sábado, 11 de abril de 2020

MAURICIO JARAMILLO LONDOÑO - EL VIRUS CORONADO


ARTISTA DEL ESCRITO
MAURICIO JARAMILLO LONDOÑO

EL VIRUS CORONADO

María Teresa trabaja con nosotros. Toda su familia, padres, hermanos, cuñados, hijas, yernos se han quedado sin trabajo, los han despedido. ¿Qué va a ser de toda esta gente? ¿Qué van a comer si el día a día dependía de lo que les pagaban? ¿El sufrimiento de ese núcleo familiar es el mismo de miles, de millones de familias en el planeta entero: ¡desempleo, hambre, insalubridad!
7.500 millones de seres humanos bajo una de las peores pruebas de fuego de la historia. 7.500 millones angustiados, desesperados, bloqueados por un organismo cuyo tamaño es de 400-500 nanómetros o 500 millonésimas partes de un milímetro. ¡Qué frágiles somos! ¡Algo tan extraordinariamente diminuto nos tiene contra las cuerdas!

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No podía faltar aquí en Colombia: aparecieron los salvadores y los tartufos, uno de ellos que dice que si él hubiese sido el presidente tal y tal y tal cosa haría; y el otro que funge como tal, esto es, presidiendo el Ejecutivo nacional da palos de ciego frente a la Pandemia; y también hay quién ‘predijo’ la plaga infecta hace varios años por obra y gracia de quién sabe quién.
Además circulan por las redes sociales toda clase de menjurjes, aguas, lociones, rezos, propuestas, groserías y barbaridades. Y claro, mil sabiondos surgen de las tinieblas hablando chapucerías y seudociencias. Tome limón hervido, beba líquidos muy calientes, use cúrcuma, vacúnese contra la influenza, aceite de alcanfor más almojábanas de Tibaná, duerma de espaldas y no se voltee para que el virus no llegue a los pulmones.

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El coronavirus se extenderá como una de las plagas de Egipto, como una más de las profecías de Nostradamus, como algo de las incomprensibles páginas del Apocalipsis. Es inevitable, un 70% de humanos recibiremos el bautismo de un murciélago mal cocinado o un pangolín crudo. ¿Resistiremos el ataque? Por supuesto que SÍ, con mayúsculas. Somos una especie dura de matar.
Los viejitos como yo, de pronto nos iremos al hoyo repletos nuestros pulmones de fluido, pus y células muertas, ahogados durante días, sufriendo lo indecible y agonizando con estertores terribles.

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Como la gente cree que es inmune, inmortal, protegida por quien sabe qué deidad, a ella, a la inmensa mayoría de los mortales, no la afectará la sopa mal cocida por un chino carnívoro devorador de toda clase de vertebrados. Pues para qué sepan: ¡todos seremos infectados, bautizados por un microscópico ser coronado!
De ahí que a ¡cuidarse! y  ¡cuidar a los demás!
Si a todos nos llegará ¿por qué aislarnos? Elemental, mi querido Watson, para no darle ‘hospedaje al Covid-19’. Si nos escondemos del virus él no tendrá ‘pensión’ donde vivir cómodamente. Finalmente nos tocará con sus rayitos maléficos, pero al no haber demasiados infectados al mismo tiempo, podremos ser tratados por los servicios sanitarios con la atención debida.
Si abrimos irresponsablemente fronteras, aeropuertos, hoteles, piscinas, bares, cines, clubes, prostíbulos y continuamos la vida como si nada pasara ―lo que el animal de Boris Jhonson hizo en Inglaterra, pero que tuvo que enmendar so pena de ver medio millón de británicos desplomados en las fosas comunes de Westminster en menos de un mes―, el pico de infección será de tal magnitud que colapsará el sistema sanitario y veremos caer como moscas fritas, al estilo italiano, a miles de miles de ciudadanos.

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Escondernos del virus coronado, entender que somos animales perecederos con un cerebro mal usado en la mayoría de los casos; que tendremos la maravillosa oportunidad de hablar con nuestros hijitos, nuestros familiares cercanos; que podremos volver a jugar ajedrez, damas chinas, parqués, videojuegos, cartas; cocinaremos juntos; haremos labores domésticas compartidas, al fin; leeremos lo que tengamos a mano; conversaremos sobre lo divino y humano regresando a esos fantásticos momentos en que con la novia hablábamos horas de horas hipnotizados por sus preciosos ojos, sus labios jugosos, su pelo brillante, sus ideas esplendorosas, y soñábamos con estar con ella en la cama gozando de nuestros cuerpos.
¡Qué oportunidad, difícil sí, la que se nos presenta gracias a un ciudadano de Wuhan que amaneció con hambre y en el mercado en el que se vende carne de 112 diferentes animales, desde ratas hasta koalas, le dieron una sopa con aletas peludas y brotes de ratón volador!
Y qué grandioso que veamos la magnitud de nuestro ser, simples insectos, enclenques, perecederos que nos hemos creído ser la última Cocacola del desierto, y no somos sino unos aparecidos sobre la faz del Planeta, con menos de 300.000 años de existencia. Este virus con corona nos pone en la magnitud que merecemos, la de una especie destructora, invasora, caníbal que o se ¡comporta o desaparece!

Mauricio Jaramillo Londoño;
Arista de Colombia.
Fotografía del texto,
por Engin Akyurt,
La mujer de la máscara y la flor amarilla.

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