martes, 14 de julio de 2020

JOSÉ NIVIA MONTOYA - VIAJE SIN RETORNO


ARTISTA DEL CUENTO
JOSÉ NIVIA MONTOYA

VIAJE SIN RETORNO

En la penumbra, los vecinos me dijeron ver dos parroquianos, que abandonaban el cementerio central. Luego uno de los campesinos presentes, señalando en dirección a la cantina, La Última Lágrima, extendió una invitación y fue conmigo hasta la entrada del sitio desvencijado.
Ya entonces con la nueva información, me dirigí al cantinero llamado Indalecio, para preguntar lo que sabía sobre Nicanor, era la última pista que tenía.  Me comentó, que bajo el crepúsculo, escuchó esta historia: 
-Ven querida Inocencia nos tomamos un guaro, hoy que la tristeza me embarga por segunda vez con la muerte de mi vieja. Recuerdas que hoy hace diecisiete años la desgracia por vez primera, tocó a la  puerta de mi casa. Aun no lo he olvidado, como no olvidan quienes viajan con el tiempo, pues dicen que sana las heridas del alma, en la mía, aún no lo ha hecho, sólo las acrecienta. 
-Vale  Nicanor, la ocasión es muy propicia, sólo quedamos tú y yo con los recuerdos de infancia que nos une, los demás se fueron, unos  mascullando la pena, otros con el sabor agridulce del deber cumplido por haber asistido al sepelio de la santa patrona, sin haberla visitado en su lecho de enferma; porque eso era, una santa, o cuantos desamparados cree que albergó en su casa y les dio educación, con la esperanza de que fueran doctores.
-Hace tantos años; Inocencia, que el destino nos fijó rumbos diferentes, sólo hoy que vuelvo obligado por la ley del tiempo a dar el último adiós  a mi madre, nos volvemos a encontrar. Fija toda tu atención al cuento de mi vida. 
-De hecho en este momento, el tiempo se dilata, el espacio se hace finito por la velocidad con que los recuerdos atropellan mi pasado. Cuando nos graduamos, esa noche bebimos del cáliz del amor, que nos profesábamos, lo he vivido a cada instante, es la ambrosía que me da la vida. El destino nos separaba, desde el bus donde viajé a la capital para cumplir el deseo de mi madre, hacerme doctor. Con los ojos anegados en lágrimas, batiendo un pañuelo blanco, te grité mi dolor. Cierto Inocencia, qué lo recuerdas.
-¡Como olvidarlo! Pronto volveré a secar mis lágrimas en tu regazo, hoy después de veintitantos años, nos volvemos a encontrar. 
-El vacío que sentía por el viaje sin retorno al que me enfrentaba, por el amor a ti, linda colegiala que te profesaba, ese amor que revuelca las entrañas, que cosquillea el corazón con un desasosiego de soledad, cuando se está ausente; ese amor me ofrecía la sensación de ir flotando a través del espacio infinito, sin posibilidad de retorno. La promesa hecha a mi madre de ser un doctor, pudo más que el deseo del regreso, causado por el dolor, al que nos habíamos sometido por circunstancias del destino. Sumergido en el ambiente de los intelectuales, la rutina me consumió, sólo vivía para los libros. Como la vida idealista del joven estudiante, quien está sumergido en el esnobismo, es presa fácil de los cazadores de potenciales militantes políticos de todas las corrientes, quienes son atraídos con mensajes subliminales, impartidos por intermedio de ídolos de revoluciones nacionales o extranjeras. En mi caso, con el cura Camilo Torres o con el Comandante Che Guevara; en el segundo semestre creía tener en mi mente todas las teorías con que Lenin había conquistado al pueblo ruso y Ho Chi Minh, al vietnamita. Los resultados que esperaba mi viejecita, hacia el objetivo principal no eran óptimos, en más de una ocasión fui puesto como carne de cañón en las refriegas con la policía, siendo llevado preso a las mazmorras del estado. Yo cierto allí hice un alto en el camino, reflexioné. Me convencí de que el sacrificio, hecho por el amor dejado allá en donde el sol se consume en el ocaso, valía más que los ideales, conducidos por los líderes con proyectos extranjeros. Por lo tanto con la experiencia aprendida, enderecé mi camino y me hice doctor.
