lunes, 16 de marzo de 2020

ANÓNIMO - LA EPOPEYA DE GILGAMESH TABLILLA I


ARTISTA DE LA EPOPEYA
ANÓNIMO

LA EPOPEYA DE GILGAMESH 

TABLILLA I
LA LLEGADA DE ENKIDU

El que ha visto lo Profundo, los cimientos de la Tierra,
[que] conocía, era sabio en todas las cosas.
[Gilgamesh, que] vio lo Profundo, los cimientos de la Tierra,
[que] conocía, era sabio en todas las cosas,
[él] en todas partes.

Y [aprendió] de todas las cosas la suma de la sabiduría.
Vio lo que era secreto, descubrió lo que estaba oculto, 
volvió a traer un relato de antes del Diluvio.
Recorrió un largo camino, estaba fatigado, halló la paz,
y fijó todos sus trabajos en una tablilla de piedra.

Construyó la muralla de Uruk,
de la santa Eanna, el almacén sagrado.
Mira su muralla como una hebra de lana,
Ve su parapeto que nadie ha podido copiar.
Sube por la escalera de una época pasada,
acércate a Eanna, sede de la Diosa Ishtar,
que ningún rey posterior pudo nunca copiar.
Sube a la muralla de Uruk y anda por ella.
Inspecciona sus cimientos, examina los ladrillos.
¿No fueron sus ladrillos cocidos en un horno?

¿No pusieron los Siete Sabios sus cimientos?
[Una milla cuadrada es] la ciudad, [una milla cuadrada] palmas
datileras, una milla cuadrada es cantera de arcilla, media milla
cuadrada el templo de Ishtar:
[tres millas cuadradas] y media es la extensión de Uruk.
[Mira] la caja de tablillas de cedro,
[suelta] su cierre de bronce.

[Levanta] la tapa de su secreto,
[coge] la tablilla de lapislázuli y lee
los trabajos de Gilgamesh, todo lo que pasó.
Superior a todos los demás reyes, heroico en su estatura,
valeroso vástago de Uruk, toro salvaje que arrasa.

Marchando en cabeza fue la vanguardia,
yendo en la retaguardia, sus compañeros en él podían confiar.

Un poderosa muralla, protegiendo a sus guerreros,
un violento torrente, haciendo añicos un muro de piedra.
Toro salvaje de Lugalbanda, Gilgamesh,
el perfecto en fuerza,
mamando de la augusta Vaca Salvaje, la Diosa Ninsun.
Gilgamesh el alto, magnífico y terrible,
que abrió pasos en las montañas,
que excavó pozos en las laderas de las tierras altas,
y cruzó el océano, el ancho mar hasta el amanecer;
que recorrió el mundo siempre en busca de la vida,
y llegó por medio de su fuerza hasta Uta-Napishti, El Lejano;
que restauró los centros de culto destruidos por el Diluvio,
y estableció para el pueblo los ritos del cosmos.
¿Quién hay que pueda rivalizar con su regio prestigio,
y decir como Gilgamesh, «¿Soy acaso el rey?».
Gilgamesh era su nombre desde el día en que nació,
dos tercios de él Dios y un tercio humano.
La Señora de los Dioses fue quien trazó la forma de su figura,
mientras el divino Nudimmud perfeccionaba su complexión.

* * *

Un triple codo era su pie, una braza su pierna.

Seis codos abarcaba su zancada,
codos la parte delantera de su,
Crecía la barba en sus mejillas como en las de,
el cabello de su cabeza crecía tan recio [como la cebada].

Cuando se puso alto su belleza se consumó,
según los criterios humanos era sumamente apuesto.
En Uruk, camina [aquí y allá,]
como un toro salvaje enseñoreándose, con la cabeza en alto.
No tenía igual cuando sus armas se blandían,
sus compañeros se mantienen atentos por sus contiendas.
A los jóvenes de Uruk hostiga sin justificación,
Gilgamesh no deja que ningún hijo vaya libre a su padre.
De día y de noche su tiranía se hace más severa,
Gilgamesh, [el guía del pueblo tembloroso].

Es él quien es el pastor de Uruk,
[pero Gilgamesh] no deja que ninguna [hija vaya libre a su] madre.
[Las mujeres expusieron] sus [tribulaciones a las Diosas,]
[llevaron su] queja ante [ellas:]
«[Aunque poderoso, preeminente,] experto [y poderoso,]
[Gilgamesh] no deja [que ninguna] muchacha vaya libre hasta [su novio]».

La hija del guerrero, la novia del joven,
a su queja la diosa prestó atención.
Los Dioses del Cielo, los señores de la iniciativa, 
[al Dios Anu le hablaron]:
«Un salvaje toro salvaje has criado en Uruk,
no tiene igual cuando sus armas se blanden».

Sus compañeros se mantienen de pie por sus órdenes, 
[a los jóvenes de Uruk] hostiga sin justificación.
Gilgamesh no deja que ningún hijo vaya libre hasta su padre,
de día y de [noche su tiranía se hace] más severa.
Pero él es el pastor de Uruk,
Gilgamesh, [el guía del pueblo] tembloroso.
Aunque es su pastor y su [protector,]
fuerte, preeminente, experto [y poderoso,]
Gilgamesh no deja que ninguna muchacha vaya libre hasta su [novio].

La hija del guerrero, la novia del joven:
A su queja prestó atención el Dios [Anu].

«Que convoquen [a Aruru], la grande,
[a ella que los creó,] a los humanos tan numerosos:
[que cree al igual de Gilgamesh,] a alguien de poderosa fuerza,
[y que] compita [con él,] para que llegue la paz aUruk.
Y convocaron a Aruru, la Grande:
«Tú, Auru, que has creado [al género humano:]
forma ahora lo que Anu ha pensado. 
Que esté a la altura de la tormenta de su corazón,
que compitan entre sí, para que llegue la paz a Uruk».

La Diosa Auru oyó estas palabras,
dentro de sí generó lo que Anu había pensado.

La Diosa Aruru se lavó las manos,
cogió una pizca de arcilla, la arrojó a la estepa.
En la estepa creó a Enkidu, el héroe,
vástago del silencio, unido con fuerza por Ninurta.
Todo su cuerpo está cubierto de pelo,
lleva larga cabellera como la de una mujer:
el cabello de su cabeza crece espeso como la cebada,
no conoce a ninguna persona, ni siquiera un país.

Cubierto de pelo como el Dios de los Animales,
con las gacelas pace en las hierbas,
uniéndose a la muchedumbre con la caza en el abrevadero,
su corazón deleitándose con las bestias en el agua.

Un cazador, un trampero,
se encontró con él junto al abrevadero.
Un día, un segundo día y después un tercero,
se encontró con él junto al abrevadero.

Cuando el cazador le vio, su expresión se congeló,
pero él con sus manadas volvió a su guarida.
[El cazador quedó] turbado, atónito y en silencio,
su ánimo [quedó abatido,] su semblante se ensombreció.
En su corazón había pesar,
su rostro parecía [el de alguien llegado de] lejos.

El cazador abrió [su boca] para hablar, diciendo [a su padre:]
«Padre mío, hay un hombre que ha llegado [junto al abrevadero].
El más poderoso de la Tierra, la fuerza [que posee,]
[su fuerza] es tan poderosa [como una roca]
caída del cielo.

Sobre las colinas [va y viene todo el día,]
[siempre] con su manada [pace entre las hierbas,]
[siempre] sus huellas [se encuentran] junto al abrevadero,
[Tengo miedo y] no me atrevo a acercarme a él.

«[Ciega los] hoyos que yo [mismo] cavo,
[retira] las trampas que pongo.
[Libera de mi poder] todas las bestias del campo,
[me impide] hacer el trabajo de la estepa».

[Su padre abrió la boca para] hablar, diciendo al cazador:
«[Hijo mío, en la ciudad de] Uruk [ve a buscar a] Gilgamesh.
En su presencia, su fuerza es tan poderosa [como una roca caída del cielo]».

«[Toma el camino,] dirige tu rostro [hacia Uruk],
[no confíes en] la fuerza de un hombre.
[Ve, hijo mío, y] busca a [Shamhat la ramera,]
[su atractivo es un desafío] aun para los más poderosos».

«[Cuando la manada] llegue [al] abrevadero,
[ella deberá despojarse de] sus [vestiduras para dejar ver] sus encantos.
[Él] la verá y se acercará a ella,
su manada le rechazará, [aunque creció] entre ella».

[Prestando atención] a los consejos de su padre,
el cazador partió, [emprendió el viaje].
Tomó el camino, en dirección a Uruk,
ante el Rey Gilgamesh [habló estas palabras:]
«Un hombre llegó [junto al abrevadero,]
el más poderoso de la Tierra, fuerza [posee,]
[su fuerza] es tan poderosa como una roca caída del cielo».

«Sobre las colinas va y viene todo [el día,]
siempre con su manada [pace entre las hierbas,]
siempre sus huellas [se encuentran] junto al abrevadero,
Tengo miedo y no me atrevo a acercarme [a él]».

«[Ciega los] hoyos que yo [mismo] cavo,
retira las trampas [que pongo].
Libera de mi poder todas las bestias del campo,
me impide hacer el trabajo de la estepa».

Gilgamesh le dijo a él, el cazador:
«Ve, cazador, lleva contigo a la ramera Shamahat».

«Cuando la manada llegue al abrevadero,
ella deberá despojarse de sus vestiduras para dejar ver sus encantos.
Él la verá y se acercará a ella,
su manada le rechazará, aunque creció entre ella».

El cazador partió, llevando a Shamhat la ramera,
se pusieron en camino, emprendieron el viaje.
El tercer día llegaron a su destino,
el cazador y la ramera se sentaron allí a esperar.

Esperaron un día y un segundo día junto al abrevadero, 
luego la manada llegó a saciar su sed.
La caza llegó, sus corazones se deleitaron en el agua, 
y también Enkidu, nacido en las tierras altas.

Con las gacelas pacía entre las hierbas,
uniéndose a la muchedumbre con la caza en el abrevadero,
su corazón deleitándose con las bestias en el agua: luego Shamhat le vio, 
al hijo de la naturaleza, el hombre salvaje del corazón de la estepa.

«¡Es él, Shamhat! Desviste tu pecho,
muéstrale tu sexo, que se embeba de tus encantos.
No retrocedas, acepta su fragancia:
él te verá y se acercará a ti».

«Extiende tus vestidos para que yazca sobre ti,
haz para un hombre el trabajo de una mujer.
Que su pasión te acaricie y te abrace,
su manada le rechazará, aunque creció entre ella».

Shamhat dejó caer el paño anudado a sus caderas, 
descubrió su sexo y él tomó sus encantos.
No retrocedió, aceptó su fragancia:
extendió sus vestidos y él yació sobre ella.

Hizo para el hombre el trabajo de una mujer,
su pasión la acarició y la abrazó.
Durante seis días y siete noches
Enkidu estuvo excitado, mientras se ayuntaba con Shamhat.

