miércoles, 19 de octubre de 2022

JOAQUIM MACHADO DE ASSIS - MISA DE GALLO


ARTISTA DEL CUENTO
JOAQUIM MACHADO DE ASSIS

MISA DE GALLO

Nunca pude entender la conversación que sostuve con una señora, hace muchos años, tenía yo diecisiete, ella treinta. Era la noche de Navidad. Habiendo convenido con un vecino en ir los dos a la misa de gallo, preferí no dormir; acordamos que yo iría a despertarlo a medianoche.
La casa en que me hallaba hospedado era la del escribano Menezes, quien había estado casado en primeras nupcias, con una de mis primas. La segunda esposa, Concepción y su madre, me acogieron muy bien, cuando vine de Mangaratiba a Río de Janeiro, meses antes a hacer el curso de ingreso a la universidad. Vivía tranquilo en aquella casa de dos plantas de la Calle del Senado, con mis libros, pocas relaciones, algunos paseos. La familia era pequeña; el escribano, la mujer, la suegra y dos esclavas. Costumbres a la antigua. A las diez de la noche todos estaban en sus aposentos. A las diez y media la casa dormía. Yo nunca había ido al teatro y más de una vez, oyendo decir a Menezes que se iba al teatro, le pedí que me llevase con él. 
En tales ocasiones la suegra hacía una mueca y las esclavas se reían con disimulo; él no respondía, salía y sólo volvía a la mañana siguiente. Más tarde, supe que el teatro era un eufemismo en acción.
Menezes tenía amores con una señora, separada del marido y dormía fuera de casa, una vez por semana. Concepción había sufrido al principio, por la existencia de la concubina. Pero al fin se había resignado, se había acostumbrado y terminó pensando que aquello era una cosa normal.
La buena de Concepción, la llamaban la santa y hacía honor al título, ella fácilmente soportaba los olvidos del marido. En verdad era de un temperamento moderado, sin extremos, sin muchas lágrimas ni risas. En la época a que ahora me refiero, podría juzgársela mahometana; hubiera aceptado un harén, siempre y cuando se guardaran las apariencias. Dios me perdone si la juzgo mal. Todo en ella era atenuado y pasivo. El mismo rostro era indefinido, ni bonito ni feo. Era lo que solemos llamar una persona simpática. No hablaba mal de nadie, todo lo disculpaba. No sabía odiar; hasta puede ser que no supiese amar. 
Entre tanto, aquella noche de Navidad el escribano fue al teatro. Era allá por los años 1861 o 1862. Yo debía estar ya en Mangaratiba de vacaciones, pero me quedé hasta la Navidad para conocer; La misa de gallo en la corte. La familia se recogió a la hora de costumbre; yo me instalé en la sala del frente, vestido y listo para salir. De allí pasaría al corredor de la entrada y saldría sin despertar a nadie. Había tres llaves de la puerta de la calle; una estaba en poder del escribano, yo llevaría otra, la tercera quedaría en casa.
-¿Pero, señor Nogueira, qué hará usted durante todo este rato?-Preguntó la madre de Concepción. 
-Leer, doña Ignacia.
Había llevado una novela, Los Tres Mosqueteros y la vieja traducción, creo, del Diario del Comercio. Me senté frente a la mesa que estaba en el centro de la sala y a la luz de una lámpara de Queroseno, mientras la casa dormía, monté una vez más en el caballo negro de D'Artagnan y partí en pos de aventuras. Al poco tiempo estaba completamente ebrio de Dumas. Los minutos volaban, al contrario de lo que suele pasar cuando son de espera; oí sonar las once, pero casi sin advertirlas. Mientras tanto, un pequeño rumor que provenía de adentro vino a sacarme de la lectura. Eran unos pasos en el pasillo que iban de la sala de visitas al comedor; levanté la cabeza y al momento vi una figura asomarse en la puerta, era Concepción. 
-¿Aún no se ha ido?-Preguntó.
-No, aún no; parece que no es todavía medianoche.
-¡Qué paciencia!
Concepción entró en la sala, arrastrando sus chinelas. Vestía una levantadora blanca, mal anudada en la cintura. Siendo delgada, tenía un aire de imagen romántica que no desentonaba con mi libro de aventuras. Cerré el libro; ella se sentó en la silla que estaba frente a la mía, cerca del canapé. Como yo le preguntase si la había despertado, sin querer, haciendo ruido, me respondió  con rapidez:
-No, de ningún modo, desperté porque sí.
La miré con cierta atención y dudé de lo que me decía. Sus ojos no eran los de una persona que acaba de despertar; más bien parecían los de alguien que aún no ha dormido. Esa observación, sin embargo, que para otro podría ser importante, fue desechada sin dificultad, sin pensar que tal vez fuera yo la causa de su insomnio y que hubiera mentido para no disgustarme. Ya he dicho que ella era buena, muy buena. 
-Pero ya debe ser casi la hora-Dije.
-Qué paciencia la suya, esperar despierto, mientras el vecino duerme. Y esperar solo. ¿No le dan miedo las almas del otro mundo? Hasta temí que se hubiera asustado cuando me vio.
-Cuando oí los pasos me pareció un poco extraño; pero usted apareció enseguida.
-¿Qué estaba leyendo? No me lo diga, ya me di cuenta; es la novela de los Mosqueteros.
-Exactamente, es muy linda.
-¿Le gustan las novelas?
-Mucho.
-¿Ya leyó la Moreninha?
-¿Del doctor Macedo? La tengo allá en Mancaratiba.
-A mí me gustan mucho las novelas, pero leo poco, por falta de tiempo. ¿Cuáles novelas ha leído?
Comencé a decirle algunos títulos. Concepción, me escuchaba con la cabeza reclinada en el espaldar y los ojos entrecerrados fijos en mí. De vez en cuando se humedecía la boca con la lengua. Cuando terminé de hablar, no dijo nada; así permanecimos algunos segundos. Luego la vi enderezar la cabeza, cruzar los dedos y apoyar sobre ellos el mentón, con los codos apoyados en los brazos de la silla, todo ello sin desviar de mí, los grandes ojos vivaces. 
-Tal vez la haya aburrido-Pensé.
Y en voz alta:
-Doña Concepción, creo que va siendo hora de irme, yo.
-No, no, todavía es temprano. Vi hace un momento el reloj; son las once y media, le queda tiempo. ¿Cuando usted pasa la noche despierto es capaz de no dormir al otro día?
-Ya lo he hecho varias veces.
-Yo no; si me desvelo, al otro día estoy que me caigo y tengo que dormir algo, aunque sea media hora, pero puede ser porque ya me estoy haciendo vieja.
-¿Cómo vieja, doña Concepción?
Dije esto con tanta efusión, que la hice sonreír. Por lo general, ella era de maneras lentas y de actitud tranquila; ahora sin embargo, se irguió rápidamente, cruzó la sala y dio algunos pasos, entre la ventana del frente y la puerta del gabinete del marido. Así, con el desaliño recatado de sus ropas, me causaba una impresión singular. Aunque delgada, tenía no sé qué cadencia en el andar, como si el cuerpo le pesara; esa característica nunca me pareció tan especial como aquella noche. Se detenía a veces para examinar un trecho de cortina o para corregir la posición de algún objeto en el aparador; finalmente se detuvo frente a mí, al otro lado de la mesa. Era estrecho el círculo de sus ideas; me repitió su asombro de verme esperar despierto; yo repetí lo que ya le había dicho o sea que no conocía la misa de gallo de la corte y que no quería perdérmela.
-Es igual a la del campo; todas las misas se parecen.
-Sin duda es así; pero aquí habrá de seguro más lujo y también más gente. Fíjese usted, la Semana Santa en la Corte es más bonita que la de los pueblos. Y ni qué decir de San Juan, ni de San Antonio.