El cantinero compartiendo la miseria del consuelo momentáneo, que el licor ofrenda a los paisanos para calmar las penas del último adiós a sus seres queridos,  me dijo: 
-Conozco sus historias, por cierto Inocencia no pronunció una palabra, solo escuchaba. Tras cada trago que recorría su garganta, se notaba que le laceraba el alma, parecía tener su cuento oculto en el fondo de la conciencia. Nicanor al sentir el silencio de aquel ser a quien quiso amar sin límites en el tiempo, con la que en calles solitarias al abrigo de la noche, había compartido el elixir del alma, los amores de  juventud, su historia continuó.  
-Los resultados no se hicieron esperar, pronto me gradué como doctor en leyes, con tesis laureada; en el pueblo se comenta que mi vieja a pasar de su pobreza franciscana, vendió sus pocos haberes para asistir a mi graduación, fue un acto sencillo, pero sublime por su presencia. Jamás se imaginó que le causaría la emoción más grande en la vida, ella había puesto todas sus esperanzas en mí, para salir de la pobreza, debido a la violencia más cruenta de este país, generada por el estado, contra la población desvalida y pobre del campo, que usted recuerda, Inocencia. Luego me casé cuando recibí mi primer empleo como juez. 
-Ya pasados tres años de trabajo, me trasladaron a un pueblo donde en el silencio de la noche, se escuchaba el eco encajonado, del trino diluido de las aguas, arrastrado por un caudaloso río, que nacía en la vertiente de un volcán, coronado de nieves perpetuas, descendía por el cañón, eructando su corriente por las fauces que se habrían en el pie de monte, donde se asentaba la ciudad de Armokan y allí entonces bien, me instalé con mi esposa y mis dos niños. De más con normalidad, salí a conocer mi sitio de trabajo, veía como los parroquianos, se cruzaban bromas sobre el cuento de una posible catástrofe anunciada. Escuché que alguien decía al párroco de la ciudad, sobre la pronta llegada de una avalancha profética, sin embargo el párroco no dijo nada y siguió con su vida. 
-En tanto, para el segundo día de mis labores, estuve de celebración con los compañeros de trabajo, debido al aniversario de la entidad estatal, recuerdo muy bien la fecha, un trece de noviembre  de 1985. Eran ciertamente las once de la noche, todos estábamos desprevenidos y tranquilos, cuando una de las compañeras del juzgado se acercó a la ventana para cerrarla, llovía a cántaros y de repente, ella gritó con pánico: “Viene la avalancha”. 
-En cuanto a lo personal, intenté salir para auxiliar a mi familia, pero de golpe la primera borrasca de lodo, me arrojó cerca de las escaleras, que conducían a la terraza, mientras tanto la compañera Gregoria, entrelazó su mano con la y me arrastró en dirección al segundo piso, nos juramos no soltarnos, pasara lo que pasara; la casa se desplomó como un castillo de arena, azotado por la brisa. Ya evidentemente tiempo después, Gregoria desapareció entre la revuelta tempestuosa. De hecho, cuando recuperé la conciencia, me encontraba flotando en el lodo, asido a una viga. Serían las cuatro de la mañana cuando llegué a una pequeña isla donde dos vacas temblaban, no sé si de temor o de frío, me acerqué a ellas y allí evité la hipotermia, que me tenía al borde del desfallecimiento. Más o menos a las diez de la mañana, una nueva corriente me puso en movimiento, serían las tres de la tarde cuando oí voces de auxilio. Al otro lado de una palizada una señora gritaba, estaba toda desesperada. Yo por cierto aseguré la viga, subí a la palizada donde estaba maltrecha la señora, más amenazante había una serpiente y no tenía otra opción que matarla, lo hice, luego ayudé a la señora a desplazarse hasta donde había dejado la viga, continuamos impulsándola, nos mantenía a flote. A las seis de la tarde anclamos al pie de una colina, donde habían llegado otras personas, que nos rescataron del lodo. Esa noche pernoctamos agrupados para protegernos del frío, al día siguiente estábamos viajando en helicóptero a la ciudad contigua, Dulima, allí nos bañaron con agua a presión, que al combinarse con el lodo se convirtió en ácido que me dejó laceraciones de por vida.
