martes, 1 de diciembre de 2020

JULIO CÉSAR CARRIÓN CASTRO - UNIVERSIDAD Y CIVILIZACIÓN


ARTISTA DEL ESCRITO
JULIO CÉSAR CARRIÓN CASTRO

UNIVERSIDAD Y CIVILIZACIÓN

Centauros, semibestias y simuladores.

El filósofo, Friedrich Nietzsche en su obra, Humano, Demasiado Humano, se pregunta: “¿Cómo será el genio de la civilización?”. Y a continuación nos dice que a pesar de que sus fines sean grandes y buenos, sus instrumentos serán la mentira, la violencia, el egoísmo; donde afirma que el hombre: “Será como una especie de centauro, semibestia, semihombre y con alas de ángel en la cabeza”. Además que nosotros nos hallamos en una época cuya civilización está en peligro de desaparecer por los medios civilizadores, que toda la civilización humana podría volver al embrutecimiento. Y luego Friedrich Nietzsche, concluye con este pensamiento: “Si podemos preverlo, procuremos evitarlo”. 
Y eso que para 1878 no se conocían aún los descomunales avances científicos y tecnológicos que depararía el siglo XX, bajo la impronta de unas relaciones sociales de producción y unas estructuras de poder sustentadas en la explotación, la exclusión, el colonialismo, la carrera armamentista y bajo la expansión de los llamados medios masivos de comunicación, que llevarían hasta el paroxismo el control poblacional, la administración total y todo ese monstruoso aparato industrial y militarista, que amenaza con la barbarie ecológica y la destrucción global.
Estos amplios y catastróficos, “desarrollos” científicos, tecnológicos y bélicos, en gran medida se han logrado en el entramado académico e investigativo de las universidades, que hoy pretenden simular “neutralidad”. Esta civilización excluyente, decadente, superficial y moribunda que dice representar el final de la historia y optimistamente se complace en contemplar los dudosos alcances de la razón instrumental como los mayores logros de su genio, es contra lo que el vitalismo nietzcheano se levanta. Contra ese astuto animal que inventó un conocer que sólo sirve para encubrir, bajo el manto del “progreso”, su propia fragmentación, su daño espiritual irreversible.
La decadencia que hemos heredado de siglos anteriores por parte del andamiaje civilizatorio, no se refiere exclusivamente a los procesos y acontecimientos de índole económica y política, sino principalmente a los aspectos morales que orientan la idea misma de “civilización”. La academia perdió su rumbo ético, ilustrado y autónomo, bajo la dictadura de los saberes positivos. Como lo señalara Adorno: “Hoy la cientificidad ha llegado a convertirse en una nueva forma de heteronomía para sus apóstoles, que produce estupor. Se pretende ‘estar a salvo’ cuando uno se organiza de acuerdo con las reglas científicas, cuando cumple con el ritual, cuando se ‘rodea’ de ciencia. La apreciación científica se convierte en un sustituto de la reflexión sobre lo real, en lo cual alguna vez consistió la ciencia. El aparato oculta la herida. La conciencia reificada impone y sitúa a la ciencia como aparato entre sí misma y la experiencia vivida. Y cuanto más sospecha que se ha olvidado lo mejor, más enfáticamente se acude al consuelo que solamente consiste en disponer del aparato. Pues la ciencia como ritual dispensa del pensamiento y de la libertad”.
El impulso ciego del progreso que llevó al ocaso y la agonía que vivimos, es el resultado de la temprana escisión en los humanos; la imposición de lo cognitivo y reflexivo por sobre lo sensitivo y la imaginación. Restaurar esa perdida unidad, es el reto que se impone para la construcción de un mundo más amable y cierto, y este debería ser hoy el debate central en los medios universitarios. El cuestionamiento de Nietzsche a la Ilustración y la modernidad, implica el reconocimiento de la auténtica e integral esencia humana. Contrariando no sólo a las absurdas propuestas metafísicas y transmundanas, sino también a las mismas tesis del racionalismo antropocéntrico, que niegan la animalidad del hombre, y frente a la soberbia de la ciencia y la falsa supremacía del racionalismo y el “conocimiento”, nos propone la sabiduría del instinto, exalta la validez del vitalismo y de la dimensión estética. 
Por tal razón, frente a todo el daño causado por el genio de la civilización contemporánea, Nietzsche invoca el genio de la Grecia Arcaica y nos seduce con una mitología moderna capaz de ayudar a superar los estragos que con el tiempo han provocado esos otros mitos aún vigentes de la cultura occidental y cristiana.
La figura del centauro, como síntesis vitalmente feliz entre ciencia y vida, nos la presenta entonces desde otra perspectiva, como una propuesta enmendadora; asume que nos corresponde aceptar, en el mundo intelectual, en la academia y en la vida cotidiana, la fusión de ciencia, arte y filosofía, para no continuar en la ruptura y en la huida de lo sensitivo frente a lo reflexivo. 
En este sentido, Nietzsche entendió que el saber también podía expresarse en el rico universo de la sensibilidad. Por ello propuso el encuentro de Apolo y Dionisos. Como lo aclara Peter Sloterdijk: “Nietzsche no habla del mundo antiguo como un investigador del mundo clásico. Si él sigue haciendo referencia a los hombres antiguos, lo hace como moderno mistagogo y maestro orgiástico, esto es, hablando siempre desde una coincidencia íntima con los misterios griegos primitivos. Dionisos, Apolo, Ariadna, la esfinge, los minotauros, Sileno, no son desde ahora sino nombres mitológicos para fuerzas actuales y alegorías de dolores inmediatos. La modernidad ha dejado de ser un simple rótulo para designar el proceso volcánico por el que un presente aun inestable rechaza su propia prehistoria; para Nietzsche es también al mismo tiempo, un punto de partida casi accidental para redescubrir las verdades fundamentales del helenismo”. 
Y cierto, es esa actualidad del pensar y del sentir griegos, lo que nos mueve a exigir un replanteamiento del quehacer universitario, porque como lo afirmara Nietzsche en ese otro texto instaurador de su radicalismo vitalista, Homero y la Filología Clásica, el filósofo dice lo siguiente: “Que la espada de la barbarie se cierna sobre la cabeza de todo individuo que pierda de vista la inefable sencillez y la noble dignidad de lo helénico, sólo ellos pueden comprender que ningún progreso de la técnica y de la industria por brillante que sea, ningún reglamento educativo por moderno que sea, ninguna formación política de la masa por extensa que sea, nos pueden proteger contra la maldición de ridículos y caprichosos extravíos del gusto y contra la aniquilación de lo clásico mediante las cabezas terriblemente bellas de las gorgonas”.
Es entonces pues, este necesario, un debate frente a los paradigmas cientifistas, positivistas e instrumentalizadores, punto de partida para el redireccionamiento de la pedagogía y de todos los procesos formativos y domesticadores, basados hoy en el especialismo y en la simulación que impone el estrecho racionalismo tecnocrático que nos agobia y contra el daño manifiesto de una idea de “progreso” basada únicamente en la cognitividad y el consumismo. Así que de nuevo, axiológicamente debemos entender desde la Universidad, que el ser humano tiene una compleja condición centáurica o dicho en los términos del inolvidable maestro Orlando Fals Borda, que el ser humano es un ser sentipensante.

Julio César Carrión,
Maestro de Colombia.
Fotografía del texto,
por El artista del bien,
La ciudad hirviente.

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