lunes, 12 de febrero de 2024

ANTONIO GUERRERO AGUILAR - EL GUARDIA ENAMORADO

 
ARTISTA DEL CUENTO
ANTONIO GUERRERO AGUILAR

EL GUARDIA ENAMORADO

Observa, Celia, el azulado cielo
con los meteoros sin fin que resplandecen,
tú observas también el fuerte vuelo.
Absorto contemplaba tu hermosura
cual observar el ancho cielo.
El poema del Guardia
Monterrey, año de 1841.

El Guardia, procedente del pueblo de Parras, llegó a la ciudad de Monterrey, para el año de 1834. Durante aquella ocasión, él arribó a la ciudad, siendo cuidador del tren de carretas y recuas extranjeras, las cuales llevaba con otros conocidos. 
Tiempo después, una madrugada al despertar, El Guardia se dio cuenta que lo dejaron solo y a su suerte. La caravana de viajeros, iba rumbo al puerto de Bagdad, para llevar sus mercancías de mezcal, vinos y uvas. En tanto, debido a sus intereses, la caravana, siguió con su travesía y dejó en el olvido al Guardia.
Ya sin conocidos ni amistades, El Guardia se vio solo en una ciudad con apenas diez mil almas. Como no tenía donde pasar la noche, se quedó al amparo de unos sabinos al borde de los Arroyos Nativos, que había en Santa Lucía.
Una noche, estaba en sus horas del sueño, cuando de forma sorpresiva, él fue despertado abruptamente por un guardia nocturno. Se acercaba además la aurora del cielo, el tiempo en que debían apagar los faroles, los cuales daban sus colores amarillos a la ciudad de Monterrey, repleta para aquella época de callejones.
En cuanto al joven, le pidió que lo dejara en paz. No le hacía daño a los transeúntes y no tenía a donde ir en aquella ciudad.
 Debido a esta situación, El Guardia requería de un nuevo trabajo para sobrevivir en Monterrey. De hecho, estaba ahí recostado, junto a los Arroyos Nativos de Santa Lucía, porque los manantiales le daban agua, le procuraban alimentos y allí bien podía descansar al amparo de los vetustos y grandes árboles. 
Por su parte, El Guardia Nocturno, se compadeció y lo invitó a trabajar de cuidador, en el oficio de trajinar y vigilar los manantiales, desde el ocaso hasta la aurora.
El Guardia de Parras, mostró entonces su agrado a la propuesta, hizo un gesto afirmativo, aceptó el trabajo y se dispuso a cuidar los Arroyos Nativos de Santa Lucía. Allí bien en los manantiales del boscaje, junto a los ojos de agua, recibía algunas monedas de parte de los caminantes, trasnochadores y de vez en cuando de los gendarmes. 
Ya de día, se podía quedar a dormir en un galerón, ubicado en las goteras del poblado. Además de todo, estaba orgulloso de pertenecer a una casta de individuos, portando una lámpara de carburo, cargando un garrafón de petróleo, para untar en los mechones de los faroles, que iluminaban la región manantial de Santa Lucía.
 Por su parte, los vecinos al verlo, temían recibir un golpe con las cosas que llevaba El Guardia y ellos se alejaban del joven.
Entre tanto, El Guardia seguía con su rutina de trabajo y cada noche, pasaba por un callejón al que le decían; Los Arquitos. A él, por cierto, le gustaba ese lugar y el motivo de ir hasta aquellos arcos de piedra silla, siempre era porque enfrente, había un zaguán enrejado, donde permanecía una bella joven, quien permanecía allí entretenida viendo a las estrellas y a la luna, junto a los transeúntes, que pasaban por su banqueta.
Luego con las visitas regulares al callejón, Los Arquitos, El Guardia supo que ella se llamaba Celia, porque quienes caminaban por aquel lugar, la saludan y se referían a ella por su nombre, Celia.
El Guardia entonces por su amor a ella, iba junto a su presencia y la saludaba a Celia y ella sólo respondía con una leve sonrisa, cuando lo veía acercarse, mencionando su nombre en alto, para hacerse notar. Ya pese a su amor extraño, el guardia no llegó a tratarla de amiga y sólo resultó ser un amor de lejos, donde como dice la gente, aquí en este mundo: “El que sufre mal de amores, hasta con las piedras habla y por los rincones llora”. 

Antonio Guerrero Aguilar;
Artista de México.
Fotografía del texto,
por Breno Andrade,
El Joven de las Ilusiones.