Cuando de sus delicias estuvo ahíto,
dirigió su vista a la manada.
Las gacelas que vio Enkidu comenzaron a correr,
las bestias del campo respingaron y huyeron asustadas de su presencia.
Enkidu había profanado su cuerpo tan puro,
sus piernas permanecieron quietas, aunque su manada se movía.

Enkidu estaba debilitado, no podía correr como antes, 
pero ahora tenía razón y amplios conocimientos.

Volvió y se sentó a los pies de la ramera,
contempló a la ramera, observó sus rasgos.
Después escuchó con atención las palabras de la ramera,
[mientras Shamhat] le hablaba a él, a Enkidu:
«Eres hermoso, Enkidu, eres igual que un Dios.
¿Por qué con las bestias andas errante por la estepa?
Ven, te llevaré a Uruk,
al templo sagrado, la morada de Anu y de Ishtar,
donde Gilgamesh es perfecto en su fuerza,
como un toro salvaje dominándolo sobre los hombres».

Así le habló y su palabra encontró el favor,
sabía por instinto que buscaría un amigo.
Enkidu dijo a la ramera:
«Vamos, Shamhat, llévame
al templo sagrado, morada sagrada de Anu y de Ishtar, 
donde Gilgamesh es perfecto en su fuerza,
como un toro salvaje dominándolo sobre los hombres».

«Le desafiaré, pues [mi fuerza] es poderosa,
me pavonearé en Uruk, diciendo:¡Yo soy el más poderoso!.
[Allí] cambiaré el orden de las cosas:
alguien nacido en la estepa es poderoso, posee fuerza».
Y Shamhat dijo: 
«Que la gente vea tu rostro, yo sé bien que existe».

«Ve, Enkidu, a Uruk,
donde los jóvenes se ciñen con cinturillas».

«Cada día [en Uruk] hay una fiesta,
allí los tambores marcan el compás con su retumbar.
Y hay rameras, de magnífica figura,
adornadas con encanto y llenas de placeres».

«Incluso a los ancianos despiertan de sus lechos.
Oh Enkidu, [todavía tan] ignorante de la vida,
te enseñaré a Gilgamesh, un hombre feliz y despreocupado,
mírale, contempla sus facciones».

«Es bello en su virilidad, digno en su porte, 
adornado de encantos en toda su persona.
Tiene una fuerza más poderosa que la tuya, 
no duerme ni de día ni de noche».

«Oh, Enkidu, aparta de ti sus pecaminosos pensamientos».

«Es a Gilgamesh a quien el divino Shamash ama.
Los dioses Anu, Enlil y Ea han agrandado su sabiduría».

«Ya antes de que tú vinieses de las tierras altas, 
Gilgamesh en Uruk te veía en sueños».

Gilgamesh se levantó para contar un sueño, diciendo a su madre:
«Oh madre, éste es el sueño que he tenido por la noche;
las estrellas de los cielos aparecían sobre mí, 
algo como una roca del cielo cayó ante mí.
Lo levanté, pero pesaba demasiado para mí, 
intenté hacerlo rodar, pero no pude desplazarlo».

«La tierra de Uruk estaba a su alrededor,
[la tierra se reunía] a su alrededor.
Una multitud [se arremolinaba] ante ello,
[los hombres] se apiñaban a su alrededor.
Como a un niño de pecho le besaban los pies,
como a una esposa [lo amé,] acaricié y abracé.
Lo levanté, lo puse a tus pies, [y tú, oh madre, tú] lo hiciste mi igual».

[La madre de Gilgamesh] era inteligente y sabia, 
bien versada en todas las cosas, dijo a su hijo: 
«[La Vaca Salvaje] Ninsun era inteligente y sabia,
bien versada en todas las cosas».

Y luego ella dijo a Gilgamesh:
«Las estrellas del cielo [aparecían] sobre ti,
[como una] roca del cielo algo cayó ante ti.
Lo levantaste, pero pesaba demasiado para ti,
intentaste hacerlo rodar, pero no pudiste desplazarlo».

«Lo levantaste, lo pusiste a mis pies,
y yo, Ninsun, lo hice tu igual.
Como a una esposa lo amaste, acariciaste y abrazaste,
un poderoso compañero llegará a ti, y será el salvador de su amigo».

«El más poderoso de la Tierra, posee fuerza, 
su fuerza es tan poderosa como una roca caída del cielo.
Como a una esposa lo amarás, acariciarás y abrazarás, 
será poderoso, y a menudo te salvará».

Cuando tuvo un segundo sueño,
se levantó y se presentó ante la diosa, su madre.

Y Gilgamesh le dijo a su madre:
«Otra vez, oh madre, he tenido un sueño.
En una calle de Uruk,
un hacha yacía en tierra rodeada por una multitud.
La tierra [de Uruk] estaba a su alrededor,
el país se [congregaba] a su alrededor.
Una multitud se arremolinaba ante ella,
[los hombres] se apiñaban a su alrededor.
La levanté y la puse a tus pies,
como a una esposa la [amé,] acaricié y abracé,
[y tú, oh madre, tú] la hiciste mi igual».

[La madre de Gilgamesh] era inteligente y sabia,
bien versada en todas las cosas, dijo a su hijo:
«[La Vaca Salvaje] Ninsun era inteligente y sabia, 
bien versada en todas las cosas».

Y luego ella dijo a Gilgamesh:
«Hijo mío, el hacha que viste es un amigo,
como a una esposa lo amarás, acariciarás y abrazarás,
y yo, Ninsun, lo haré tu igual».

«Un poderoso compañero llegará a ti, y será el salvador de su amigo.
El más poderoso de la Tierra, fuerza posee,
su fuerza es tan poderosa como una roca caída del cielo».

Y Gilgamesh le dijo a ella, a su madre:
«Que así me suceda, oh madre, por orden de Enlil el Consejero.
Déjame tener un amigo que me aconseje, un amigo que me aconseje tendré».

[Esto es lo que Gilgamesh] vio en sus sueños.
Cuando Shamhat le hubo contado los sueños de Gilgamesh,
los dos juntos [comenzaron a hacer el] amor.


Artista Anónimo;
Antigua Leyenda Sumeria.
Fotografía del texto,
por El Artista del Bien,
La Figura de Gilgamesh.

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DICTAMEN DEL DÉCIMO PREMIO INTERNACIONAL DE POESÍA EL MUNDO LLEVA ALAS AÑO 2018


ACTA DE PREMIACIÓN
DE LA DÉCIMA EDICIÓN DEL
CONCURSO INTERNACIONAL DE POESÍA
EL MUNDO LLEVA ALAS
AÑO 2018

En la ciudad de Miami, Florida, Estados Unidos, a los 22 días del mes de octubre del año 2018, el Jurado de la 10 edición del Concurso Internacional de Poesía; El mundo lleva alas, convocado anualmente por la Editorial Voces de Hoy, e integrado desde diferentes puntos del planeta, por los poetas: Ignacio Ayllón, Felipe J. Oliva Alicea y Nelson Machín Viera, tras afanosa lectura, observación y honda apreciación de las obras participantes, durante constante comunicación, con relación a los resultados del concurso, acuerda lo siguiente:

PRIMERO:

Conceder MENCIÓN ESPECIAL a las colecciones de:

Karina Canales (Argentina), “Entelequia”, por la soltura y pureza en los versos.

Niurka Dreke (Cuba/EE.UU.), “Poemas a la intemperie”, por la calidad, destreza y valentía explosiva.

SEGUNDO:

Otorgar el TERCER LUGAR compartido a los siguientes repertorios:

“Los proscritos”, por agraciados, con logros y buen manejo del discurso coloquial, de Milho Montenegro (Cuba).

“Estallido de Luz”, por la conducción de un lenguaje sencillo, ameno e impactante en su hechura, labor de Lidia C. Hernández (Cuba).

TERCERO:

Otorgar el SEGUNDO LUGAR al conjunto:

“Hombre perdido en sí mismo”, por el ímpetu explícito en su poesía, hallando apacibles logros en el mensaje, llegados en su comunicabilidad y escritura desahogada, donde descuella fresca la armonía en las runas de Elvis H. Pupo (Cuba).

CUARTO:

Adjudicar el PRIMER PREMIO a la colección

“Enhebrando ser”, enhebrada por Lídice Megla (Cuba/Canadá), por la exquisita expresión, poseída en recursos idílicos, abonados por el dominio de encantadora metáfora, enarbolada desde el bordado donde espigan al unísono: la potencia, la originalidad y el equilibro del conjunto mostrado.

QUINTO:

Respecto al PREMIO ESPECIAL DE POESÍA POR LA PAZ:

El jurado decidió unir en el TERCER LUGAR a las colecciones: “Poemas para desnudar la muerte”, de Domingo Hernández Varona (Cuba/EE.UU.), por la fuerza explícita en las palabras, y su forma, otorgando melodía a un mensaje de paz. “Por qué llora el árbol verde”, de Amir Abdala (Argentina), por la belleza del leguaje manejado con pericia e imaginación, consiguiendo plasmar con poesía un mensaje por la paz.

Otorgar el SEGUNDO LUGAR a: “Sinfonías por la Paz”, de Rusvelt Julián Nivia Castellanos (Colombia), por la disposición acertada en la suma de todos los poemas, donde con atrevimiento y desenvoltura deleitan poesías desde las cuales vuela la imaginación hacia un mundo donde se concentren el amor y la paz.

Adjudicar el PRIMER LUGAR a “Poemas por la Paz”, de Marissa Aragón Willner (Argentina). Se encumbra su colección, por encontrar en la misma estructuras poéticas donde se fusionan sentimientos y fuerzas, partiendo de un lenguaje sencillo y certero que consigue el equilibrio en cada estrofa, partiendo de la belleza despuntada en las formas para exponer (en contraste con la fuerza) un tierno mensaje de esperanza, en pos de esa paz que, cual paloma blanca, al mundo anhela, regalar sus alas.

SEXTO:

Recomendar a la Editorial Voces de Hoy incluir en la antología que publicará al efecto, los siguientes poemas, como FINALISTAS, debido a su calidad:

“El canto del guerrero”, de Moisés Cárdenas (Venezuela /Argentina)

“La contradictoria incertidumbre del silencio”, de Sandra Rossi (Cuba)

“Armado de un dolor casi perfecto”, de Miguel Crispín Sotomayor (Cuba)

“Eurídice”, de Trinidad Pinazo (España)

“A mi padre”, de Ana Rosa Arrechea (Cuba)

“Las musas y las rentas”, de Marta Ma. Requeiro Dueñas (Cuba/EE.UU.)

“Tránsito”, de Domingo Hernández Varona (Cuba/EE.UU.)

“Tarde fiel”, de Olga Lidia Martínez (Cuba)

“La cena”, de Lisneidy González (Cuba)

“Álzate”, de José Lissidini (Uruguay)

“Amor insatisfecho”, de Blanca Esther Oropesa (Cuba/EE.UU.)