Con una mueca extraña, el cantinero simuló la forma como Nicanor había descubierto algunas partes de su cuerpo, para enseñar las cicatrices, al igual que la indiferencia con que Inocencia escuchaba el relato.
-Inocencia, desde entonces no he tenido paz.  El siguiente año lo dediqué en cuerpo y alma a buscar a mi familia, cada persona que los conocía, me decía que estaban vivos, recorrí todas las instituciones que albergaron damnificados, pero es la hora y no he sabido del rastro de ellos; no sé si los devoró la sociedad con su máscara de piedad o la avalancha con sus remolino de muerte. 
-La indolencia del estado nacional, ante semejante catástrofe, los procesos sociales que uno vivía en América latina, donde se habían empotrado en su poder las dictaduras extremistas, que como pan de cada día, practicaban la desaparición y la tortura contra los contradictores, realizada por los diferentes regímenes, terminó atacando siempre a los más desamparados; por cierto la masacre ante los magistrados, cometida en el Palacio de Justicia, fue algo muy impactante para el país. Así que en lo personal, junto a las ideas revolucionarias, conocidas en la universidad, luego tomé la decisión de enrolarme en una agrupación clandestina, donde he militado bajo los ideales que usted y yo compartíamos, desde nuestra época de colegiales. Debiendo burlar todos los controles militares para poder asistir al sepelio de mi vieja, ahora aquí vamos luchando por una sociedad más igualitaria, mi querida Inocencia.
Ya desde su posición, el cantinero Indalecio, me extendió otra copa de guaro, haciendo un gran esfuerzo para pronunciar el nombre de Nicanor, el relato lo había conmovido. Sin embargo, exhalando un suspiro, me comentó la otra parte de la historia: 
-Ahora te toca el turno, Inocencia-Le dijo Nicanor.
-No tengo mucho que contarte, Nicanor. Cuando el destino nos separó, el fruto de nuestro amor había florecido, estaba en embarazo, la depresión se apoderó de mí, quedé destrozada físicamente y espiritualmente. Por intermedio de tu familia, me enteré de que su objetivo era hacerse doctor. Decidí soportar el suplicio de la ausencia, pensando en tu felicidad y el sacrificio hecho por su madre. Al cabo de un año, había superado algo del dolor amoroso, ingresé a la institución del socialismo rojo y de allí no hay mucho, que pueda decirle, por razones de seguridad. Ciertamente me gradué como agente secreta, ya por unas informaciones de inteligencia, me enteré de que vendrías a dar el último adiós al ser que nos da la vida, sin conocer los dolores del alma, que el destino nos depara. Ya bien luego, creció nuestro hijo, se enroló en el ejército negro y en un enfrentamiento contra la organización del norte, fue asesinado, desde entonces he dedicado mi vida a buscarte y hoy te he encontrado en este lugar.
Ya sobre lo seguido, Indalecio se retiró con rapidez de la barra, directo al cuarto de los trebejos, más allí pronto, Inocencia le dijo con voz de autoridad:
-En el acto, señor, queda detenido en nombre del estado, debe guardar silencio, cualquier cosa que diga, podrá ser usada en su contra. 
Aparte de inmediato, dos agentes disfrazados de parroquianos, acabaron de entrar, lo esposaron y lo condujeron a un carro militar.
Ahora al día, se comenta en el pueblo, que toda vez que Inocencia, visita las mazmorras donde se supone que Nicanor purga su pena, se escuchan unos lamentos, cuyos ecos se reflejan en las montañas, para bañar el valle donde se levanta el país de los desamparados y la muerte. 

José Nivia Montoya
Artista de Colombia
Ilustración del texto,
por Dark souls,
La casa misteriosa.

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