Poco a poco había vuelto a sentarse; colocó los codos sobre el mármol de la mesa y apoyó el rostro entre las manos entreabiertas. Al no estar abotonadas, las mangas cayeron naturalmente y le vi la mitad de los brazos, muy blancos y menos delgados de lo que podría suponerse. Verlos no era algo nuevo para mí, pero tampoco algo habitual. En aquel momento, no obstante, la impresión que recibí fue grande. Las venas eran tan azules, que a pesar de la penumbra podía contarlas desde donde me hallaba. La presencia de Concepción, me hacía sentir más despierto que la lectura del libro. Seguí hablándole de lo que pensaba acerca de las fiestas del campo y la ciudad y de cualquier cosa que se me iba ocurriendo. Cambiaba de un tema a otro, sin saber por qué razón, haciendo variaciones o volviendo a los primeros y riendo para hacerla sonreír y poderle ver los dientes, que relucían de blancos, muy parejos. Sus ojos no eran del todo negros, pero sí obscuros; la nariz fina y larga, un poquito curva, daba a su rostro un aire de interrogación. Cuando yo alzaba la voz más de la cuenta, ella me reprendía:
-Más bajo, mamá puede despertarse.
Y no abandonaba aquella posición, que me llenaba de agrado, tan cerca estaban nuestras caras. Realmente, no era preciso hablar alto para ser escuchado; susurrábamos los dos, yo más que ella, porque era yo el que más hablaba; ella a veces se quedaba seria, muy seria, con la frente un poco fruncida. Finalmente se cansó; cambió de posición y de lugar. Rodeando la mesa, vino a sentarse a mi lado en el canapé. Me di la vuelta y pude ver de soslayo, la punta de sus chinelas; pero fue sólo durante el instante que ella gastó en sentarse; la bata era larga y las cubrió enseguida, recuerdo que eran negras. Concepción, dijo en voz muy baja:
-Mamá duerme lejos, pero tiene el sueño muy liviano; si se despierta ahora, pobre, le costará mucho volver a dormirse.
-A mí me pasa lo mismo.
-¿Qué dice?-Preguntó ella, inclinando su cuerpo para oír mejor.
Fui a sentarme en la silla que estaba al lado del canapé y repetí la frase; se rió de la coincidencia, también ella tenía el sueño liviano, éramos tres sueños livianos.  
-Hay veces que me pasa lo mismo que a mamá; despierto y me cuesta dormir otra vez, doy vueltas en la cama, me levanto, enciendo una vela, camino, vuelvo a acostarme y nada.
-Fue lo que le pasó hoy.
-No, no-Me atajó ella.
No entendí la negativa; quizá tampoco ella la entendiese. Tomó los extremos del cinto de su bata y se golpeó con ellos las rodillas, es decir, la rodilla derecha, porque acababa de cruzar las piernas. Después, me contó una historia de sueños y me aseguró que sólo había tenido una pesadilla en toda su vida, cuando era niña. Quiso saber si yo las tenía. La conversación siguió así lentamente y largamente, sin que yo me acordase de la hora ni de la misa. Cuando yo terminaba una narración o una explicación, ella inventaba otra pregunta u otro tema y yo volvía a tomar la palabra. De vez en cuando me reprendía:
-Más bajo, más bajo.
Hubo también algunas pausas. Dos o tres veces, me pareció que la veía dormir; pero los ojos cerrados por un instante, se abrían en seguida, sin sueño ni fatiga, como si apenas los hubiese cerrado para ver mejor. En una de esas veces creo que me sorprendió absorto en su persona y recuerdo que volvió a cerrarlos, no sé si lentamente o de prisa. Hay impresiones de esa noche que se me aparecen truncadas o confusas. Me contradigo, me enredo. Una de las que aún tengo frescas es que en cierto momento ella, que era apenas simpática, se volvió linda, se volvió lindísima. Estaba de pie con los brazos cruzados; yo por respeto, quise levantarme; ella  no me lo permitió, puso una de sus manos en mi hombro y me obligó a permanecer sentado.
Pensé que iba a decir algo; pero se estremeció, como si sintiese una corriente de frío, se volvió de espaldas y fue a sentarse en la silla donde me había encontrado leyendo. Desde allí dejó vagar la mirada por el espejo, que estaba encima del canapé y me habló de dos grabados que colgaban de la pared.
-Estos cuadros se están poniendo viejos. Ya le pedí a Chiquinho que compre otros.
Chiquinho era el marido. Los cuadros reflejaban el interés primordial de su dueño. Uno representaba a Cleopatra; no recuerdo el tema del otro, pero era también un cromo con mujeres, vulgares ambos; pero en aquella época no me parecían feos.
-Son bonitos-Dije.
-Bonitos son; pero están en mal estado. Y además, francamente yo preferiría dos imágenes, dos santos. Estos están más apropiados para un cuarto de muchacho o una barbería. 
-¿Barbería? No creo que usted haya estado en ninguna.
-Pero me imagino que los clientes, mientras esperan, hablan de muchachas y de noviazgos y naturalmente el dueño del local les alegra la vista con figuras bonitas. En cambio para una casa de familia no me parecen apropiadas. Por lo menos es mi opinión; pero yo pienso muchas cosas un poquito raras. Sea como sea, no me gustan esos cuadros. Yo tengo una Nuestra Señora de la Concepción, mi  madrina, muy bonita; pero es una estatua, no se puede colgar en la pared, ni yo lo desearía. Está en mi oratorio.
La idea del oratorio me trajo la de la misa, me hizo acordar que podía ser tarde y quise decirlo. Creo que llegué a abrir la boca, pero volví a cerrarla para oír lo que ella contaba, con dulzura, con gracia, con tal suavidad que llenaba mi alma de pereza y me hacía olvidar la misa y la iglesia. Hablaba de sus devociones de niñez y juventud. Luego refirió unas anécdotas de bailes, unas historias de paseos, reminiscencias de Paquetá, todo mezclado, casi sin interrupción. Cuando se cansó del pasado, habló del presente, de los asuntos de la casa, de las fatigas del trabajo hogareño, que le habían asegurado antes de casarse, que eran muchas, pero que no eran nada. No me contó, pero yo sabía que se había casado a los veintisiete años. 
Ahora ya no cambiaba de sitio, como al principio y casi no cambiaba de posición, no se le cerraban ya los ojos y se puso a mirar distraídamente las paredes.
-Necesitamos cambiar el empapelado de la sala-Dijo al cabo, como si hablase consigo misma.
Asentí, por decir algo, para salir de esa especie de sueño magnético o lo que quiera que sea que me paralizaba la lengua y los sentidos. Quería y no quería terminar la conversación; hacía esfuerzos para apartar los ojos de ella y los apartaba por un sentimiento de respeto; pero la idea de que pudiera parecer cansancio o aburrimiento, cuando no era así, me llevaba a fijar otra vez mis ojos en Concepción. El diálogo iba muriendo. En la calle el silencio era total.
Nos quedamos algún tiempo absolutamente callados. El único rumor que se oía era un roer de ratón en el gabinete, que me hizo despertar de aquella  especie de letargo; quise mencionarlo, pero no hallé modo. Concepción parecía sumida en meditaciones. Cuando súbitamente, oí un golpe en la ventana desde el lado de afuera, y una voz que gritaba: 
-¡Misa de gallo!, ¡Misa de gallo!
-Ahí está su compañero-Dijo ella, levantándose-. Qué gracioso, usted había quedado en ir a despertarlo y es él quien llega a despertarlo a usted. Salga, que ya debe ser la hora; adiós.
-¿Ya será hora?-Pregunté.
-Naturalmente.
-¡Misa de gallo!-Repitieron afuera, golpeando a la puerta.
-Vaya, vaya, no lo haga esperar, la culpa fue mía; adiós, hasta mañana.
Y con el mismo vaivén al caminar, Concepción enfiló por el pasillo, pisando con suavidad. En cuanto a mí, salí a la calle y encontré al vecino que esperaba. Nos dirigimos a la iglesia. Durante la misa, la figura de Concepción se interpuso más de una vez entre el cura y yo; cárguese esto a la cuenta de mis diecisiete años. 
Al día siguiente en el almuerzo, hablé de la misa de gallo y de la gente que estaba en la iglesia, sin despertar la curiosidad de Concepción. Durante el día, la encontré como siempre, natural, benigna, sin nada que hiciese recordar la conversación de la víspera. Por año nuevo, viajé a Mangaratiba. Cuando regresé a Río de Janeiro en marzo, el escribano había muerto de apoplejía. Concepción vivía en Engenho Novo, pero nunca la visité ni me encontré con ella. Más tarde oí que se había casado con el escribiente juramentado del marido.