“Un día después”, de Ernesto A. López (Cuba)

“Último latido”, de Luis R. Xalin (Guatemala/EE.UU.)

Los miembros del Jurado admiten y se honran al hacerlo,  reconocer la eficacia que distingue a los trabajos mostrados, resaltando aquellos que trascendieron al premiarlos, o nominados para formar parte del poemario donde serán incluidos. Pero todos, por su participación, dejan constancia de la notoriedad de este concurso, donde la única pena es que todos no podían coronarse, lo cual no niega la calidad exhibida por todos los poetas participantes.

Sin otro asunto que tratar, queda cerrada el Acta de Premiación, en la fecha hallada en el comienzo, de lo cual damos crédito las partes integrantes del Jurado de este encuentro poético, donde los poetas se forjan, se miden y ascienden, adhiriendo alas con miel a este bello mundo para verlo volar, en constante viaje de ida y retorno, desde el amor, hacia la paz.

Presidente: Nelson Machín Viera.
Miembros: Felipe J. Oliva Alicea.
Ignacio Ayllón.
Refrendada por: Josefina Ezpeleta
Directora
Editorial Voces de Hoy
Año 2018

Fotografía del texto,
por Los Creadores del Certamen Literario,
El Mundo Lleva Alas.

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LAPIS LAZULI - LEFT BEHIND


LAPIS LAZULI,
YOU INSPIRE THE WORLD,
LOVELY ART,
YOUR SYMPHONY OF LIFE,
MUSIC FOR OUR HEARTS.



Fotografía del texto,
por El Artista del Bien,
El Mundo.

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BIOGRAFÍA DE FIÓDOR DOSTOYEVSKI


BIOGRAFÍA DEL ARTISTA
FIÓDOR MIJÁILOVICH DOSTOYEVSKI

Maestro, novelista y cuentista ruso. Fue uno de los escritores más grandes de la literatura rusa. Es reconocido por algunos como el fundador del existencialismo.
Nació en el año 1821, en Moscú, Rusia. Fue el segundo de siete hijos nacidos del matrimonio entre Mijail Dostoyevski y su esposa María.
El ambiente familiar de la infancia de Dostoyevski estuvo marcado por un padre autoritario, médico en el hospital para pobres Mariinski en Moscú y una madre vista por sus hijos como un refugio de amor y protección.
La temprana muerte de la madre por tuberculosis en 1831, sumió al padre en la depresión y el alcoholismo, lo que produjo que finalmente Fiódor y su hermano Mijáil, fueran enviados a la Escuela de Ingenieros de San Petersburgo, lugar en el que el joven Fiódor comenzó a interesarse por la literatura.
En el año 1839, cuando contaba con 18 años, le llegó la noticia de que su padre ha fallecido. Mijáil Dostoyevski, hidalgo de Darovoye al parecer, fue asesinado por sus propios siervos mancomunados que, enfurecidos tras uno de sus brutales arranques de violencia provocados por la bebida, lo inmovilizaron y le hicieron beber vodka hasta que murió ahogado. Otra historia sugiere que Mijáil murió por causas naturales, pero que un terrateniente vecino suyo inventó la historia de la rebelión para comprar la finca a un precio más reducido. En parte, Fiódor se culpó de este hecho a sí mismo por haber deseado la muerte de su padre en muchas ocasiones.

En este portal literario;
biografía del maestro de Rusia,
Fiódor Mijáilovich Dostoyevski.


Fotografía del texto,
por El Artista del Pueblo,
Fiódor Mijáilovich Dostoyevski.

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RUSVELT NIVIA CASTELLANOS - LA PRINCESA Y EL SOLISTA


ARTISTA DEL CUENTO
RUSVELT NIVIA CASTELLANOS

LA PRINCESA Y EL SOLISTA

Cuando se dio cuenta de que la naturaleza 
de un hombre cualquiera,  
saciaría su deseo, sintió compasión. 
Extraña compasión, que se dirigía a quien
fuera que fuese el escogido.
Ya que competía al hombre sucumbir
ante las propuestas, sin derecho a rechazarla. 
Nélida Piñón 

Era todavía de día sobre el cielo espejado. La mujer, sola entonces, estaba a su hora inmediata, recostada contra la pared pedregosa del gran castillo medieval; precisamente se sabía ubicada, junto a la torre más alta del bastión, que daba de frente contra las montañas y demás praderas doradas del imperio ciertamente suyo. Ella por lo regular, se hacía por allí sola, tras cada tarde sospechosa y mágica; mientras su vida sin vigor, no sentía nada más que una aplacada soledad, acompañada en su silencio del ser profundo. 
Había además algunas veces, cuando ella iba y veía inesperadamente uno que otro aleteo de muchos dragones grisáceos, ellos todos lindos, bailando sucesivamente por entre el edén purificado de la eternidad. Así era hecha, toda esta belleza natural en la medida que su propio pensamiento de princesa, volvía bajo los recuerdos de su gallardo prometido, visto para otro tiempo inacabado, bajo la otra realidad de los mundos. La mujer por lo tanto comprendía, durante cada segundo vívido; algún cercano deseo y algún extraño presente, previsto en abrazos acogidos, hacia su enamorado lejano. Estas ilusiones sucedían como causa de la belleza ancestral y la ternura irresistible suya, querida siempre en la profundidad de su alma celestial. Una sola alma en pureza, cuya hermosura venía abrazada en sueños, hacia ese hombre encariñado y suyo. Era él por cierto, apenas un joven, quien había de ser suyo, quizá para algún día de primavera; hecho de solas nubes traslúcidas en otro espacio amoroso. 
Había sin embargo, adentro de esta princesa, mucho temor de miedo, recorriendo por sobre su cuerpo de mujer sufriente. En el tiempo, todos estos sentimientos de horror, perturbaban de a poco su intimidad, durante sus noches luminosas. Ella descubría además sus sensaciones de perturbación; apenas figuraba ese noviazgo, concertado en su más áulica evocación de concierto. La princesa, sin aviso alguno desde su amor, desnudaba enseguida hacia su memoria, los presentimientos más vertiginosos del recuerdo inmortal. Desde allí ella veía perdido a su ilustre artista. Pasaban las sórdidas escenas en una habitación de absoluta extrañeza. Luego se sucedía un solo extraño ahogamiento, sufrido a su novio solitario; pero aquí, sin llegar a saberse nunca, la causa de esta tragedia, real y desgarrada. 
Ahora entonces, tras este dolor reiterado, la princesa, siempre con su vestido azul, iba dejando suceder, dicha ilusión asombrosa, hacia otra imaginación evanescente, igual en la intimidad, una vez quedaba culminada su reminiscencia negra, ella procuraba trasfigurar estos últimos segundos desgraciados, sobre otros mejores acontecimientos, ellos más tolerantes, más lindos, menos horrendos. La mujer, sola meditando y sola cavilando, trasformaba sus nociones al compás de cada instante pasajero; presenciado de entre un frescura de su largo aposento, hecho en frescuras aireadas. Era además una estancia claramente rodeada de alfombras turcas y persas con sus colores intensos. Había asimismo muchos murales, dibujados en formas de mosaicos sagrados, hacia donde se esclarecían las figuras de Jesucristo y San Francisco de Asís, prefiguradas en una misma hermosura. 
Y así, fue cierto todo lo demás en su destino; esta princesa de figura clásica; trataba de mirar mientras tanto en su realidad, hacia el comienzo del atardecer, ahora bañado de estrellas solamente. No hacía sino mirar ella, cada cielo brillante, desde la torre florida en lilas y tulipanes. Contemplaba un universo de muchas nebulosas incomprensibles para su conciencia. Y ella, pese a todo, queriendo estar siempre, cerca de su solo romance, se esforzaba por inventarlo entre los pensamientos de sus creaciones solitarias, otra vez insospechadas, otra vez insondables. Pero luego había algo de lamentos en su ser agónico, algo de sin sabor en su alma. Así que arrancaba ya una rosa blanca de las tantas que había alrededor suyo. Al rato, dejaba que cayera al lago del castillo pedregoso. Era un lago opacado hacia donde iba muriendo la flor. Las aguas estaban figuradas un poco más allá de las torres principales. Su rostro femenino, enseguida esbozaba una mueca de rabia. De hecho, parecía entrever una caída amorosa, ante sus recuerdos alejados; sentía asimismo ella, que era un recuerdo procedente de otros lados inesperados.  
La princesa en su única eternidad; era por cierto una rubia fascinante de ojos azules, era de una belleza romántica. Así que al recordarse muy linda, ella estuvo de nuevo relajada, volvió a su aposento, entre algunos sollozos agotados. Cruzaba, ya algún pasillo de esculturas antiguas con reyes imperiales. En sucesión, se acercaba a la puerta de cortinas moradas lentamente. Unos segundos después, volvió de un lado al otro lugar encerrado, esta vez sin saber qué hacer en vida, sin su pretendiente, si adorarlo más o si dejarlo, hasta el fin del nunca jamás. 
Esta misma mujer apasionada; ojeaba entonces con algo de miedo, las alturas del techo curvado de arriba suyo. Más de repaso, tras un solo movimiento impensado, recomenzó sus otras imaginaciones, iban siendo dedicadas a su honorable caballero; un hombre de rostro sumiso, quien parecía ser suyo tiernamente. De todos modos, hubo que aclarar el resto del abrazo sagrado de ellos. El novio sólo era suyo en unas escasas ocasiones de acortado espejismo, incluso antes de haberlo visto de cerca, sabía que no era suyo plenamente. Eso pensaba ella quedando algo decepcionada. Además, mucho antes de haberlo encontrado, lo supo extraño, para su propia creación. Aunque mal o bien, era un ser existente, para toda esta confusión de inspiraciones esperanzadas; otra vez, bañadas en su luz angelical. 
Luego evidentemente en ella, se fue haciendo otra ilusión de curiosos anhelos repetitivos. La princesa, por lo enamorada, se veía girando sobre sí misma en unos giros de piruetas. Extendía los brazos para un solo acto de pasión reunida. Dejaba arrastrar ya su esencia, hacia lo profundo del espacio, lugar en donde permanecía su otra parte gemela, sin saber aún en donde estaba vivo precisamente. 
Ya por entre los rincones de la misma inspiración suya, ella fue y develó con grata sorpresa, junto a su cierta dulzura, una silueta sombreada, una figura varonil. La descubrió bajo la caída de una llovizna. Era la lluvia color de plata. Recaía de a poco luminosa sobre unos árboles rojos. Tendía a ser restallante para ese atardecer fantástico. Las gotas de agua rodeaban además todo este plano existencial. Después sorprendía al hombre, sin lugar a dudas, curiosamente descubierto en medio del paraje, igual que a su elegido, antes bien, reconocido por la tersura de su piel oscura, más que por la mirada altiva, sincera a su gracia permanente. 
En cuanto al resto personal, su artista lejano, tenía el cabello negro, algo liso y bien arreglado, para su preferencia de princesa. Así lo descifraba ella en su ceremonia espiritual. Al mismo tiempo se encantaba junto a sus cavilaciones increíbles. Desde luego sabía de su devoción creadora con la sobria música. Él; era todo un solista de otra época indecible, sufrida en sus tiempos de nostalgias, quizá incomprendidas a su pobreza de hombre encarnado, igual y pese a todo, seguían muy contiguas sus almas embelesadas. Aunque había cierta felicidad, había en ellos otros días de lástima, sucedía así de mal, porque las otras almas semejantes, no eran capaces de demostrar, sus sentimientos sinceramente. Y claro, por la causa de estas inclemencias rutinarias, la princesa enseguida caía rendida, ante la voz ligeramente escuchada, ante la sonrisa seductora, que él iba y dedicaba a los otros seres semejantes. 
El enamorado incansable, por su parte, proseguía los caminos de sus ayeres fracasados. Andaba solo por los callejones de una ciudad vanguardista. Miraba hacia los rascacielos del centro urbano por donde iba transitando. Era bien conocida esta metrópolis por muchos extranjeros. Estaba preciosamente ideada de entre un fulgor azulado de libélulas y lámparas públicas. Pero era claro todo el resto vivido, eran obvios sus pensamientos sublimes. Dicho artista iba sin un rumbo preciso. Llevaba, su guitarra acústica en la mano izquierda. Bajo una noche, acababa de salir del concierto, que había realizado, hace unas horas en el teatro, más concurrido del centro cotidiano. Ahora él cruzaba una cantidad hombres y mujeres de ropas elegantes con miradas cortesanas. Los miraba de reojo y enseguida aligeraba su paso anhelante en desconcierto. Luego se aproximaba a su pequeño apartamento en donde se sentía algo feliz. Era famoso con su arte y su voz dulce. Era conocido por mucha gente famosa. Pero como todo no podía ser completo en su mundo, por allá lejos, había brotado en su interioridad, otra depresiva sensación de melancolía. Estaba mal engendrada, bajo su desgracia impensada; durante los años de infancia, ella taciturna, ella poco irrecuperable a sus días del ayer, entre los juegos inocentes ya perdidos. 
Además como si fuera mucha tragedia, la mujer suya, no se aparecía por ningún lado del destino incierto y realmente suyo. Vagaba un sin rumbo extrañamente serpenteando por entre las sobradas apariencias y escasas alegrías. Tal artista eso sí, intentaba descifrar a su princesa del encanto. La buscaba linda en cada mirada insistente; ubicándola en los rostros femeninos, que procuraba entre sus cantos trasegados. Pero nada de señales esperanzadas en rubores confiables. Nada de ese amor idílico del amor. No encontraba a la pureza de la esencia suya, atrás de ninguna pretendiente empalagosa; tampoco comprendía quien era la preciosa del apego constante; ella con su juventud hechizada y su misericordia inacabada. 
Por cierto para la princesa, no había dudas en la intimidad suya del amor. Desde su claridad inmaculada, ella sí lo había descubierto, entre las muchas almas perdidas; que seguían existentes en los otros universos procreados. La joven mujer, además presentía un sol poético. Estaba encendido a sus abrazos en los que ellos estarían, por fin juntos, hasta siempre, ellos reunidos, luego de tantos siglos, sufridos otra vez en desconsuelo.
Ahora bien, la princesa, entre una armonía del amor dedicado hacia su artista, por fin cesó de girar calmadamente, durante un sólo instante estrellado en cielos, bien concertados a cada infinitud. Al rato de haber pensado, cuando volvería al más allá, ella sola, salió de su aposento, dirigiéndose hacia el salón principal del castillo. Se fue con algo de ansiedad en su corazón. Bajó las escaleras de mármol oriental. Aún no cerraba sus ojos clarividentes. Estaba sola en el castillo del reino. Luego llegó a donde quería estar sin mucha demora. Caminó un poco más entre el mudo crepúsculo. Hacia lo relajado, dejó reposar su delgado cuerpo, sobre los sillones sedosos del salón, todos de coloraciones blancas. 
Una vez allá, esperó hasta donde la gran magia se haría en la noche; una noche de auroras, rodeada de muchos astros fugaces. Y ella lo seguía amando a él, lejanamente junto a su confianza devota. Ella por lo tanto, presentía al maravilloso abrazo, aunado a su gran amor sincero, confiado desde sus otras verdades inhóspitas. Quedaban además unos escasos segundos para hacerse el final del crepúsculo insospechado. La mujer seguía esperando confiada a su tranquilidad aplacada. Luego entonces fue precisa la otra realidad. Todo se oscureció en ella, tras su muerte natural. La princesa linda, murió de un solo ataque al corazón inesperadamente. Falleció de dolor y por amor a su hombre. Fue el resultado de su otro romance latente. Más aquí en efecto, hubo otra muerte, fue la muerte de su esposo distante, quien se supo ya en otro espacio distinto, algo confabulado en los misteriosos tiempos de la creación universal. 
Y al final sin final, ellos dos se encontraron en el mundo de los fantasmas, ambos se abrazaron en sus linduras, sin nada de esa soledad, mal evocada atrás del tiempo. A lo distinto, hubo en estas dos almas fundidas, un ahora y un hasta siempre, hasta el sinfín de sus inmortalidades. 

