lunes, 9 de enero de 2023

JULIO CORREA - EL PADRE CANTALICIO


ARTISTA DEL ESCRITO
JULIO CORREA

EL PADRE CANTALICIO

El padre Cantalicio se escandalizó con sus nuevos feligreses. Ya le habían dicho que la parroquia que le daban estaba infestada de pecados, pero nunca supuso que llegara a tanto el número de las ovejas descarriadas. Encontró a niños ya en edad de hacer la primera comunión, que no sabían ni santiguarse y mucha gente incrédula o descuidada de sus obligaciones para con Dios y su santa Iglesia. Pero esto no era lo peor. Don Encarnación, el marido de doña Pabla, la presidenta de la Sociedad del Perpetuo Amor al Santísimo, así a la ligera y sin hacer memoria de más pobladores, le señaló como cincuenta y tantas personas que vivían maritalmente sin haberse casado por la Iglesia.
-¡Esto es el colmo!- Vociferó el padre Cantalicio. 
Luego pensó en lo bello que sería a los ojos de Dios el ver conducir por el buen camino a los descaminados y sonrió satisfecho proponiéndose esa tarea.
A su vez se dijo: "Es mi obligación". Y pronto chisporrotearon sus ojos empañados de lágrimas de ternura. Y el padre amaba a los pecadores y se felicitaba congratulándose de que lo fueran, pues gracias a ese mal, él podía hacer un bien y ofrecerlo a Dios como un homenaje. 
Por cierto repitió: "Un bien, un gran bien". Y transportado de alegría, se sentó y escribió una invitación a los hombres de su feligresía para que acudiesen a su casa particular a escuchar cosas de importantísimo interés. Al pie de la invitación puso una nota que decía: 
Conste que la presente se dirige solamente a los hombres.
Lo de solamente despertó interés y además daba a la invitación un carácter de importancia reservada y nadie faltó a la cita.
Todos se salieron de la casa del señor cura, convencidos de que éste era un bendito y con ánimo de casarse en cuanto antes.
Y muchos se casaron y formaron un círculo de honestidad, inexorablemente hostil a los que apartándose de la santa Ley del Matrimonio, vivían en la iniquidad del amancebamiento, olvidando cándidamente que también ellos tuvieron encima ese pecado.
Ya nada pasaba en el pueblo sin que el señor cura interviniera con sus sabios consejos tan salutíferos para el alma como provechosos para la santa Iglesia.
Más aún quedaban algunos reacios al bien. No se confesaban ni comulgaban ni asistían a los oficios religiosos y seguían viviendo en el escándalo del amancebamiento.
A propósito, el padre Cantalicio, se dijo: "Hay que reducir a estos endemoniegos que avergüenzan mi feligresía". Y no se detuvo en poner en práctica su deseo. Desde el púlpito, al remate de un sermón moralísimo que condenaba severamente la abominación del fornicar, lanzó una rotunda proclama:
-En adelante y para siempre jamás, la santa Iglesia rechaza de sí totalmente a los amancebados. Las campanas no doblarán pidiendo una oración por ellos, no podrán cargar con las santas imágenes en las procesiones, también les está prohibido terminantemente ser padrinos de casamientos o de bautizos. 
Y al debido momento, fijó los días sábados para los bautizos agregando que nadie debía elegir para compadre ni padrino a persona que no estuviera en condiciones de serlo, sin afrentar a la moral religiosa y social.
El sábado siguiente, en los corredores de la vieja iglesia, infinidad de madres con sus hijos en brazos esperaban al señor cura que los tenía que acristianar. Los hombres, apartados a un lado, hablaban de la carrera de caballo del juez con el del médico, que estaba próxima a efectuarse.
Cuando vieron venir al señor párroco, cada una se apresuró a salirle al encuentro a fin de ganar el primer turno; pero el cura apartó a todas y llamó a una de ellas que apartada del grupo, conversaba con dos hombres.
-Dígame-Preguntó a la mujer-¿Aquel que está con su esposo es el que eligió, hijita, por compadre?
-Sí, padre- Respondió la interpelada-. Es antiguo amigo de Fermín, le debemos mucho, gracias a él...
-¡Basta, basta! Así será, hijita, pero ningún amancebado podrá ser padrino.
Y con el rostro arrebolado de ira, agregó: 
-Y esto ya lo saben todas las que asistieron a la misa del pasado domingo. Y diga a su marido que solo se permite ser padrinos a los hombres decentes. Ya mucho más de lo que debiera he dicho y no estoy aquí para perder el tiempo ni hacer que lo pierdan esas buenas mujeres que me están esperando, para que yo les haga gente a sus hijos.
El marido y el compadre frustrado se presentaron en esto. El primero preguntó a su mujer al verla toda atribulada:
-¿Cata, dich el cur, cata, puest tan mals, José?
Toda ruborosa respondió ella:
-Es que el padre... el padre cura me dijo..., me dijo que no podía bautizar al nene porque don Pedro no puede ser padrino, porque en fin, el cura lo dijo...
-Cata dicte redeus-Vociferó Fermín fuera de sí.
-Que no es persona decente.
-¡Ca no es parson dacent a dicte!-Gritó indignado el esposo, y a grandes pasos se dirigió al cura.
-Tenga usted mucho cuidado de faltarme al respeto, que aunque indigno, soy un humilde servidor de Dios-Dijo dulcemente el padre Cantalicio mirando al cielo en actitud de dolorosa súplica.
-Al respet no le afalt, sañor cure-Respondió Fermín-, pero la fiest dal botisme ya está praparat e los amigues ca ha convidat sa biens san falt por el tren da las sons... Ei gastat plat, sañor cure... Pongue la mane sobre su cunciensie, sañor cure.
-Ya dije que no-Replicó el sacerdote con voz estentórea. El catalán contestó levantando los puños:
-¡Sa no lo quier batisar, lo botiso io misme e sant sequebó! 
Y señalando a su hijo, imperativamente le dijo: 
-Yo te botís, te llames Juan, Don Pedre as me compádere y el cure, ¡el cure a fair aspárregos, con pardón de Deus!

Julio Correa,
Artista del Paraguay.
Fotografía del texto,
por Cottonbro,
El cura del pueblo.

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