lunes, 21 de agosto de 2023

MOISÉS ROBERTO CÁRDENAS CHACÓN - LA VOZ DE UNA DIVNIDAD


ARTISTA DEL CUENTO
MOISÉS ROBERTO CÁRDENAS CHACÓN

LA VOZ DE UNA DIVINIDAD

El animal era un tigre con rayas negras, las cuales corrían como relámpagos por su cuerpo. Cuando el tigre abrió sus fauces y sentí su aliento, noté sus dientes puntiagudos. El ser levantó unas de sus patas hacia mi rostro, mostrando sus uñas filosas. Yo forcejeé unos minutos para escaparme de él y como pude, logré liberarme. Entonces corrí hacia la puerta de la casa, la abrí de manera rápida y me alejé del lugar; asustado por la visita de aquella criatura. Deambulé por las calles de un lado a otro, tratando de relajarme, pero por donde iba, todo era penumbra y eso me asustó. 
No recuerdo muy bien cuánto tiempo, pasé fuera del hogar, caminando a solas por la ciudad. Lo que si recuerdo es que cuando decidí volver a mi vivienda, los grillos cantaron de forma ensordecedora. Por mi mente, pasó la idea que el animal ya no estaba en mi casa, así que agilicé mis pasos para llegar lo más rápido a la vivienda, pero mientras iba en dirección hacia mi destino, me topé con un hombre de edad avanzada con intensos ojos negros, quien tenía una mirada noble y una larga barba blanca. Él llevaba puesto un manto de lino color púrpura. Cuando me vio, no pronunció ninguna palabra, sólo me vio fijamente a los ojos por unos minutos y luego desapareció, dejando en el piso su túnica.  
Me quedé perplejo por lo ocurrido, miré hacia todos lados y no había nadie. De pronto pasó un viento frío, miré hacia el suelo, vi la tela, la levanté rápido y cubrí mi cuerpo con la túnica. En ese preciso instante, escuché el rugido del felino. Entonces apresuré los pasos, con la intención de buscar un sitio para refugiarme. En el camino, encontré una calle empinada, la subí rápido. 
En la cima, había un arco de madera pintado de anaranjado con rayas negras y estaba cerca de una casa de color blanco. La vivienda tenía en la entrada, tres tinajas de barro, llenas de agua. Me acerqué de forma lenta para beber un poco, pero cuando estuve a punto de tomar el agua, se abrió la puerta de la casa. Miré desde el dintel, que había colgados unos candelabros de bronce. Miré de nuevo el lugar, sentí curiosidad por entrar a la casa, no obstante, dudé un poco. Observé el arco de madera y en ese preciso momento, escuché un fuerte rugido, entonces no lo pensé más y yo ingresé. 
Dentro de la casa, vi un amplio salón que se iluminaba por unas velas rojas, las luces mostraban cinco puertas como si se tratara de pequeñas habitaciones. Elegí una al azar, la abrí y la cerré con fuerza. Me senté en el suelo para descansar un poco, miré hacia los lados, observé que en el cuarto había otra puerta y en una pared de la habitación, colgaba el cuadro de un tigre. Lo contemplé en silencio, parecía como si estuviera vivo, tenía una mirada de fuego. Noté sus rayas, se movían como rayos. En aquel momento, pensé en el maestro, Jorge Luis Borges, recordé sus tigres. Invadido por la ilusión, me pregunté, “¿Por qué un animal tan bello, ofrece un espíritu tenebroso y al mismo tiempo, una admiración artística?”. 
Encerrado en ese mundo místico, recordé las bellas mitologías de tigres. De pronto, unos fuertes golpes me despertaron. El ruido salió de la puerta que estaba allí, sentí una punzada en mi espalda, luego me invadió un escalofrío. Los golpes se hicieron intensos, mi corazón se aceleró. Respiré profundo, abrí la puerta lentamente y entonces vi al tigre echado en el piso. El felino cerraba y abría los ojos, golpeaba el suelo con su cola. Di unos pasos hacia atrás, para no despertarlo, pero me tropecé. El animal abrió los ojos, se fijó en mí y se incorporó despacio. Pensé que iba a rugir, pero el tigre dio unas vueltas y se echó de en el suelo. Cuando lo vi tendido en el piso, parecía un gato indefenso, así que cerré la puerta con mucho cuidado, para no despertarlo. 
Segundos después, salí del cuarto, volví al amplio salón y me animé a abrir otra de las puertas. Elegí de nuevo una al alzar. Entré a una habitación que estaba llena de gente y frente a ellos, se encontraba el anciano de barba blanca, el mismo que yo había visto en la calle.
Para aquella ocasión, el hombre les relataba a las personas sobre el poder del fuego divino. El tema estaba interesante, así que busqué una silla y me senté adelante. Sólo escuché el anciano por unos minutos, porque de repente detrás de él, apareció el tigre y rugió de una forma fuerte. Enseguida, el animal se me acercó lentamente, mis piernas temblaron, yo puse mis manos en el rostro, cerré los ojos y agaché la cabeza esperando sus afiladas garras. Sentí un aire sobre mi cabeza, abrí los parpados, me volteé para verlo, pero el tigre ya no estaba. Miré en silencio al anciano y a los asistentes y mientras los observaba, ellos desparecieron en un instante. Yo toqué mis prendas y se desvaneció el manto purpura. En ese momento, sólo vi las paredes, el amplio salón y las luces de las velas, no supe que ocurrió, así que salí del lugar. 
Afuera en la calle, la luna alumbraba, su luz me permitió caminar en dirección a mi hogar, pero mientras iba por un sendero de tierra, el felino apareció y rugió de forma voraz. Abrió sus fauces, emitió una voz divina, se abalanzó sobre mí, entonces esperé su mordida y aquí entonces, sentí una brisa, abrí los ojos despacio, estiré mis brazos y me di cuenta de que todo era un sueño. Momentos después, me levanté, miré por la ventana de mi habitación y dejé al tigre bajo la luna, poseída por los besos de las estrellas. 

Moisés Roberto Cárdenas Chacón,
Artista de Venezuela.
Fotografía del texto,
por Jiry Mikolas,
El tigre del sol.

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