Rusvelt Nivia Castellanos,
Artista de Colombia.
Fotografía del texto,
por El Artista del Bien,
Rusvelt Nivia Castellanos.

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DE EDUARDO GALEANO EL RECITAL DERECHO AL DELIRIO


DE EDUARDO GALEANO,
PARA TODO EL MUNDO,
SU POESÍA DE LA ESPERANZA.



Fotografía del texto,
por Tickle,
Eduardo Galeano.

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PEDRO ALBERTO ZUBIZARRETA - ESO SÍ


ARTISTA DEL CUENTO
PEDRO ALBERTO ZUBIZARRETA

ESO SÍ

El Cholito se muere. El Cholito se va. La enfermedad lo atraviesa de lado a lado. Cinco años tiene. Cinco escasos años y la vida ya lo quiere dejar. Ahora no sufre. Ahora no. Está medio dormido, eso sí. Es por la medicación que le dan los doctores para sacarle el dolor. Junto a la cama del Cholito están los padres derramando lágrimas que se abrazan y corren juntas. El Cholito tiene la panza hinchada y le cuesta respirar. Cuando el Cholito empezó con el dolor en la pierna les dijeron que no era nada. Varios médicos lo miraron. Lo miraron un poco por encima, eso sí. Pero qué puede uno hacer, si los hospitales están sin recursos y el papá del Cholito perdió la seguridad social cuando se quedó sin trabajo. Lo llevaron a un médico privado, que sólo lo atendió cuando reunieron el dinero para pagar la consulta por adelantado. El médico privado tampoco lo examinó demasiado. Diagnosticó “dolores del crecimiento”, eso sí. Todo crecimiento va acompañado de dolor, todos menos justamente el que aludía el facultativo. El crecimiento de los huesos no duele. Pero qué puede saber un padre que apenas completó tres años de la enseñanza primaria. Qué le puede exigir a un médico que pasó por una universidad y salió de ella más miope y egoísta que cuando entró. Nada, sólo agacha la cabeza y acepta. Aunque el Cholo se haya seguido quejando, sin poder dormir a la noche, eso sí. El tiempo fue pasando y el dolor en aumento, acompañado por hinchazón en la rodilla. Artritis, les dijeron. El “güesero” del pueblo le quiso acomodar la rodilla, pero se le fracturó el fémur en el intento. Entonces llegó el momento de viajar a la gran ciudad. El Cholito en un grito con cada cimbronazo del autobús. El viaje largo. La llegada a Buenos Aires, con su multitud anónima hirviendo en la Terminal de Ómnibus. Finalmente llevaron al Cholo al Hospital grande. Los médicos estaban serios, mirando placas radiográficas de la rodilla y del tórax. Le practicaron una biopsia. Después vino un médico a hablarles de la enfermedad, que era maligna y se había desparramado por los pulmones. No respondió al tratamiento de quimioterapia y el Cholo empeoró. La pierna se hinchó como un zapallo.
Cholo, Cholito, no te morís solamente de cáncer, también te morís de analfabetismo, de miseria, de desnutrición, de marginalidad. Te morís de injusticia. Te morís de deuda externa. Te morís de anonimato. Te morís de tan pequeño. Te morís aplastado en las vías del desarrollo. Te morís de intereses ajenos. Te morís de extremo sur. Te morís, eso sí.

Pedro Alberto Zubizarreta,
Cuentista argentino.
Fotografía del texto, 
por Wen,
El Niño Pobre.

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VISIONS OF ATLANTIS EN COLOMBIA


VISIONS OF ATLANTIS;
RECONOCIDA BANDA DE METAL SINFÓNICO,
PRESENTE EN NUESTRO PAÍS,
CONCIERTO EN BOGOTÁ, COLOMBIA,
6 DE FEBRERO, AÑO 2019.

Fotografía del texto,
por los creadores del evento,
Visions of Atlantis.

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LA REVISTA BITÁCORA DE VUELOS


LA REVISTA BITÁCORA DE VUELOS,
PRESENTA PARA ESTA ÉPOCA CONTEMPORÁNEA,
VARIAS NOVEDADES SOBRE CULTURA Y ARTE.


Ilustración del texto,
por los Creadores del Portal Cultural,
Bitácora de Vuelos.

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JOSÉ NIVIA MONTOYA - UNA NOCHE INVERNAL


ARTISTA DEL CUENTO
JOSÉ NIVIA MONTOYA

UNA NOCHE INVERNAL

Una noche de invierno en un país austral, fuerte de esos inviernos que nos azota el alma el mes de junio, resurgió bajo mis frazadas casi húmedas por la niebla que se extendía sobre mi lecho. Esa noche entre dormida y a veces casi despierta en un estado de letargo fantasmal; una torre de marfil hizo presencia en mi sueño, adornada con flores místicas. Y una estrella al norte que iluminaba una estrella angelical, pasó rauda frente a mí como si viera el alba de aquel día de invierno, fugaz como el instante que vivía.
La figura en su presencia espiritual, iluminaba en su alma hermosuras, sus ojos angelicales, llenos de ternura, ojos presentes suyos, me proyectaban a la juventud junto al enigmático recuerdo de mi padre en un estado celestial.
Yo sentí que la frente me besaba, la sensibilidad de sus labios fulgurantes, me hicieron recordar la ternura recibida, cuando aquella figura junto a mi madre, me decía; mi reina, mi chiquilla adorada. Con canciones de cuna, lo susurraba, no importaban las noches de invierno con niebla de locura, siempre el cántico de sus melodías, no me dejaba desvelar, suavemente yo me dormía.
De más luego, su paso triunfante, sus caricias inmateriales, junto a mi lecho como una visión que deslumbra, me iluminó de consejos para mi bien futuro, que en vida preservaré siempre. Y yo como pintora de recuerdos, hacedora de imágenes infantiles, vi en el vestido luminoso, la figura paterna de idílica presencia. Sólo en la aurora celestial de aquella madrugada, todavía medio dormida, hice conciencia de que debía regresar a casa. Y asombrada, desperté abrazada al álbum familiar donde la foto de mi padre, yacía mojada en lágrimas, brillando con su rostro varonil.