Joaquim Machado de Assis,
Artista del Brasil.
Fotografía del texto,
por Cottonbro,
Los amigos nocturnos.

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jueves, 13 de octubre de 2022

HORACIO QUIROGA - LA TORTUGA GIGANTE

 
ARTISTA DEL CUENTO
HORACIO QUIROGA 

LA TORTUGA GIGANTE

Había una vez un hombre que vivía en Buenos Aires, y estaba muy contento porque era un hombre sano y trabajador. Pero un día se enfermó y los médicos le dijeron que solamente yéndose al campo podría curarse. Él no quería ir, porque tenía hermanos chicos a quienes daba de comer; y se enfermaba cada día más. Hasta que un amigo suyo, que era director del Zoológico, le dijo un día:
 -Usted es amigo mío y es un hombre bueno y trabajador. Por eso quiero que se vaya a vivir al monte, a hacer mucho ejercicio al aire libre para curarse. Y usted tiene mucha puntería con la escopeta, cace bichos del monte para traerme los cueros, y yo le daré plata adelantada para que sus hermanitos puedan comer bien. El hombre enfermo aceptó, y se fue a vivir al monte, lejos, más lejos que Misiones todavía. Hacía allá mucho calor, y eso le hacía bien. Vivía solo en el bosque y él mismo se cocinaba, Comía pájaros y bichos del monte, que cazaba con la escopeta, y después comía frutas. Dormía bajo los árboles y, cuando hacía mal tiempo, construía en cinco minutos una ramada con hojas de palmera, y allí pasaba sentado y fumando, muy contento en medio del bosque, que bramaba con el viento y la lluvia. 
Había hecho un atado con los cueros de los animales, y lo llevaba al hombro. Había también agarrado, vivas, muchas víboras venenosas, y las llevaba dentro de un gran mate, porque allá hay mates tan grandes como una lata de querosene. El hombre tenía otra vez buen color, estaba fuerte y tenía apetito. Precisamente un día en que tenía mucha hambre, porque hacía dos días que no cazaba nada, vio a la orilla de una gran laguna un tigre enorme que quería comer una tortuga, y la ponía parada de canto para meter dentro una pata y sacar la carne con las uñas. AI ver al hombre el tigre lanzó un rugido espantoso y se lanzó de un salto sobre él. Pero el cazador, que tenía una gran puntería, le apuntó entre los dos ojos y le rompió la cabeza. Después le sacó el cuero, tan grande que él solo podría servir de alfombra para un cuarto. 
-Ahora se dijo el hombre- voy a comer tortuga, que es una carne muy rica. Pero cuando se acercó a la tortuga, vio que estaba ya herida, y tenía la cabeza casi separada del cuello, y la cabeza colgaba casi de dos o tres hilos de carne. 
A pesar del hambre que sentía, el hombre tuvo lástima de la pobre tortuga, y la llevó arrastrando con una soga hasta su ramada y le vendó la cabeza con tiras de género que sacó de su camisa, porque no teína más que una sola camisa y no tenía trapos. La había llevado arrastrando porque la tortuga era inmensa, tan alta como una silla, y pesaba como un hombre. 
La tortuga quedó arrimada a un rincón, y allí pasó días y días sin moverse. El hombre la curaba, todos los días, y después le daba golpecitos con la mano sobre el lomo. 
La tortuga sanó por fin. Pero entonces fue el hombre quien se enfermó. Tuvo fiebre y le dolía todo el cuerpo. 
Después no pudo levantarse más. La fiebre aumentaba siempre, y la garganta le quemaba de tanta sed. El hombre comprendió que estaba gravemente enfermo, y habló en voz alta, aunque estaba solo, porque tenía mucha fiebre. 
-Voy a morir-Dijo el hombre- estoy solo, ya no puedo levantarme más, y no tengo quién me dé agua siquiera. Voy a morir aquí de hambre y de sed. Y al poco rato la fiebre subió más aún, y perdió el conocimiento. Pero la tortuga lo había oído, y entendió lo que el cazador decía. Y ella pensó entonces: 
-El hombre no me comió la otra vez, aunque tenía mucha hambre, y me curó. Yo lo voy a curar a él ahora. 
Fue entonces a la laguna, buscó una cáscara de tortuga chiquita, y después de limpiarla bien con arena y ceniza la llenó de agua y le dio de beber al hombre, que estaba tendido sobre su manta y se moría de sed. Se puso a buscar en seguida raíces ricas y yuyitos tiernos, que le llevó al hombre para que comiera. El hombre comía sin darse cuenta de quién le daba la comida, porque tenía delirio con la fiebre y no conocía a nadie. 
Todas las mañanas la tortuga recorría el monte buscando raíces cada vez más ricas para darle al hombre, y sentía no poder subirse a los árboles para llevarle frutas. El cazador comió así días y días sin saber quién le daba la comida, y un día recobró él conocimiento. Miró a todos lados, y vio que estaba solo, pues allí no había más que él y la tortuga, que era un animal. Y dijo otra en voz alta: 
-Estoy solo en el bosque, la fiebre va a volver de nuevo, y voy a morir aquí, porque solamente en Buenos Aires hay remedios para curarme. Pero nunca podré ir, y voy a morir aquí. 
Y como él lo había dicho, la fiebre volvió esa tarde, más fuerte que antes, y perdió de nuevo el conocimiento. 
Pero también esta vez la tortuga lo había oído y se dijo: 
-Si queda aquí en el monte se va a morir, porque no hay remedios, y tengo que llevarlo a Buenos Aires. Dicho esto, cortó enredaderas finas y fuertes, que son como piolas, acostó con mucho cuidado al hombre encima de su lomo, y lo sujetó bien con las enredaderas para que no se cayese. Hizo muchas pruebas para acomodar bien la escopeta, los cueros y el mate con víboras, y al fin consiguió lo que quería, sin molestar al cazador, y emprendió entonces el viaje. 
La tortuga, cargada así, caminó, caminó y caminó de día y de noche. Atravesó montes, campos, cruzó a nado ríos de una legua de ancho, y atravesó pantanos en que quedaba casi enterrada, siempre con el hombre moribundo encima. Después de ocho o diez horas de caminar se detenía, deshacía los nudos y acostaba al hombre con mucho cuidado en un lugar donde hubiera pasto bien seco. 
Iba entonces a buscar agua y raíces tiernas, y le daba al hombre enfermo. Ella comía también, aunque estaba tan cansada que prefería dormir. 
A veces tenía que caminar al sol; y como era verano, el cazador tenía tanta fiebre que deliraba y se moría de sed. Gritaba: ¡agua!, ¡agua!, a cada rato. Y cada vez la tortuga tenía que darle de beber. 
Así anduvo días y días, semana tras semana. Cada vez estaban más cerca de Buenos Aires, pero también cada día la tortuga se iba debilitando, cada día tenia menos fuerza, aunque ella no se quejaba. A veces quedaba tendida, completamente sin fuerzas, y el hombre recobraba a medias el conocimiento. Y decía en voz alta:
 -Voy a morir, estoy cada vez más enfermo, y sólo en Buenos Aires me podría curar. Pero voy a morir aquí, solo en el monte. 
Él creía que estaba siempre en la ramada, porque no se daba cuenta de nada. La tortuga se levantaba entonces, y emprendía de nuevo el camino. 
Pero llegó un día, un atardecer, en que la pobre tortuga no pudo más. Había llegado al límite de sus fuerzas, y no podía más. No había comido desde hacía una semana para llegar más pronto. No tenía más fuerza para nada. 
Cuando cayó del todo la noche, vio una luz lejana en el horizonte, un resplandor que iluminaba el cielo, y no supo qué era. Se sentía cada vez más débil, cerró entonces los ojos para morir junto con el cazador, pensando con tristeza que no había podido salvar al hombre que había sido bueno con ella. 
Y sin embargo, estaba ya en Buenos Aires, y ella no lo sabía. Aquella luz que veía en el cielo era el resplandor de la ciudad, e iba a morir cuando estaba ya al fin de su heroico viaje. 
Pero un ratón de la ciudad, posiblemente el ratoncito Pérez, encontró a los dos viajeros moribundos. 
-¡Qué tortuga!-Dijo el ratón-. Nunca he visto una tortuga tan grande. ¿Y eso que llevas en el lomo, qué es? ¿Es leña? 
-No-Le respondió con tristeza la tortuga-. Es un hombre. 
-¿Y dónde vas con ese hombre?-Añadió el curioso ratón. 
-Voy... voy... quería ir a Buenos Aires -Respondió la pobre tortuga en una voz tan baja que apenas se oía 
-Pero vamos a morir aquí porque nunca llegaré. 
-¡Ah, zonza, zonza!-Dijo riendo el ratoncito-. ¡Nunca vi una tortuga más zonza! Si ya has llegado a Buenos Aires! Esa luz que ves allá es Buenos Aires. 
Al oír esto, la tortuga se sintió con una fuerza inmensa porque aún tenía tiempo de salvar al cazador, y emprendió la marcha. 
Y cuando era de madrugada todavía, el director del Jardín Zoológico vio Llegar a una tortuga embarrada y sumamente flaca, que traía acostado en su lomo y atado con enredaderas, para que no se cayera, a un hombre que se estaba muriendo. El director reconoció a su amigo, y él mismo fue corriendo a buscar remedios, con los que el cazador se curó enseguida. 
Cuando el cazador supo cómo lo había salvado la tortuga, cómo había hecho un viaje de trescientas leguas para que tomara remedios, no quiso separarse más de ella. Y como él no podía tenerla en su casa que era muy chica, el director del Zoológico se comprometió a tenerla en el Jardín, y a cuidarla como si fuera su propia hija. 
Y así pasó. La tortuga, feliz y contenta con el cariño que le tienen, pasea por todo el jardín, y es la misma gran tortuga que vemos todos los días comiendo el pastito alrededor de las jaulas de los monos. 
El cazador la va a ver todas las tardes y ella conoce desde lejos a su amigo, por los pasos. Pasan un par de horas juntos, y ella no quiere nunca que él se vaya sin que le dé una palmadita de cariño en el lomo.


