerdo, sigue sola en su cuarto umbrío. Ella está pensando en tu juventud tan noble con mucho deseo. Te suspira junto a un rincón del dolor. Se siente, pues algo sola con su elevado presente de ambiguos sentires que se van ideando de a poco en su alma angustiada. Así que ante su nostalgia; piensas en besarla para esta otra ocasión encantada. Tú lo intentas sin mucho miedo. Y por fin lo consigues tras cada instante bien procurado por ti, más te acercas a su belleza de musa endulzada. Ella sorprendida, te descubre sin miedo. Siente suavemente tus caricias y tú la acoges suavemente. Le besas su piel temerosa y delicada. Así es su pureza de idilio; ahora la besas con ansia en la boca; absorbes la frescura suya en tu deseo, sientes sus labios tibios en los tuyos. Te enamoras sinceramente de su amor esperanzado; porque ya franqueas esta nueva realidad fantástica, ideada bajo el vasto pensamiento del amor en donde la inspiración, fragua la verdad tuya y la de ella, solamente en gran noviazgo. 

Rusvelt Nivia Castellanos,
Artista de Colombia.
Fotografía del texto,
por Velt,
El Artista de los Cuentos.

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