José Nivia Montoya,
Artista de Colombia.
Fotografía del texto,
por El Artista del Bien,
José Nivia Montoya.

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LA METAMORFOSIS


UNA ANIMACIÓN ARTÍSTICA,
BASADA EN LA OBRA DE FRANZ KAFKA,
LA METAMORFOSIS.



Ilustración del texto,
por Glauco Gianogli,
La Metamorfosis.

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ESPACIO LITERARIO DEL ARTISTA RUBENSKY


DEL ARTISTA,
RUBÉN CAMPOS ARIAS,
UN NOVEDOSO ESPACIO DE LITERATURA.



Fotografía del texto,
por Rubenski,
El Artista Rubenski.

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RUSVELT NIVIA CASTELLANOS - PRECIOSA


ARTISTA DEL RELATO
RUSVELT NIVIA CASTELLANOS

PRECIOSA

Preciosa, me gustas con tu ternura y tu silencio. Eres en amor, una sublevación de sentimientos floridos. Y yo te los abrigué en mi congoja, la cual se esfumó fugazmente cuando sobrevino la presencia tuya. Luego así, lloraste de regocijo y te acercaste a mí, un tanto sensible, siendo dulce en el parque. Con placidez, estuviste feliz entre los deleites conmigo. Nunca te ausentaste bajo el invierno penumbroso. Allí, fue cuando más nos aunamos en lo idílico, porque apreciaste lo nuestro tan afectuoso.
Tras los otros instantes, te procuré y susurré lo temeroso; el hola amorosa, te lo declaré con rocío a tu boca de esencias tibias. Más el canto apaciguado, te sedujo con la inocencia del dolor pasado. En cuanto a lo otro íntimo, tú quisiste persistir callada. Eso expresó mucho de los sentimientos que resguardabas. Mientras tanto; yo te brindé un romance repleto de suspiros inesperados, que se confinaron con la hermosura de nuestras presencias. 
Así lo descubrí ayer en la tarde, durante la inspiración de aquella intimidad, donde surgió la entrega tuya y vívida, preciosa un tanto mía. Sobre la experiencia, nos abrazamos libremente al ritmo de una sola armonía. Junto al embeleso, elegiste darme tus besos sublimes, que para mí fueron apasionados. Sin recelo, nuestros labios se rozaron, los saboreamos con excelsitud, nos humectamos entre lo cautivador. En tanto lo núbil, me hiciste sentir la frescura juvenil, cuya dulzura me puso a volar por tus aromas. 
Y novia de esta simpatía adorada; cuando estuvimos tendidos sobre la nieve, recordé sin nostalgia, la una y la otra devoción tuya, rescatada ayer entre las caricias retoñantes. De repente; tocado el acercamiento de tus manos, te supe descubierta ante nuestra vida.
Más sin ningún aviso, te subiste hasta la cumbre mía. Mientras; se dio lo añorado, nos abrazamos entre una emanación de flores tuyas, esparcidas contra mi cuerpo varonil. Hacia lo excesivo nos sonreímos, te palpé en lo frágil, aunados nos resucitamos en lo eterno.
Al cabo, conquisté la beatitud tuya, te supe festeja a ti, gracias a la complacencia de nuestro romance. Por fin albergamos lo apasionado. Nos entregamos al goce, desvestimos el pudor, fuimos hombre y mujer, libres. Así que una vez menguo el arrullo tuyo, yo me fui yendo en tu claridad deslumbradora. De a poco; ahondamos en nuestros otros asombros, superando lo imposible, engendramos lo santo, amada, amorosa algo mía, preciosa.

Rusvelt Nivia Castellanos,
Artista de Colombia.
Ilustración del relato,
por La Artista del Bien,
La Preciosa.

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LA LITERATURA DEL ARTE CONVOCATORIA PARA ANTOLOGÍA LITERARIA AÑO 2018


LA LITERATURA DEL ARTE
CONVOCATORIA PARA ANTOLOGÍA LITERARIA
AÑO 2018

Para este año del 2018, La literatura del arte, los invita a participar en su revista virtual, que se expande a los artistas de toda Hispanoamérica.
Así bien, sobre esta sexta edición, queda abierto el espacio para las creaciones de cuento y poesía.
De más en concordancia, nosotros como gestores culturales, proseguimos con estos ideales literarios, por la esperanza de los artistas.
Claro y ustedes, quienes nos han reconocido, quienes nos aprecian con sus lecturas, tienen aquí de revelación esta revista.
Y con mucha querencia, sean bienvenidos.

Condiciones específicas:

1. Podrán presentar sus trabajos todos los autores interesados, procedentes de cualquier lugar de Hispanoamérica.

2. El plazo de la convocatoria comienza el 1 de mayo y finaliza el 30 de julio del año 2018.

3. Se establece una sola categoría, mayores de 18 años en adelante hasta los más viejos.

4. La temática; libre.

5. Los textos tendrán una extensión como máximo de 1000 palabras, sin contar espacios. Y por género literario, será máxima una propuesta, podrán ser cuentos y poesías.

6. De las postulaciones resultantes, se escogerán las de mayor aura, todas por supuesto deberán ser obras originales, que tengan buen manejo del lenguaje español.

7. Las obras se enviarán a este correo electrónico: laliteraturadelarte@hotmail.com. Para este caso de escritos y poemas, irán dos archivos adjuntos en Word, uno con los datos personales del autor; foto del artista, reseña biográfica breve, nombre y apellidos, región natal, número de cédula, seudónimo con el que participa, dirección del contacto, teléfono, correo electrónico. Y el segundo, contendrá como tal, la obra artística, firmada con seudónimo.

8. Las mejores creaciones artísticas, que cumplan estas condiciones, serán publicadas en formato virtual por la revista, La literatura del arte, exclusivamente para la séptima edición virtual.

9. La literatura del arte, publicará las mejores obras a su consideración, pero no se hace responsable por plagio y además los autores al participar autorizan la reproducción de su obra por medio de la revista para su séptima edición virtual. La literatura del arte, igual se reserva el derecho de una posible publicación impresa, organizada con los artistas que fueron escogidos.

10. El jurado estará conformado por los integrantes de la revista. Ellos darán a conocer en el mes de agosto los resultados y se pondrán en comunicación con los autores.

11. La revista virtual, quedará a libre disposición en nuestro espacio cibernético para todos los lectores.

12. La participación en esta convocatoria, implica la total aceptación de sus condiciones y el fallo sobre los ganadores, será inapelable.

La Literatura del Arte
2018

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RUSVELT NIVIA CASTELLANOS - LA LITERATURA DEL ARTE


ARTISTA DEL ESCRITO
RUSVELT NIVIA CASTELLANOS

LA LITERATURA DEL ARTE

Sólo empezar por los primeros pasos de la literatura en el mundo; viene a dar una buena forma de cabida al bello arte de escribir los universos propios y ajenos del ser humano. 
Ya entonces desde que se sabe al hombre andando al ritmo de un clarificado, uso propio de la razón, se desnuda un ser profundo, que va generando el estímulo suyo por manifestar los gratos sentimientos del alma inmortal. Trata de resolverse enseguida su conciencia interior. Ella procura manifestar las muchas formas de expresión artista; que lleva adentro de su larga estadía, bajo el tiempo sin final. Tal disposición del pensamiento, parte obviamente de los aforismos aristotélicos, sobre filosofía, allí donde la idea del alma se va construyendo más bien compleja, tras una sobrada capacidad de percepción absolutamente espiritual. 
Mientras tanto, sobre el propio trasegar de los años, luego el hombre, crea varios inventos y métodos de su apoyo individual y colectivo, para así, dar una buena utilización a sus manos y al resto de sus sentidos sensoriales y su cuerpo movible. De hecho, hay de la mano del hombre y en sus dedos creacionales, una intimidad de pensamiento evolutivo; que da radicación esencial a la existencia del significado, respecto a una cultura universal. 
Además, toda esta reunión de relaciones creadoras, va siempre enredada al ideal por resucitar las invenciones de una profundidad artística. 
Así que ya de pronto en la vida; surge un ideal creativo y resurge otro arte renovado; colmado de infinitudes, ante la representación exterior y debido a su movilidad temporal, avanza desde la invención abstracta con estética y luego sale de la memoria creativa, para reposar sobre el mundo exterior, ya existente por una divinidad superior.
Ya ciertamente en el sin tiempo poético, tras todo un montón de luchas humanas, dadas al fin con luz, para intentar descubrir la eterna poesía, luego se yerguen las mayores razones del mundo y la razones del hombre sobre el universo. Así que en su presente, resuena y se desboca en pura magia, la literatura del bien imaginado, la lindura del saber del amor, entre los seres sapientes del habla y la oratoria. 
Y entonces, tal invención del arte, muy rústica en su formación y también linda y pura en sus versos, viene siendo ella antiquísima, andando los ayeres de la vida creativa, incluso empezando antes de su principio, sobre una pintura de sobrada belleza. 
De hecho, ella en su génesis, antes que la pintura; fue nativa en el habla de los pensadores primitivos, luego ya entre varios gritos y tras varios susurros en los humanos peludos, brilló en los seres del amor; la idea del discurso oral y la inspiración de la literatura, expresiones de sabiduría, las cuales ellos supieron como eternas, junto a los cantos del viento y así bien entre sus vivencias, ellos para su debido tiempo en ritual, comenzaron a crear la escritura en las piedras, adentro de sus tribus ancestrales, los creadores de la literatura artística. 

Rusvelt Nivia Castellanos,
Escritor colombiano.
Texto extraído de su libro de ensayos.
Fotografía del texto, por Velt,
El Libro de la Flor.