Horacio Quiroga,
Artista de Uruguay.
Ilustración del texto,
por Layers,
La tortuga buena.

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martes, 11 de octubre de 2022

RUSVELT NIVIA CASTELLANOS - ORFEÓN DE PAZ

 
ARTISTA DEL ESCRITO
RUSVELT NIVIA CASTELLANOS

ORFEÓN DE PAZ

Sobre todo, los hombres y las mujeres, somos espíritus inmortales. Nosotros como seres humanos, llevamos muchos siglos en las experiencias del cuerpo humano. Hemos tenido diversas vidas en la tierra para poder avanzar en la evolución individual. En tanto, nosotros como seres pensantes, debemos madurar en moral y sabiduría. Tal verdad es claramente primordial, para olvidarnos de la enemistad y la violencia, que nos ha hecho tanto daño. Ahora más bien, nos compete regenerarnos por el estudio de los sabios, tales como el maestro Jesús, orador vivo del amor, Juana de Arco, dama de la libertad, René Descartes, filósofo del racionalismo, entre otros seres luminosos. Y así como ellos, más que nunca, toca superarnos en virtudes y toca luchar por el bien de la humanidad, porque ahora estamos al amanecer de una era nueva generacional para las personas buenas. 
De hecho en esta actualidad, se viven trascendencias telúricas y trasformaciones sociales en el mundo, muy reales. A cada rato están pasando catástrofes y regeneraciones naturales. Cuando no son los temblores, son los maremotos arrasadores, incluso suceden las protestas populares y hasta las recesiones políticas. A lo bello entonces, cada uno de nosotros, promovamos prácticas de paz. En esencia, nos urge a los pueblos aliarla por el mutuo beneficio. A ella, cierto hay que expandirla como unidad superior, pero para perseverarla, hay que tener esfuerzos de voluntad, que es vencer las tendencias bestiales y volvernos seres de humildad. A la luz de la paz, bien nos conviene resistir ante las adversidades, nosotros mejor, busquemos la blancura de la conciliación. Ya con fervor aspiremos a la poesía del perdón. Más juntémonos para vivir en armonía espiritual. Nosotros como seres humanos, podemos conseguirlo a gran creación, si disponemos nuestras intenciones y realizaciones con bondad, para lo real, así que por el porvenir, hagámoslo con dedicación al eternal. Más bien, no nos rindamos ni caigamos en desánimo, ante los problemas. Sin recelo, juntos demos consuelo a los desamparados, sin miedo, cantemos música celestial. En levantamiento de ideales, procuremos la propia regeneración de conciencia.  
Ya de una vez por todas, digamos adiós a la rivalidad y sí al progreso fraternal. Con esfuerzo, vayamos prendiendo las íntimas auras, por la vida bella. Esta es ocasión de ir al rescate sentimental para salvar nuestro destino. De por cierto, nos conviene separarnos de la ignorancia y relacionarnos más con el conocimiento, pasar de lo sencillo a lo complejo, para comprender el amor. Así claro, demos movimiento a los libros, leamos las obras inmortales, por el desenvolvimiento filosófico y la reflexión ética, viva la sabiduría.
Más a superación espiritual, seamos esperanza donde hay personas sombrías. Allá con los conocidos, saber enseñar con la razón. Uno clarear la voz de la docilidad a quien necesita lucidez. No tanto imponer y sí sugerir con serenidad, proponer los ideales justos y disponernos en actos altruistas, para con ellos. De lo otro lindo; ser seres sensibles, por la trasparencia del corazón. 
 Y todos y todas, sin tardanza, salgamos a propagar la revolución del amor. 

Rusvelt Nivia Castellanos,
Artista de Colombia.
Fotografía del texto,
por Cottonbro,
Los cantantes de la paz.

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lunes, 10 de octubre de 2022

DISCURSO DEL OSO

 
DE CINE ARTE;
UN MUY BUEN CORTOMETRAJE ANIMADO,
CREADO POR LOS ARTISTAS DEL BIEN,
JULIO CORTÁZAR Y SANTIAGO PÉREZ SILVA,
DECANTADO ADEMÁS POR PAULA TISERA,
LLAMADO EN FANTASÍA,
DISCURSO DEL OSO.



Fotografía del texto,
por Bruno,
El oso del bien.