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RUSVELT NIVIA CASTELLANOS - EL ERMITAÑO DE LA SIERRA


ARTISTA DEL CUENTO
RUSVELT NIVIA CASTELLANOS

EL ERMITAÑO DE LA SIERRA

Hace algún tiempo, no muy lejano del arte moderno, hubo de ser contada una hermosa leyenda en la tierra incomprendida de los hombres. Su lírica, fue recreada gracias a la doncella romántica de mayor poesía en la ciudad musical de los versos. Por supuesto tenía que ser ella, debido a su grandeza espiritual. Esta evocación artística no podía hacerla ninguna otra mujer humana. Tenía que ser Ariana en medio de su ternura y su dulzura. Era ella quien pretendía de esta invención idílica. En lo posible debía culminarla asimismo esta bondadosa poetisa. Ella siempre de cabellos negros y cuerpo virginal, nadie más que su misericordia, podía hacer realidad la obra sublime. Además no había mujer tan cercana a su pureza y a su alma solitaria en todo el mundo. Fue entonces, Ariana, tras su incesante prosa de fuego y su cuidadosa inmensidad de inspiraciones fantásticas; quien comenzó con la acrisolada narración, durante una noche frívola, sin estrellas, pero bajo una luna llena, sobre un cielo negro para octubre. 
La poetisa, más delante del presente suyo, divagó mientras tanto bajo sus alterados instantes del recuerdo, ellos, rodeados de pálidos sentimientos y sepulcrales sombras. Así entonces, sin aviso alguno, se vio reclinada sobre el columpio de atrás de su casa. Y con un libro de fotografías en sus manos. La poetisa, luego sin saber como sucedió lo místico; se pensó algo aquietada en el acto de sus pensamientos alucinados. Se le hizo raro todo este alrededor por unos segundos fugaces. Pero en un rato presintió unos pasajes de su pasajero amor. Así que ella volvió otra vez a su memoria presente, Ariana, por fin volvió de un más allá en donde mantenía muy entretenida nadando en un arroyo oleado. 
Ya de seguido en lo real, ella se dispuso a mirar lentamente, las páginas ilustrativas del libro que llevaba consigo misma en sus piernas blanquecinas. Ariana pasaba asimismo las hojas en medio de una elegancia ceremoniosa. Las ilustraciones iban mostrando unos bosques arrasados y decaídos ante las inundaciones del ayer. Esta enamorada de poemas, tan hermosa en juventud, igual iba y se dejaba asombrar de a poco por las revelaciones dolorosas que había recreadas en las imágenes de aquella naturaleza; ya algo desencantada, ya algo muerta. Eran una ruindad perdida entre las tantas muertes de la tierra. Aparecían varios jaguares heridos y desangrados adentro de un bosque oscuro. Además se clarificaba después una última hoja con una montaña de peces esmaltados y moribundos a las orillas de un río cenagoso.
Por cierto, ante las tragedias presenciadas del libro, Ariana, miró por última vez los jaguares y de golpe se puso algo triste. Así que no apreció más el paraíso destruido que la perturbaba en su mente embotada. Se le hacía espantosa la recreación. Sólo dejó la obra de ilustraciones por ahí botada en el patio en que estaba distraída. Al seguido rato, pensó un poco y volvió al salón de estudios en su casa campestre. Cruzó el pasillo de la cocina integral. Estaba algo sucio este recinto. Había comida esparcida por todas partes. Hubo asimismo un charco de aceite desparramado sobre el suelo de mármol. Se veía casualmente igual al mar del mundo. Y dizque no había tiempo para hacer limpieza al lugar. Esas fueron sus cavilaciones profundas. Sólo siguió de largo hasta llegar al escritorio de madera donde intentaba escribir sus invenciones. Se ubicó en la silla de metal. Acomodó sus largos cabellos con un prense y en un solo movimiento encendió la lámpara de cristal que había a su lado derecho. Luego quiso hacerse otra vez; una prosista constante y soñadora. 
Ella quería escribir de una buena vez. Hacerlo sin temor alguno. Soltar toda su alma creadora en el lienzo de papel con las palabras. Así lo sentía para esa noche embrujada y surrealista. Pero no era lo más usual en su hora. Espero unos segundos antes de comenzar el relato. Eso hizo. Más bien, se decidió por recorrer sus profundos pensamientos al compás del tiempo que la absorbía vertiginosamente. 
Ya bajo una sorpresa asombrosa de queridas esperanzas; descubrió el significado espiritual de su existencia. Lo veía precisamente encausado hacia una literatura maravillosa y dirigido; hacia la fotografía artística en lo más absoluto de sus ilusiones recurrentes del gran universo. Esas invenciones sucedían porque ambas artes le gustaban más que cualquier otra cosa para su linda creatividad. Aquí se enamoraba además en unos profusos versos de poetas antiguos. Después se veía sorprendida ante un retrato de paisajes más calurosos en su tierra olvidada. Y era cierto todo este paraje antiguo. Ahora la poetisa entre susurros de pájaros coloridos, iba sintiendo algunas impresiones extrañas, cuyo vaivén alternado, fue inundando sus latentes reminiscencias. Estas bien se presenciaban para muchos años atrás. Aparentemente hace muchos siglos de haber renacido ella en un cuerpo de grandiosa mujer, un lindo cuerpo que es todavía suyo. 
Ariana, para esta otra hora, bajaba entonces como una musa luminosa del instante inspirado, bajaba y bajaba hacia una verdadera imaginación. Fue recomenzando enseguida su otra juventud confundida del perturbado presente. Así que por lo pronto retornó junto al seguimiento de su muy bien anhelado sueño. Ella de hecho quería una prosa alternada así como esa prosa de Sor Juana Inés de la Cruz, cuando procuraba hacer cuentos. También disfrutaba la poesía que había en Laura Victoria. Ella era su colombiana preferida. Además percibía una clara admiración hacia ambas mujeres. Más que nada por sus poemas cuidadosamente concretados para la inmortalidad de los hombres, igual estaba entregada muy bien confiada en cada una de ellas, hacia las mismas letras del amor. 
Pero sobre su obra, Ariana, comprendía algo escaseados sus versos esperanzados. Ella lo sabía sucintamente en sus creaciones literarias. Así lo pensaba difusamente. Quizá pretendía sacar más fuerza poética de su interioridad que aún no resurgía como ella lo esperaba realmente. Era claro este sentimiento. En su esencia presentía sus invenciones muy vivificadas en un suntuoso barroquismo. Trataba algunas mujeres enamoradas en sus ilusiones de magia. Era a la vez fascinante leerla. Nadie se lo discutía. Pero sí; había unos secretos pintados en su arte, que eran algo misteriosos para los demás. Y Ariana lo presentía desde hacía varios días. 
Así que para esta ocasión de escritura sublime, ella solamente tomó su pluma negra y una hoja de papel celeste. Aquí ya no se perdió más en sus cavilaciones constantes sobre como debía ser narrado su siguiente relato. Tampoco se perdió ya tanto con las horas; haciendo más bocetos escaseados de figuras ancestrales. En este preciso momento sólo dejó correr simplemente su pensamiento y las palabras como un inagotable centelleo de ensueño. 
Luego surgió la voz nostálgica de su alma hacia el silencioso escrito y a la vez se fue haciendo un verso inalterable como un indescifrable canto de poesía costumbrista. La obra por lo tanto se vio extasiada de melancolía y ya mientras tanto, Ariana, se encontró en un íntimo abrazo de su muy ansiada literatura y su extraña realidad atemorizante. Pues allí había clarificada, entre ambas temporalidades existenciales, una relación viva de imágenes surrealistas.
Ahora bien, la poetisa de ojos profundos; dejándose ir un poco más allá de su presente, ya bajo su arte abstracto, fue trazando una misteriosa región de montañas frondosas hacia su gran admiración. Era engendrada de a poco y con delicadeza. Todo se hacía para muchos años atrás en compañía de la eternidad. Luego fue embellecida la creación cuidadosamente en su naturaleza y su frescura aireada. Ella se sabía además lejos de aquí; donde los muchos hombres del ayer, eran sólo nómadas andrajosos, arropados en sus vestidos de pieles primitivas y varias lanzas entre sus manos; quienes iban sin rumbo preciso tras el raro suceder de los días. Ellos atravesaban los senderos pedregosos de estas tierras selváticas, aún insospechadas, aún fantásticas bajo el horizonte violeta que se hacía de soplos madrigales. Fraguada a la vez en el boscaje, surgía una lluvia luminosa cuya suave caída se veía resaltando en las flores blancas; salpicando las hojas perfumadas de eucaliptos; que había en todo aquel alrededor procreado.
Allá mismo se hizo resueltamente; una pintura vivificada, hecha entre nubes violáceas y diversos cielos crepusculares; para la muerte del tiempo. Se fraguó agraciadamente esta magia en los otros seres. Adquirió una cuidadosa forma este destino del pasado inventado. Luego fue y cayó de golpe la noche silenciosa en un solo y cadencioso espejismo. Así que una luz tenue de estrellas fugaces se hizo a lo lejos en la medida que el reflejo del mar brumoso; fue siendo observado por un ermitaño robusto. Era su piel oscura como la de un murciélago. Ya estaba muy viejo, tanto como su rostro cadavérico, pero aquí esbozando otra vez la gran sabiduría de su pensamiento espiritual, pese a salir muy poco de su ajada casucha, meditaba él en silencio, frente al solar de bambú, recubierto con uno que otro helecho verdoso. Igualmente se paseaba este ser legendario; solamente por las afueras, cuando los astros del universo pasaban encendidos; junto a la medianoche y sobre la espesura de los árboles. Y era muy clara toda esta realidad imaginada. No había dudas para este ser del bosque. No las había ya en su memoria. Allá era donde se lo pasaba este gran ermitaño, solitario en sus instantes desolados. Lo pasaba abstraído bajo el tejado curvo de su apacible dormitorio; algo cerca de las inmensas rocas negras que había en las afueras y atrás de la cascada más trasparente y más oculta, para los otros hombres; los otros habitantes, los de cierta aldea perdida, recóndita aldea que este ermitaño veía a lo lejos desde su ventana de troncos.
Por estos motivos, trataban de ser más sus acciones llevadas hacia una soledad suya. El ermitaño entretanto alejó su vista del cielo aluciando que hallaba comprendiendo desde un sólo asombro. Volvió enseguida al interior de su estancia porque ya presentía la hora de alistarse y salir a recorrer aquel bosque deslumbrante. Quería sentir cada espesura de serranías más cercanas a su cuerpo sensible. Así que él empezó a caminar hacía la única habitación recubierta de hojas rojas. Ese era su único lugar íntimo. El ermitaño pronto fue reconociendo tranquilamente los pasillos, entre su aliento pasmoso, hasta llegar al rincón de la derecha próxima. Luego se detuvo sin ninguna sorpresa mientras fue ubicando sus ojos blancos hacia la caña de pescar suya, que había recostada, contra la pared. Aquí la examinó con un cuidado de minucia. Fue reclinando su cuerpo telarañoso para tomarla entre sus manos frías. Ya entonces una vez la tuvo cerca de sí y consigo; salió por fin de su antigua casucha. Eso se fue sonriente hacia toda la vida natural. Se fue hacia las muchas nubes de mariposas, hechas en agua cristalizada, mariposas cuales a la vez revoloteaban, muy cerca de los árboles y de las rocas negras. 
El ermitaño además, sobre estas evocaciones de su existencia efímera, fue cuando más se encontraba así en bien; alegre y como algo musical, pues siempre que se iba para las orillas del río aurora, igual que esa vez, lo hizo bajo un propósito de ir a cazar doncellas acuáticas al fondo de las aguas envolventes. Lo intentaba porque ellas eran muy rebosantes de belleza en sus rostros y sus cuerpos exuberantes. Lindos y tiernos cuerpos dados sólo al placer de la creación y al sabor de este amor sagrado, pero pese a todo este ermitaño, nunca antes había cazado alguna hermosura de cualquier encanto. Al menos que fuera grandiosa y sensible a su belleza. Escasamente las alcanzaba a ver bajo el fulgor dorado de los soles. Ellas resaltando en el agua de las ilusiones. Por otra parte, había mucha inocencia en su alma y un gran deseo por ellas. Por estas tristezas; había intentado seducirlas con los cantos de un arpa ancestral. Ya para otra ocasión, quiso amarlas, quiso atraerlas con la fragancia más seductora de los lotos, traídos del bosque. Pero nada, no conseguía los abrazos confiados a su compañía solitaria. Pese a sus esfuerzos, caía entregado al silencio de cada doncella de las aguas.
Claro ahora, pretendía forjar su inspiración. Para tal ocasión lo intuía. Sabía que iba a poder conquistar por lo menos, una doncella. Tan sólo una, aunque sólo fuera una de las tantas que había libres por todas las aguas y los mares del silencio. Luego pensar entre ambos; pensar en engendrar dulcemente al ritmo de una pasión desbordada, otro ser inmortal. Quizá algún otro ser, bañado de ternura, parecido a sus almas naturales, igual este otro ser, siendo algo taciturno, algo enamorado hacia el bien del universo. 
Así que el enamorado irresistible; cautivador, se encaminaba por el tenebroso sendero de la sierra más alta. Era la más nevada de su tierra inmaculada. De hecho todo su recorrido fue armonioso en la medida que iba pasando lentamente, algún grupo de tunjitos dorados. Ellos se sentían muy temerosos; al ver tal criatura, legendaria para su momento. Pero estos mismos muñequitos móviles, se tranquilizaron, cuando sintieron que era noble y dedicado a los bosques del ayer. 
Enseguida, pues se tomaron su confianza descarada. Se le subieron a los hombros unos varios tunjitos. Le dijeron al oído además que muchos de sus compadres habían muerto en los lugares ocultos, para donde se dirigía presurosamente. Dizque al intentarlo ellos; una avalancha precipitada se los fue cargando vertiginosamente. Además supuestamente era cierto este rumor, el cuento de que ningún ser terrestre había podido alcanzar esa apartada cumbre. Y tampoco nadie había llegado hasta el arroyo. Simplemente las aves negras de los aires en compañía de algunos ñuramones silvestres; ellos los de alas similares a las ramas de una palmera; eran los que sí podían hacerlo, pero que de resto; ninguno más podía alcanzar esas tierras lejanas.
El ermitaño del amor no los oía mientras tanto entre sus risas. Hacía caso omiso a todo lo que decían sus voces. Eran así de malos con sus caras traviesas. Él pues tranquilamente proseguía hacia su destino bien procurado. Ya los esquivaba sin decirles nada. Luego iba andando más despacio. Lo hacía con más cuidado por entre las peñas de caliza y los pinos mojados de lluvia. Porque este paraje era muy peligroso en lo más embrujado. Había unos pedazos escabrosos por el camino incierto. Así que el amante del mundo se asustaba mucho cuando miraba de pronto hacia los abismos figurados al fondo del limbo. Aquí pues una vertiginosa caída al vacío; podía ser la muerte de su cuerpo en donde estaba enclaustrado angustiosamente, pero eso sí, no habría de perecer nunca su espíritu, lindamente inmortal. 
Entre tanto, al cabo de algunas horas perdidas; fue pasando esta noche con su gentil canto de cigarras. Enseguida se vio cansado ante su larga travesía soñadora. Se veía ya algo cerca para su cumbre esperada junto con la nieve absoluta. Dio unos cuantos pasos más por entre un sendero misterioso. Pensó en seguir inesperadamente al fondo. Pero al final no quiso arribar. Más bien esperó. Sólo se relajó hasta el otro atardecer restallado de nubes. Así que se recostó por ahí bajo unos frailejones purpúreos; algo colmados de granizo cegador. Recogió sus piernas entre su soledad. Se cubrió con una rama del arbusto. Acarició la ruana de venado que siempre usaba para sus viajes; por último pasó a cerrar sus párpados, más adelante, esperó los ratos huracanados del viento, para que su otra noche lo despertara. 
A su hora, se fue dejando arrastrar hacia lo espejado del espíritu ensoñado que había adentro de su complejidad. Sin saberse por qué, iba y develaba entonces en lo onírico, su obra de arte escultural. Ella siendo retratada en su figura de gracia. Aquí elucidaba al mismo tiempo su larga barba de colores grises, junto con sus hermosos cabellos de crespos perfumados. Los hacía una mujer desconocida. El ermitaño por su parte miraba de cerca su cara blanquecina. De golpe comprendía la tristeza que había en ella. Era una joven lacrimosa, dedicada al mundo; entre su sola ceremonia decaída, porque ella descubría algo mal en esta incomprendida morada, que estaba deteriorada entre los valles de algún paraje suyo. Además se sabía el desorden en muchas laderas. Ya la praderas secas; así por lo cual evidenciaba una muerte en constancia para los orangutanes y cóndores andinos de su espacio natural. 
Pasado algún tiempo del recuerdo; el ermitaño fue dando por su parte, una que otra caricia alternada a esa mujer. La seducía desde la profundidad alejada. Iba dedicada para su belleza hacia su artista muy bien cariñosa. La abrazó con mucho cuidado; hasta donde su realidad podía hacerlo concreto. Ella sentía además una sola cadencia de aliento en su piel aromada. El ermitaño mientras tanto; fue quedando adormecido, entre algunos arrullos apagados. Más tarde cada uno fue esperando pacientemente por las primeras luces de algún mañana mejor; posiblemente un mañana de paz, entre todos los habitantes del cosmos, paz sin guerras, sin odio y sin sangre, por fin. El día de la otra presencia; para el ermitaño, quien se sentía aún entre dormido; fue apagándose para su propio día. Todo se desvaneció sobre muchos velos grises entre aquel pedazo de cielo mágicamente realizado. Hacia la lentitud hubo de ocultarse un sol rojizo, entre las montañas sombreadas. Luego se precipitó el otro anochecer, hacia algún instante perdido en que se iba despertando este viajero retraído. Ya se sabía asimismo, rodeado de grandes ojeras; para sus párpados, lejanamente enlutados. Igual no importó, se levantó en el acto seguido, cuando todo se oscureció en su cuidadosa negrura. Lo hizo para un solo amor de soberana tranquilidad, junto a las noches. Así que tras una sola visión suya; fue revocando lentamente, los hechos presenciados en compañía de su artista persistente. Este ermitaño se iba ya hacia atrás. Entendía mal procedente su espacio. Después presintió cercana su confusa imaginación. De momento se hizo un solo milagro en su memoria; hasta cuando le fue preciso descifrar, estas lejanas reminiscencias. 
Ahora se hacía al presente. Al debido instante, quiso levantarse del alto prado. Esquivó los frailejones que lo sorprendían vertiginosamente por ser tan grandes. Recogió hacia un acto rápido la ruana que se entendía algo fría. Así ya en un sólo segundo de esperanza; fue recomenzando su camino incansado. Lo procuró por entre la abundante nieve. Quiso sentir la ventisca arrasadora del norte inesperado. Allá se cubría nerviosamente con las manos del cierzo arrasador. Pero no cesaba su camino olvidado. Seguía sin ninguna duda hacia adelante. Quería llegar pronto al lugar pretendido. Esquivaba a cada nada unos arbustos de color ocre, por donde venía el invierno profusamente. Alternaba asimismo sus pisadas con esmerada paciencia. Daba ya sus pasos por entre los hielos del suelo reaparecido. Lo hizo así, sólo hasta cuando, hubo de tropezarse, junto al arroyo de los encantos. Era igual de mencionado por ciertos brujos dorados. Ya por si fuera poco, todo lo demás, estaba recubierto de nieve alrededor del paisaje natural. Era una polvareda suave como de un azul profundo. Era así por el reflejo del más esclarecido, desde los muchos firmamentos, revestidos por los fantasmas sombríos, revolando en los aires.
Así pues que el ermitaño descubrió este arroyo en una gruta de fantasía. Luego se adentró allí, avanzó por abajo de las estalactitas traslúcidas. Fue caminando con bastante cautela por entre las rocas. No estaba oscuro el lugar. Había algo de luz gracias a las orugas pesarosas de por allá. Después de un rato de travesía quiso detenerse a descansar. Presintió que era justo acabar la caminata. Al fin pues creyó en este ambiente del gran paraíso. Pasó esta belleza por sobre su memoria otra vez; porque pudo advertir sus extensiones vívidas, desde algún ayer lejano. Desde allí volvía otra vez un sólo sentimiento de alegría. Sucedió cuando descubrió los verdaderos orígenes del arroyo. Todo esto pasó en compañía de las pequeñas candilejas. Ellas nadaban por entre el agua resonante. Muchas de ellas salían del torrente renaciente. Eran similares a una luminaria danzante. Luego parecían dejar un rastro de fuego con el agua. Eran además poco imaginadas para su cuerpo exótico. Ellas no se podían diferenciar bien. Podían desaparecer cuando había claros de estrellas en los cielos inusitados; esto pasaba tras cada anochecer; precisamente para esa ocasión de varios lados mágicos. 
En cuanto al ermitaño, estaba sentado en una piedra blanquecina. Quedó asombrado además cuando las candilejas volaron por sobre el agua sosegada. Era un cuadro real maravilloso el que fluctuaba en todo este ritual. Ellas giraban libremente por los aires. Ellas bailaban en una sola ceremonia de cantos sosegados. El ermitaño, se entristecía mientras tanto por no haber sabido nunca antes de sus linduras. Se quedó de ojos abiertos. Sólo las siguió apreciando lentamente entre su inocencia tardía. Eran raros los instantes siguientes del ermitaño. Pues ya sentía un olor de selva en la atmósfera. Era originado por ellas. Esto desde luego embadurnaba de esperanza al soñador. Así que dichas preciosidades eran algo tiernas en su dulzura de grata cercanía. Además era claro el resto en su presente. No había tiempo que perder. El ermitaño enamorado, debía coger algunas de estas nadadoras. Tenía que fraguarlo para cautivar a su doncella lejana y de los viejos amores naufragados.