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JULIO CORTÁZAR - DISCURSO DEL OSO


ARTISTA DEL CUENTO
JULIO CORTÁZAR

DISCURSO DEL OSO

Soy el oso de las cañerías de la casa, subo por los caños en las horas de silencio, los tubos de agua caliente, de la calefacción, del aire fresco, voy por los tubos de departamento en departamento y soy el oso que va por las cañerías. 
Creo que me estiman porque mi pelo mantiene limpios los conductos, incesantemente corro por los tubos y nada me gusta más que pasar de piso en piso resbalando por los caños. A veces saco una pata por la canilla y la muchacha del tercero grita que se ha quemado, o gruño a la altura del horno del segundo y la cocinera Guillermina se queja de que el aire tira mal. De noche ando callado y es cuando más ligero ando, me asomo al techo por la chimenea para ver si la luna baila arriba, y me dejo resbalar como el viento hasta las calderas del sótano. Y en verano nado de noche en la cisterna picoteada de estrellas, me lavo la cara primero con una mano, después con la otra, después con las dos juntas, y eso me produce una grandísima alegría. 
Entonces resbalo por todos los caños de la casa, gruñendo contento, y los matrimonios se agitan en sus camas y deploran la instalación de las tuberías. Algunos encienden la luz y escriben un papelito para acordarse de protestar cuando vean al portero. Yo busco la canilla que siempre queda abierta en algún piso; por allí saco la nariz y miro la oscuridad de las habitaciones donde viven esos seres que no pueden andar por los caños, y les tengo algo de lástima al verlos tan torpes y grandes, al oír cómo roncan y sueñan en voz alta, y están tan solos. Cuando de mañana se lavan la cara, les acaricio las mejillas, les lamo la nariz y me voy, vagamente seguro de haber hecho bien.

Julio Cortázar;
Artista de Argentina.
Fotografía del texto,
por Bruno.
El oso del bien.

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viernes, 7 de octubre de 2022

ANÓNIMO - LA MALDICIÓN DE AGADÉ


DE UN ARTISTA ANÓNIMO;
LA OBRA LITERARIA,
LA MALDICIÓN DE AGADÉ.

EL LIBRO EN GOOGLE DRIVE


EL LIBRO EN EL PORTAL DE CALAMEO


EL LIBRO EN EL PORTAL DE ISSUU


Sobre la escultura del texto,
por un Artista Anónimo,
El Rey Naram Sin.

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miércoles, 5 de octubre de 2022

JOSÉ IGNACIO RENGIFO - SUSTENTACIÓN DE CUARENTENA

 
DEL ARTISTA DE COLOMBIA;
JOSÉ IGNACIO RENGIFO,
PARA TODOS LOS AMIGOS DE LAS LETRAS,
SU OBRA LITERARIA,
SUSTENTACIÓN DE CUARENTENA.

EL LIBRO VIRTUAL EN LA LIBRERÍA DE AMAZON
ESTADOS UNIDOS


Portada del libro,
por José Ignacio Rengifo,
Sustentación de cuarentena.

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lunes, 3 de octubre de 2022

JOSÉ IGNACIO RENGIFO - FILOSOFANDO CON EL REY DE MADERA


DEL ARTISTA DE COLOMBIA;
JOSÉ IGNACIO RENGIFO,
PARA TODOS LOS AMIGOS DE LAS LETRAS,
SU OBRA LITERARIA,
FILOSOFANDO CON EL REY DE MADERA.

EL LIBRO VIRTUAL EN LA LIBRERÍA DE AMAZON
ESTADOS UNIDOS


Portada del libro,
por Jesús Niño Botia,
Filosofando con El Rey de Madera.

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viernes, 30 de septiembre de 2022

LECTURA DE POEMAS VIVA EL AMOR A LA LITERATURA

 
PRESENTACIÓN ARTÍSTICA;
LA LIBRERÍA LIBRE,
REALIZADA POR EL MAESTRO EN LITERATURA,
RUSVELT NIVIA CASTELLANOS,
LECTURA DE POEMAS,
IBAGUÉ, TOLIMA, COLOMBIA, AÑO 2022.

EN LA PRESENTACIÓN ARTÍSTICA,
EL ARTISTA DE COLOMBIA,
RUSVELT NIVIA CASTELLANOS,
HACE LA LECTURA DE POEMAS,
VIVA EL AMOR A LA LITERATURA,
JUNTO A SU EXPOSICIÓN SOBRE LA CREACIÓN LITERARIA,
PARA EL BIEN DE NUESTRA AMÉRICA LATINA Y EL MUNDO.

DÍA DEL EVENTO,
VIERNES 30 DE SEPTIEMBRE.

LUGAR DEL EVENTO;
BIBLIOTECA DARÍO ECHANDÍA,
HORA DE INICIO A LAS 6:00 DE LA TARDE,
IBAGUÉ, TOLIMA, COLOMBIA.

Diseño creativo del texto,
por los Creadores del Arte,
La Librería Libre.

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WASHINGTON DANIEL GOROSITO PÉREZ - LOS VIENTOS DEL SUR


ARTISTA DEL POEMA
WASHINGTON DANIEL GOROSITO PÉREZ

LOS VIENTOS DEL SUR

Voy a un lugar donde el tiempo no existe.

Amaneceres y soles
duermen más allá del espacio.

El alfabeto del agua
es modulado por las voces de las sirenas
en un espacio exento al tiempo.

En un mar de palabras
interpretando los misterios
del hombre común.

Donde resuena mi voz estridente,
que se apaga con el viento del Sur.


Washington Daniel Gorosito Pérez;
Artista de Uruguay.
Fotografía del texto,
por Rondell Melling,
Los vientos de la noche.

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miércoles, 28 de septiembre de 2022

JOSÉ BERNARDO ROMERO ARELLANO - LOCO FRENESÍ

 
ARTISTA DEL POEMA
JOSÉ BERNARDO ROMERO ARELLANO

LOCO FRENESÍ

Hoy que tengo tus manos en las mías,
quiero estrecharte contra mi corazón
para olvidarme de las noches frías,
para contagiarte toda mi pasión.

Son mi tesoro tus caricias,
estos momentos no los cambio por nada,
cuando me obsequias tan dulces primicias
mi alma se enciende con luz encantada.

Bebo con avidez tu oscura mirada,
apreso tu sonrisa con mis besos,
te siento suspirar, enamorada,
con la piel despierta por mis embelesos.

Paso mis brazos sobre tu cintura
para tenerte siempre junto a mí,
extasiarme con tu fresca hermosura
y envolverte con loco frenesí.


José Fernando Romero Arellano;
Artista de México.
Fotografía del texto,
por Adina Voicu,
La pareja del amor.

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sábado, 24 de septiembre de 2022

JOSÉ BERNARDO ROMERO ARELLANO - MI LAMENTO

 
ARTISTA DEL POEMA
JOSÉ BERNARDO ROMERO ARELLANO

MI LAMENTO

Paseo inseguro por galerías luminiscentes,
que guarda mi memoria dolorida,
mientras pasan las horas indolentes,
consumiendo también mi triste vida.

No espero descubrir tu paradero,
tan sólo puedo perseguir tu sombra,
pero quisiera embellecer tu sendero
extendiendo a tus pies mi alma como alfombra.

Cantándote este arrullo del misterio,
quiero explicar este axioma de mi pasado,
como un diálogo de lluvia y de salterio,
que brota tiernamente del corazón apasionado.

Con el color de tus ojos amielado,
me inspiras dulces letanías del beso
sobre todo cuando estás a mi lado,
por eso, no me niegues tu regreso.

Mi lamento se escuchará muy lejano,
llevado por el viento ligero y sin espinas,
cuando pueda, tomarte de la mano,
recorrer contigo la senda que caminas.

Recortaré la imagen de mi corazón,
para mandarte todos mis ensueños,
para cambiar mi soledad por pasión
y que nunca jamás, te alejes de mis sueños.


José Fernando Romero Arellano;
Artista de México.
Fotografía del texto,
por El artista del bien,
El hombre junto a la ventana.