Allí bien, armó la caña de palos y raras enredaderas. Al cabo de varios lanzamientos pues pudo agarrar unas seis candilejas seductoras. Lo hizo gracias a las orugas que eran el serafín de las candilejas. Fue un gran esfuerzo sacarlas. Al fin consiguió traerlas del fondo del riachuelo sin ningún temor. Afortunadamente nadie murió en esta proeza evolutiva. Sólo dejó quietas a las otras lucernas pequeñas. Las dejó allá tranquilas, sin muchos aspavientos en sus sentimientos. Depositó enseguida las suyas en un coco grande que llevaba consigo. Hacia el otro momento, se fue de allí vertiginosamente. No quería hacerlo pero tenía que irse de una buena vez. Salía ya hacia el río de las bellas ilusiones. Un río de aguas puras como un espejo. Aguas mezcladas con la creación de los peces prehistóricos. Había igualmente unos seres algo impresionistas en los ríos. Eran unos seres como arañas nadadoras. Había además otros peces que parecían unas simples palomas de río. Además iban en contra del cauce celestial. Por lo tanto el ermitaño quiso estar allí pronto. Ansiaba entrever ya este vívido cuadro de espíritus fraternos. Ese lugar era un sólo espejismo, donde los cangrejos de patas azules, caminaban por la arena y por entre las rocas prehistóricas. Era un hermoso paisaje donde los peces voladores iban nadando, junto a las olas, junto al aire silencioso. Más este enamorado debía irse. Hubo lejanamente un buen presentimiento en esta alma de retraimiento. Era irradiado, por la incandescente bajada de doncellas a las orillas del río. Ya las sentía algo cerca de su vida. Ya las sabía algo apegadas a su desnuda beldad. Eran una belleza exótica entre las tantas linduras. Todas ellas desnudas entre sus senos de rosas. Hermosas en sus rostros de diosas acuosas. Así que se fue con algo de ansiedad. Eso corrió hasta la morada de los ñuramones lanudos. Se aproximó a uno solamente. Era de pelajes clareados. El animal, estaba recostado por ahí entre los pinos. En seguida, pues el viajero se colgó de sus garras. 
Ante esta petición sentida el ave alzó un vuelo decantado. Lo hizo en compañía del viento arrasador. Así que ambos fueron cruzando tranquilamente cualquier bosque de pinos frondosos. Anduvieron por entre los bosques del páramo. Vieron además las ardillas del jardín invernal. De paso escucharon las bandadas de pájaros negros. Y la nieve al compás de un lento caer desde las peñas, también se fue quedando atrás. Luego ambos se fueron alejando de esta región ártica. Estuvo congelado hasta cuando el ave cortó el aire a mayor velocidad. Aleteaba ya con mayor fuerza. Los cabellos hirsutos del ermitaño se despelucaron por su parte asombrosa. Asimismo su gran cuerpo parecía sacudido de un lado a otro escalofriante. Pero el enamorado se resistía de la misma inclemencia de la noche desnudada. No se soltaba por nada del mundo de las garras del animal. Además ya entendía algo de cerca el río ondeante. Escuchaba la creciente estrepitosa entre lo bajo del río. Así presentía su frescura durante aquella noche limpia; una noche decayendo, aún sin su luna esmaltada.
Para aquellas horas del progreso; ambos viajeros dieron por fin con las orillas del río escarchado. Era por otra parte un río traslúcido y arenoso. El ave se inclinó entonces un poco entre el viento del cielo rebajado. Comenzó ahora por descender lentamente. Recogió sus alas de coloraciones relucientes. Y así el ermitaño se fue sorprendiendo por la pequeñez que era su ser, desde su reflexión intelectual. Sucedió cuando apareció esta fluyente adormecedora del agua. Rozó los aires enseguida y los pies peludos del otro animal. Eso ya sentía además algo acabado su trayecto de volador asombrado. Extrañamente, fue todo lo contrario que la primera vez, cuyo andar, hubo de sentirlo muy fragoso por lo enmarañado de los senderos. 
En tanto, ya cuando el ermitaño estuvo volando sobre algunos almendros florecidos; quiso dejarse caer del ave resueltamente. Se dejó ir hacia las ramas quebradizas. Atisbó el vacío recorriendo a su vientre umbrío. Sintió pasar las hojas sobre su piel arisca. Las hojas caían en abundancia sobre su rostro azabache. Más al otro tiempo, hubo de caer su cuerpo en la hojarasca de los muchos árboles. Y aún era de noche en la eternidad. Había nomás un escaso murmullo de pájaros amarillos. Así que forzó todas sus facultades para levantarse. Recomenzó enseguida su otro camino hacia la orilla. Estaba algo de cerca el río. Ya la podía ver tras las ramas; junto a las rocas al fondo. Sin embargo hubo mucha lástima en su alma. Hubo gran angustia para el ermitaño. Esto se dio cuando hubo de tropezarse con una inesperada muerte de doncellas en el río. Unas de ellas estaban desnudas. Estaban tiradas sobre la arena natural. Había otras nadadoras quienes flotaban en el agua sutilmente. Chorreaban además su sangre violeta por los senos y por las bocas reventadas. Unas sucumbían horriblemente soltando gritos de dolor en la medida que este sucio cuadro se hacía cada vez más precisado para la existencia del pobre ermitaño; quien no podía ya con estas verdades desabridas. Fue, porque vio caer sus almas similares al hoyo incesante. 
Desde luego, hubo muchas heridas en la profundidad de sus sentimientos. Además adivinaba que había un misterio en su proceder confiado. Era que debía ir hacia ellas. Por tal motivo se aproximó en procura de una de las doncellas. Era una de las más bellas. La doncella se comprendía reclinada y boca bajo de la arena. Yacía junto a las piedras de la orilla inmaculada. Luego este enamorado delató su olor acabado en el cuerpo femenino. Ya para los otros actos; miró las cortadas que todas ellas tenían en el dorso y el cuello. Desgraciadamente, supo que habían sido emboscadas sin ninguna misericordia. Fueron atravesadas con unas lanzas de metal. Fueron acabadas sin la menor espera posible. Al parecer una tribu primitiva de hombres cromañón, quiso destrozarlas brutalmente. Ellos merodeaban por esos lados, hace apenas unos escasos días; pero por otra parte estos hombres de mente retrógrada, aún eran poco conocidos para el ermitaño de la sierra. Él sólo los había visto armar pequeñas fogatas en sus cavernas. Había algunas veces cuando los veía cazar antílopes en la llanura escabrosa. Pensaba antes entre su ternura, que estos hombres brutos eran algo pacíficos. Así que ante esto descubrió la otra parte irracional. Eran ya muy cobardes y traidores; eran muy llenos de ansias por acabar con todo ser viviente.
El ermitaño levantó entonces sus rodillas de las piedras, donde estaba agachado. Se sacudió la arena mojada. Lanzó un grito de bestia al cielo. Ese eco asustó a las guacamayas de los diversos colores. No importó su dolor para los otros seres terrenales. Enseguida recomenzó pues sus pasos en soledad hacia su lóbrega morada. No quería pensar si no en regresar pronto a su destino para cobrar así en vida; alguna venganza aterradora, matar a toda esa plaga de una buena vez. Entonces se fue del río. Se adentró precipitadamente otra vez hacia la montaña de los deseos. En unos segundos atravesó la conocida quebrada oscura de los primates. Siguió expulsando su furia junto al sin sabor del llanto. El instinto de los monos que colgaban de algunas ramas; comprendían sin embargo su dolor, igual, no hacían nada por auxiliarlo; sólo se lo pasaban de un palo a otro chamizo, sin hacerle mucho bullicio a la noche. 
A su paso él, dejó caer palos y hojas tropicales en la tierra café. Percibía ya el crujir de unas hormigas rojas mientras destruía los caminos pequeños de sus hormigueros. Las pisaba sin ningún temor por haberlas matado. Sentía odio por vez primera en su vida. Hacía este mal porque no había tiempo para esquivarlas con precaución intensiva. Estaba muy rabioso contra sus buenas intensiones. Expulsaba mucha rabia, frente a todo su ser viviente, atravesando y dañando la naturaleza de su camino incierto; por lo tanto sólo estuvo en pocas horas, justo al frente de la entrada de su choza de bambú.
Luego, fue arrimándose al sendero floreciente de la casucha decaída. Abrió la puerta de mimbre fuertemente. Casi la arranca de un solo golpe. Dio unos cuantos pasos más hacia adentro, tras su otro acto tremendo. Ya por desgracia cayó enseguida hacia lo profundo del único salón entendido en aquel hogar de sosiego. De allí, no se volvió a levantar si no hasta cuando hubo otro nunca jamás. Su caída, fue el resultado de variados lances sorpresivos, fraguados por distintos flecheros certeros. Las flechas fueron acertadas por tres hombres melenudos y cavernícolas. Ellos, lo estaban esperando algo de costado entre sus escondites sagaces. Finalmente, todo se difuminó bajo el espacio inhóspito.
Justo ahora en la otra eternidad moderna; Ariana, hubo de culminar su narración ancestral. Esta poetisa de ojos negros lo hizo fantásticamente. Entonces se relajó un poco en la silla de madera, donde estaba escribiendo la literatura. Estiró sus brazos un poco hacia los lados. Tomó una taza de café que había para su derecha revertida. Acercó a sus labios pintados de azul el pocillo. Sorbió lentamente el sabor endulzado de la bebida. Lo hacía en la medida que observaba la luna menguante de las afueras. Era una luna vista a través de la ventana; daba su luz, hacia el bosque de los eucaliptos y los ocobos bailantes. 
Ella luego dejó la tasita vacía justo donde estaba antes. Supo después que debía salir a recorrer la frescura de la noche, dejarse ver otra vez a su mundo de soledad, verse para la ocasión sin algún aullido de lobos albinos, algunos lobos haciendo estremecer la niebla intranquila. Ella quería saberse además con el murmullo de los búhos; junto a la brisa del parque de atrás de su estancia solitaria. De hecho se irguió de su escritorio poético. Dio unos pasos por entre la sala vespertina. Abrió la puerta de su recinto iluminado. Fue dejando entonces su encierro de los diversos días. Recorrió después los caminos profundos de su tierra colmada de esencias musicales. Anduvo junto a su voz melódica de la cual surgía la suave añoranza; dedicado al verso perdido del poeta, quien quiso morir por la libertad, entregando al corazón. Evocó sus versos al vaivén de una lenta cadencia de labios cantores. Aquí ella sin embargo se iba sintiendo muy sublime al fondo de su espíritu; tras cada dolencia suya. Presentía algo así como un nocturno sin fin. Era clara esta soberana inspiración. Para esta última vez, recitó una gran poesía, bajo la noche apaciguada del recuerdo persistente. Al mismo tiempo sintió una sensación sublime. Recorrió de pronto su piel candorosa. Luego, fue caminado hasta los adentros del bosque frondoso junto al vaivén de los arbustos de fresa, vistos cerca al río de las ilusiones. Al rato develó toda una belleza renovada contra su figura idílica. Fue clarificada cuando hubo llegar al río de su exuberante esencia. Lo supo curiosamente como una parte espiritual de su vida. Sucedió apenas vio el reflejo de su cuerpo en las olas. Así que hacia el final, pasó por desnudarse, para sentirse una sola musa acuática. Enseguida se fue hacia las profundas aguas de la eternidad. Aún su larga cabellera recubría sus senos. Recorrió mientras tanto esa magna creciente de agua, que transcurría fluida y escarchada. Saltó pronto hacia la superficie y en su momento se hundió a lo misterioso, lo hizo una y otra vez, hasta cuando por fin, superó la muerte del día en procura de su amado ermitaño, quien está en un lugar secreto de su fantasía, vivo del corazón.  

Rusvelt Nivia Castellanos,
Artista de Colombia.
Pintura del cuento, por Velt,
El Ermitaño.

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