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miércoles, 21 de septiembre de 2022

JOSÉ BERNARDO ROMERO ARELLANO - ECOS DEL CORAZÓN


ARTISTA DEL POEMA
JOSÉ BERNARDO ROMERO ARELLANO
ECOS DEL CORAZÓN

Tu voz es melodía que siempre me acompaña,
tu risa, esa cascada de brisa refrescante,
el sonido de tu andar, taconear galante,
me inspiran y me alientan en cada mañana.

Los suspiros que tu boca exhala tan sentidos
y aun el roce de tus movimientos sosegados;
forman parte de mis recuerdos más arraigados,
porque siempre los oigo feliz y enternecido.

Las tiernas caricias y los besos tan ardientes
que nos damos con amor, con intensa pasión,
en cada momento, cuando tú no estás presente,
viven en lo más profundo de mi corazón
y con fiel embeleso, resuenan en mi mente,
como si fueran ecos desbordando ilusión.


José Fernando Romero Arellano;
Artista de México.
Fotografía del texto,
por Gabriel Bastelli,
El hombre y la mujer en el amor.

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jueves, 15 de septiembre de 2022

MARCOS ALEXANDRE MACHADO - EL NIÑO QUE NO TENÍA EMPATÍA

 
ARTISTA DEL CUENTO
MARCOS ALEXANDRE MACHADO

EL NIÑO QUE NO TENÍA EMPATÍA

Era una vez un niño en el mundo, un niño que no tenía empatía. Siempre estaba haciendo las cosas, sin ni siquiera pensar nada en las consecuencias, no pensaba en las personas que lo rodeaban.  
Le gustaba escuchar música, pero no en un tono normal, ponía el estéreo al máximo con todas las puertas y ventanas abiertas, sin importarse por los vecinos.
Esto hizo evidentemente la vida muy difícil a los vecinos.
Era muy agitado y le gustaba volar una cometa, para defenderse y también para atacar, le pasaba cera negra y esto hacía que la suya o la cometa de su oponente, cayeran sobre la casa del vecino, y cuando eso pasaba, era esa una carrera, entre los niños para atrapar la cometa y hasta incluso hizo algo que estaba mal, saltó la pared del vecino, sin su permiso, todo con el propósito de hacer travesuras.
A veces no sólo saltaba la pared, sino que hacía algo muy peligroso, se subía al techo, y el vecino que era pobre, tenía un techo de fibrocemento, que es el más barato, pero también el más fácil de romper y siempre en que prisa, las tejas se rompieron.
Este niño, con sus amiguitos, también jugaba a otras cosas, a ese viejo juego de tocar el timbre del vecino y salir corriendo.
Muchos vecinos caen en esta trama y hasta una pobre viejita, ella en su inocencia, anduvo esforzándose con una caminadora y al final cuando abrió el portón, no había nadie. 
Todo desigual iba así en travesuras, hasta que un día, un ángel se apareció al niño y pronto le dijo:
-Eres un chico muy rebelde, no piensas en el prójimo, para que sientas en tu piel lo que sienten los vecinos. 
El niño impresionado por lo que vio ante sus ojos, respondió: 
-¿Quién eres? 
El ángel serio, dijo:
-Un ángel.
El niño impresionado, contestó: 
-He oído hablar de ti, pero pensé que eras diferente.
Un instante después, el ángel desapareció y no dijo más nada.
Después de este hecho, el niño se fue a su casa y una vez en su habitación, se quedó dormido y cuando despertó de forma sorpresiva, se vio en el cuerpo y la vida del vecino, con el mismo estilo de vida y costumbres.
En tanto con el paso del tiempo, ya era de mañana y él sintió su cuerpo muy exhausto, porque había trabajado de noche, pero no podía dormir, porque su vecino estaba escuchando la música muy fuerte. Le da la vuelta a un lado y daba la vuelta al otro lado de la cama y nada, no podía dormir.
Luego se levantó y vio la televisión, y no pudo escuchar el audio de la televisión, debido al molesto ruido del vecino. 
Más con el paso del tiempo, pudo un poco dormir y al despertar, se encuentró en el cuerpo del otro vecino, el que vivía en una casa a la que siempre, se subía a los techos de fibrocemento para atrapar la cometas.                     
Cada cometa, costaba 2,00 Reales y él rompió las fichas, las cuales cada una, costaba. 50,00 Reales.
Luego de unas horas, comenzó a llover fuertemente y como resultado, comenzaron a caer goteras en la casa y en ese momento se dio cuenta de que él fue el propio responsable de las goteras. 
Al rato, se volvió a dormir y de pronto se despertó en el cuerpo del vecino al que bromeaba siempre con las retocadas del timbre en su casa. 
Entonces él, pronto se levantó y empezó a jugar en el patio, hasta que de nuevo sonó el timbre, más él salió corriendo y cuando, dijo hola, nadie respondió nada. 
En cuanto a lo seguido, el niño abrió el portón y se vio sentado en la acera, fingiendo no saber nada.
Después de este hecho, el niño se desmayó y al despertar se encontró en un lugar, lleno de nubes, que parecía ser el cielo.
Más pronto allí, apareció un hombre con túnicas blancas y ese niño se dio cuenta de que sus manos estaban perforadas.
El Hombre, bien se le acercó y le dijo: 
-Yo soy Jesús y estoy aquí para decirte algo importante, que muchos actualmente no están haciendo, siendo la práctica de la empatía. 
El niño sorprendido y llorando, luego dijo: 
-¿Qué es la empatía? 
Jesús mirándolo al rostro, respondió entonces con bondad: 
-Vivimos en una época en que los hombres que dicen seguirme, sólo mencionan mi nombre, pero no predican mi palabra, son más la mente del mundo que la mía. Yo en lo personal, siempre prediqué el amor al prójimo y lo dediqué a todos, sin importar la religión. Bien y la empatía, es ponerse en el lugar del otro, no hacer lo que no te gustaría para ti, con el otro. Así en verdad, tenemos que respetar a todos y cada vez que hacemos alguna acción en el mundo, debemos ver si lastimará a alguien y al ver si lo hará, no lo hagas.
Más al instante, el niño ante Jesús, dijo en llanto:
-Lo siento, no sabía esta verdad, perdóname.
Jesús entonces con bondad, miró al niño y le dijo:
-Yo te entiendo y te perdono, pero tienes que pedir perdón a quienes lastimaste y para buscar el bien, sigue el camino recto en mi vida. Y pídele ayuda a tu amiguito Cristian, que éste es mi fiel servidor. 
Luego con agrado, el niño se despertó y pronto fue en busca de Cristian, para hablar con su querido amigo. 
Ya después de hablar mucho, el niño que no tenía empatía, terminó por entender la importancia de tener amor por el prójimo y después de esa conversación fraternal, se entregó a Jesús en vida y amor, respetando así a todos los seres del mundo, que lo rodearon en el mundo y que todavía lo acompañan en su vida. 

Marcos Alexandre Machado;
Artista del Brasil.
Fotografía del texto,
por Quan Nguyen Vinh.
Los niños y las cometas.

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martes, 13 de septiembre de 2022

JULIO SÁNCHEZ MINGO - CAFÉ


ARTISTA DEL CUENTO
JULIO SÁNCHEZ MINGO 

CAFÉ

A Santos, Torrefattore, la Yañez, 
consumidora compulsiva, mi hermana, 
forofa de La Mexicana, 
y demás amigos del planeta café.

Juanito y Cristian, son muy amigos. Comparten pupitre desde su más tierna infancia. Ahora cursan el último año de Secundaria y sus cabezas rebosan de planes, de sueños de futuro.
Se pasan el día hablando de chicas, de fútbol, del comportamiento de los ciclistas colombianos en la serpiente multicolor del Tour de Francia, el Giro de Italia o la Vuelta a España. Y, sobre todo, hablan del café.
Ellos viven en Pitalito, en el departamento de Huila, Colombia.
Juanito quiere seguir los pasos de su padre, al que adora, un cafetero propietario de una finca que produce uno de los granos más apreciados de la región, en el corazón del planeta del café de Colombia. El chaval, hijo único, perdió a su madre de muy niño. De hecho no la recuerda, así que se conforma con mirar sus fotos y decir: 
-Era la mamá más guapa del mundo.
Tiene el mismo carácter de su progenitor, tranquilo, pausado, amable, pegado a la tierra que les da esos frutos rojos, las cerezas del cafeto, que son su sustento y casi podríamos decir, la razón de su existencia. La máxima aspiración del padre es conseguir la Taza de la Excelencia y el mayor anhelo del hijo para el día de mañana es lograr todos los años tan preciado galardón.
A partir del año próximo, Cristian quiere estudiar ingeniería agrícola en la Universidad Surcolombiana, allá Neiva, la ciudad capital del departamento del Huila. Y le gustaría una vez licenciado, trabajar de investigador en el Centro Nacional de Investigación del Café, CENICAFE. Su padre es también del gremio, gerente de una de las cooperativas de cafeteros más importante de la zona.
El chico es inquieto, nervioso, muy inteligente, se interesa por todo.
Los dos amigos del alma se complementan perfectamente.
-A ver, listo, ¿cómo se llama el brinzal del cafeto?-Pregunta Juanito.
-No sé qué es un brinzal.
-Te he pillado. Es el árbol recién nacido de semilla, la plántula.
-Ah, la chapola, porque tiene forma de mariposa.
-Para ser hijo de un contable chupatintas, ja, ja, ja, sabes mucho de campo.
-Mira por donde sale el hijo del destripaterrones.
-Los dos aprendemos mucho de nuestros papás, ellos son dos auténticos campeones, cada uno en lo suyo.
-Cierto.
Otras veces adoptan una actitud más seria y la conversación se vuelve más profunda.
-El otro día, en el telenoticiario, dieron unas imágenes de España donde los jornaleros, los braceros que acuden a recolectar el durazno, se ven obligados a dormir tirados en la calle. Son migrantes sin papeles y los explotan. Yo creo que aquí a los venezolanos que huyen de Maduro los tratamos algo mejor.
-Llegará un día en que los chapoleros no serán casi necesarios. Será como en Brasil con el café robusta, donde las cosechas están muy mecanizadas, tienen un rendimiento por hectárea mayor y el café es tan barato.
-Mira que el robusta es malo. Es más amargo, menos perfumado y aromático, menos digestivo y tiene más cafeína que nuestros arábigos. Eso sí, es más resistente a las plagas.
-No me hables de la roya. Mi papá se va siempre de cabeza, temeroso de que aparezca el maldito hongo.
-Ayer leí en Internet que en Europa está prohibido utilizar los pesticidas que nos venden los españoles, italianos y demás piratas del otro lado del Charco. Ahora con el Brexit, los borregos ingleses se van a hartar de comer Alfalfa, que tienen mucho Dicloro Difenil Tricloroetano.
-Siempre igual, el veneno para los pobres. Ya sabes que él es un purista y partidario del cultivo orgánico, sustentable y biológico. Siempre me está recitando las ventajas de la explotación ecológica con equilibrio, frente a la intensiva exploración artificial. Que si se protege el suelo, porque los cafetos se cultivan a la sombra de otras especies de árboles de mayor porte, que si las fincas se convierten en la morada de infinidad de especies vegetales y animales, sobre todo se debe cuidar el planeta.
-Mi padre añadiría que el cafetal orgánico es una importante fuente de empleo, que puede dar trabajo a muchas familias, que así no son expulsadas de su territorio. Y lo más importante, se mantiene el ciclo regular de la Naturaleza, sin residuos dañinos, algo crucial para luchar contra el cambio climático.
-¿Será cierto eso que dicen en Costa Rica de que su café es el mejor del mundo?
-No lo sé, nunca lo he probado. Desde luego, su país es como Colombia, pero en chiquitito, selvas, volcanes, chicas lindas y cariñosas, pero eso sí, sin violencia.
-Allí, ¿el proceso de beneficio del café es en húmedo, el café lavado, como hacemos aquí, o en seco, el café natural de los brasileños? ¿O el honey, el miel?
-Serás asno. Si su café es bueno, será arábigo y lavado.
-¿Sabes que de pequeño al mucílago se le decía murciélago?
-No me extraña. Eras un poco mulo para aprender, ja, ja, ja.
-Los que deben producir buen café son los negrazos bantúes, de Kenia y Tanzania.
-No seas racista.
-Ya estamos con lo del lenguaje políticamente correcto, pero si son una raza superior, a su lado los jugadores de la NBA son unos alfeñiques. ¿Has visto el monstruoso pecho que tienen? Se subirían al Nevado, sin esforzarse nada.
-Hablando de la NBA, hay que ver el café de los gringos, eso no sabe a nada.
-Menudo aguachirle.
-Donde consumen el peor café del mundo es en España. Mezclan grano de tueste natural y grano tostado con azúcar, que se quema. La infusión coge un gusto muy amargo, fortísimo, que te perfora el estómago. Para compensar ese sabor tan desagradable casi siempre lo beben con leche o manchado y atiborrado de azúcar blanco, un simple jarabe, puro veneno. Ellos parece que no tienen paladar. Mi padre ha estado allí un par de veces, con los de la Federación Colombiana de Cafeteros. 
-¿Y por qué hacen esa animalada?
-Dicen que a finales del XIX, los mineros cubanos añadían azúcar al tostar los granos de café para protegerlos de la humedad y la temperatura de la mina y mantenerlos largo tiempo en buen estado. Y un listillo, que tenía un tostadero llamado, Cafés La Estrella, ahora es de Nestlé, patentó el proceso en España para poder vender un café de larga conservación. Y le llamó café torrefacto y al tratamiento, tueste torrefacto, y registró el nombre por veinte años, lo máximo posible. Para más Inri, resulta que torrefacción es sin más, la acción de tostar, especialmente el café. ¡Qué lío lingüístico!
-Anda, déjate de tanto café y tanta lengua. ¿Por qué mejor no le dices a tu hermana pequeña que hable con Purita y Alexa, que sé que te gusta mucho Alexa y nos las llevamos el sábado de rumbeo a las fiestas de San Pedro y en cuanto a Robert, seguro que se apunta y yo pues te lo juro. ¡Juro que no tomaré!

Julio Sánchez Mingo;
Artista de España.
Fotografía del texto;
por Rodnae,
Los amigos del café en la tarde.

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sábado, 10 de septiembre de 2022

MAURICIO JARAMILLO LONDOÑO - MI TÍA ROSITA


ARTISTA DEL CUENTO
MAURICIO JARAMILLO LONDOÑO

MI TÍA ROSITA
 
Serían las cuatro de la mañana de hoy, quince de agosto, para este año dos mil trece. Me desperté pensando en mi tía Rosa, en Rosita como le decimos desde que la conocemos, pues una rosa es muy linda pero tiene espinas, y una rosita, creo yo, no las tiene, se las quitan o ella misma se las quitó, ya que para querer a todos extirpó hasta la más remota púa de su ser; y se dedicó sin esfuerzo alguno, sin obligarse, porque así es ella, a darse a los demás y con sus mansas virtudes, pero con sus firmes maneras, ha dispensado un dulce amor a los de su entorno viviente.
Mi tía Rosita tiene una espléndida condición que pertenece a los viejos, pero que en ella, por una extraordinaria gracia de la naturaleza se le magnífica, y es aquella extrañísima de verse cada vez más agradable, su perfil adquiere ángulos muy nobles y sus suaves modales, llevan a todos los que tienen la gracia de estar con ella a sentirse tranquilos, cuidados por la bondad que le fluye de su temperamento.
Tiene ya noventa y un años y es la sobreviviente más vieja de nuestra estirpe, la que sus hijos han cuidado cual corresponde a una flor, y sobre la que giran planetariamente muchísimos parientes y amigos. 
Mi tía Rosita, compañera de la vida de mi tío Hernán, ha sobrevivido a tempestades de variados órdenes, unas políticas que son las de menor importancia, y otras afectivas que son las que en verdad rasgan el cuerpo y doblegan el espíritu. Y frente a estas, creo yo, ha puesto en la balanza, como lo hacen todas las madres del mundo, el que los muertos dejan su huella en las vísceras, pero los vivos necesitan trasegar todavía por el camino; y a esos, a los que viven, a los que están aquí en la tierra, a los mortales, mi tía Rosita les ha dado lo que más gusta a los pollitos de gallina clueca: ¡El amor!
Yo no tengo sino recuerdos buenos de ella. Por ejemplo, allá en las brumas de mi infancia, en el apartamento de mi abuela Graciela, calle treinta y nueve con carrera diez y siete, barrio de La Soledad, cerca de la casa de los Jaramillo Ocampo, mi mamá me llevaba, seguramente en compañía de mi hermano Armando, a costurero, y yo jugaba en el tapete de la sala a los pies de las señoras que tejían, y las oía hablar y hablar y hablar, y entonces me dormía, feliz de estar acompañado, y allí, estoy seguro, estaba mi tía Rosita. 
También rememoro las visitas a su casa en el barrio antiguo, La Soledad, casa frente a la cual estaba situada, la de un abogado íntimo de mi tío; y en esta casa jugábamos a deslizarnos por la escalera y comíamos golosinas, y mi hermano Armando, hace poco me recordaba él, me dijo que daban té en las horas de la tarde, y que él odiaba el té.
Y en Gavilanes, la finca de café, caña y ganado, nuestra hermosa finca a la que se llegaba por entre guaduales y barriales y gigantescos árboles de gualanday y de higuerón, jugábamos todos los primos, una enorme cantidad de niños, que bien en julio, bien en diciembre, querían siempre buñuelos, natilla, mazamorra caliente con panela, también montar a caballo e ir al establo y a la ramada con su formidable trapiche, treparnos en el cuero enorme que servía para arrastrar el bagazo de la caña con el que se alimentaba la hornilla que fundía la miel de los fondos paneleros. Que la mula nos diese vueltas y vueltas felices nosotros de caernos, llenarnos de pedazos de desecho de caña, tomar Freskola con Gellito, verle las enormes huevas al toro holstein, un toro gigantesco y malhumorado, de más era grato presenciar cómo corría la leche por la pared helada, que la refrigeraba para que se conservase mejor. Y los diciembres, las navidades, qué maravilla, las novenas que nos gustaban y sin embargo, nos parecían larguísimas, ya además estaban las comidas, las bromas que nos gastábamos, las burradas que contra las niñas hacíamos, y la piscina donde nos achicharrábamos desde las diez de la mañana hasta las cinco de la tarde como si fuéramos gusarapos acuáticos; y ver un extraño juego llamado golf, cuyas blancas y arrugadas bolas se colocaban sobre unos palitos cóncavos y observar a los señores usando unos zapatones enormes, llenos de clavos; en fin, las vacaciones donde mi tía Rosita no se sentían sino cuando le tiraba un zapatazo a Felipe por su necedad o cuando ella acudía en mi auxilio al verme ahorcado, morado, todo con la lengua afuera, desfalleciendo a punto de morir, en manos de mi primo Gabriel, quien me encuellaba y quería matarme quién sabe por qué motivos; y soportar la barbarie de Mauricio, quien en un arranque de ira, me estaba quitando mi papas preferidas, yo luego pues le clavé a Felipe, su hijo, un tenedor en el brazo.
Y desde allí, hasta hoy, encontrábamos en mi tía Rosita alguien paciente, una mujer siempre amorosa, cariñosa, suave y sonriente, alegre.
Algunos son tenidos en la memoria por magnos poetas o políticos destacados y otros por gigantes de la ciencia, pero muy pocos se destacan por la grandeza de su afecto y la ternura de su corazón. Mi tía Rosita pertenece a esta especial categoría de humanos, para orgullo de nuestro linaje, mi tía Rosita es una mujer de gran corazón.  
Ah y claro, una última cosa para esta historia, frente las miles y miles que se pueden decir y recordar sobre ella, gracias a su presencia, ella persiste en bien, porque la inteligencia que la asiste es muy grande, debido a esa maravillosa unión familiar y a ese gigantesco número de polluelos, que se recuestan sobre esta mamá gallina, tan linda.


Mauricio Jaramillo Londoño;
Artista de Colombia.
Fotografía del texto,
 por Hassan Oubajir,
Pintura digital,
por Rusvelt Nivia Castellanos.
La mujer de la rosa.

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jueves, 8 de septiembre de 2022

EL VIDEO CREATIVO DE PERIODISMO LITERARIO EN COLOMBIA

 
DEL ARTISTA DE COLOMBIA;
RUSVELT NIVIA CASTELLANOS,
SU OBRA LITERARIA EN AMAZON ESTADOS UNIDOS, 
PERIODISMO LITERARIO EN COLOMBIA,
TODA UNA OBRA ENSAYÍSTICA SOBRE PERIODISMO,
PROFUSA EN INVESTIGACIÓN Y CONOCIMIENTO,
PARA LOS LITERATOS VANGUARDISTAS.



Portada del texto,
por los creadores,
La librería libre y Adazing.

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martes, 6 de septiembre de 2022

LA GESTA DEL LIBRO PERIODISMO LITERARIO EN COLOMBIA

 
DEL ARTISTA DE COLOMBIA;
RUSVELT NIVIA CASTELLANOS,
SU OBRA ENSAYÍSTICA EN LA LIBRERÍA LIBRE,
PERIODISMO LITERARIO EN COLOMBIA.

LA GESTA DEL LIBRO EN GOOGLE DRIVE


Portada del texto,
por Velt,
La máquina del Libertador.

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lunes, 5 de septiembre de 2022

RUSVELT NIVIA CASTELLANOS - PERIODISMO LITERARIO EN COLOMBIA

 
DEL ARTISTA DE COLOMBIA;
RUSVELT NIVIA CASTELLANOS,
SU OBRA LITERARIA, 
PERIODISMO LITERARIO EN COLOMBIA,
TODA UNA OBRA ENSAYÍSTICA SOBRE PERIODISMO,
PROFUSA EN INVESTIGACIÓN Y CONOCIMIENTO,
PARA LOS LITERATOS VANGUARDISTAS.

EL LIBRO EN GOOGLE DRIVE


EL LIBRO FÍSICO EN LA LIBRERÍA DE AMAZON
ESTADOS UNIDOS


EL LIBRO VIRTUAL EN LA LIBRERÍA DE AMAZON
ESTADOS UNIDOS


DEL ARTISTA DE COLOMBIA;
RUSVELT NIVIA CASTELLANOS,
SU OBRA LITERARIA EN AMAZON ESPAÑA, 
PERIODISMO LITERARIO EN COLOMBIA,
TODA UNA OBRA ENSAYÍSTICA SOBRE PERIODISMO,
PROFUSA EN INVESTIGACIÓN Y CONOCIMIENTO,
PARA LOS LITERATOS VANGUARDISTAS.

EL LIBRO FÍSICO EN LA LIBRERÍA DE AMAZON
ESPAÑA


EL LIBRO EN EL PORTAL DE ISSUU


EL LIBRO EN EL PORTAL DE CALAMEO


EL LIBRO EN EL PORTAL DE LEKTU


Portada del libro,
por Velt,
La Máquina del Libertador.

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